Capítulo 19

2.3K 348 146
                                    

Rachel entró a la casa, y se apoyó contra la puerta.

"Piénsalo" había dicho él y lo único que ella podía pensar era en el efecto del beso que le hormigueaba aún en los labios y en todo su ser. Hacía mucho que no la besaban así, mejor dicho, nunca la habían besado así. Era un solo beso, pero se sentía como si la hubieran marcado, y el hombre con ese efecto letal, ¡era Kenai!

"¿Qué iba a hacer?". En primer lugar, necesitaba recobrar el sentido común, estaba tratando de ordenar su vida, no de desorganizarla más aún. Y tener un romance con él, sería sumergirse en el caos.

Y aún así, anhelaba dejarse llevar y experimentar aquello que Kenai le ofrecía. Quería seguir descubriendo lo que él le provocaba, esa mezcla de ansiedad y de seguridad, quería seguir viéndose a través de los ojos de él que parecía saber siempre cómo se sentía y encontrar las palabras exactas para alentarla. Y quería más besos como el que la tenía tan confusa.

Finalmente, se quitó el abrigo, guardó su precioso vestido nuevo y se dio un baño mientras intentaba poner en orden todo lo sucedido. Había salido dispuesta a conocer a alguien y se había encontrado con la peor cita a ciegas, luego había aparecido el hombre más inesperado y le había ofrecido el romance que buscaba.

No importaba las veces que lo pensara y le diera vuelta terminaba siempre en la misma encrucijada, se sentía atraída por él, pero era Kenai.

Le costó dormirse y al despertar todavía se sentía cansada, bebió un par de tazas de café y cuando volvió a sentirse humana, decidió que se daría una tregua, iría de compras y no pensaría ni en Kenai ni en nadie, solo en ella misma.

Tuvo que llamar un taxi que la llevara al centro, primero pasó a resolver lo del auto de alquiler y pasó por el mecánico para que le informara como iba su camioneta, una vez que le aseguraron que estaría al día siguiente, siguió hacia la zona de la tiendas.

Comprar ropa nueva no se relacionaba con seguir estereotipos o ser superficial, sino que se trataba de recuperarse. Durante muchos años se había descuidado, pero recordar el horrible vestido rojo con que había acudido a la cita y pensar que no tenía nada bonito en su guardarropa le daba pena ¿Cómo había podido ser tan cruel con ella misma? Necesitaba reconciliarse con la mujer que era, sentía que acababa de despertar de un largo sueño, uno en que la última vez en estar despierta era una niña feliz y, al abrir los ojos nuevamente, era una mujer de treintainueve años que estaba perdida. Tenía mucho para hacer, necesitaba estar orgullosa de Rachel Thomasson y aunque fueran pasos pequeños, debía darlos.

Entró en una tienda cara, antes no se había animado, y buscó prendas acordes a ella. Aceptó los consejos de las vendedoras y se probó todo lo que la tentó.

Escogió un par de vestidos, un sweater crema de cuello volcado y suave como seda , otro en negro, pantalones cómodos, y un par de camisas bordadas. También escogió un abrigo azul que servía para el uso diario y que se veía muy bien. Salió contenta con sus compras, y justo en la tienda de al lado, algo llamó su atención, vendían ropa interior. Dudó en entrar, pero al final se animó.

Había prendas de encaje, de tul y texturas sugerentes. Sin embargo, se sintió algo cohibida y terminó eligiendo algunos conjuntos sencillos, colores claros y con algún detalle que los embellecía. Observó la sexy lencería en rojo y negro, por un segundo tuvo una visión fugaz de una noche pasional, pero se avergonzó de dejar correr su imaginación, y dejó las prendas, no eran su estilo. El cambio que quería no se trataba de convertirse en alguien que no era, sino en rescatar lo mejor de sí misma.

Luego fue a la zapatería, necesitaba algo más que zapatillas de deporte , borcegos y botas de trabajo. Tenía sólo dos pares de zapatos para salir. Recorrió las exhibidoras y se dejó seducir, buscó calzado lindo y cómodo, pero también eligió un par de zapatos con tacón alto. Siempre se había sentido un poco cohibida por su altura, si usaba tacón solía pasar a la mayoría de los hombres, pero ahora no le importó. Su consciencia traicionera le dijo que porque Kenai era alto, lo suficiente para que ella usara lo que quisiera sin sentirse un gigante.

Cuando salió cargada de paquetes, se dirigió a un restaurante cercano, se sentó junto a la ventana, pidió pescado y pastas, que eran la especialidad de aquel lugar, luego se permitió disfrutar tanto de la comida como del descanso. No recordaba haber hecho eso antes, estar sola comiendo en un restaurante. Usualmente preparaba comida en la casa para su familia, luego para Evan o comía algo rápido en el negocio. Y de ir a algún lugar a comer, lo hacía acompañada, nunca se le había ocurrido hacer algo tan sencillo como disfrutar de una comida sola. No es que la soledad fuese aconsejable, pero tampoco era una enfermedad, algo denigrante, sin embargo había muchas cosas que una persona no se animaba a hacer si no tenía compañía. De hecho , allí mismo era la única mujer sola, era extraño, pero debía aprender simultáneamente dos cosas, a estar sola y sentirse bien con ella misma y a estar con otra persona.

"Quiero ser más que el amigo de tu hermano, quiero ser un hombre para ti", las palabras de Kenai resonaban en su cabeza cada vez que pensaba mucho. Deseaba encontrar a alguien, permitirse querer y ser querida, pero no estaba segura de estar preparada. Él no era una persona más en su vida, era casi parte de su familia, no imaginaba cuáles podían ser las consecuencias o si podría afrontarlas. Pero estaba tentada, mucho.

Después de comer, regresó a su casa. Llevó las bolsas a su habitación y mientras acomodaba lo que había adquirido, jugó a probarse ropa y zapatos como si fuera una adolescente. La imagen del espejo seguía resultándole extraña, tanto tiempo sin preocuparse por sí misma habían resultado en que al mirarse esperara encontrar a alguien más, a la que era años atrás, pero ahora, de a poco, iba acostumbrándose a esta que era a los treinta y nueve años. Se recostó y se quedó dormida, al despertar era ya de noche, parecía que su cuerpo aún cargaba un cansancio de años. Se abrigó y salió a tomar algo de aire, era una noche preciosa, el cielo estaba lleno de estrellas, inspiró profundo y se sintió renovada. Se quedó allí, quieta delante de la casa, observando, escuchando, llenándose de la naturaleza que amaba. Llevaba mucho tiempo sin permitirse ser tan sensible ante lo que la rodeaba, los árboles, la fragancia del aire nocturno, los sonidos mínimos de los animales.

Miró en la dirección hacia la que estaba la casa de Kenai y pensó que él también era parte de aquel redescubrimiento de sí misma, y que también sentir las emociones que le provocaba era algo que quería permitirse. Era un camino que no sabía a dónde la llevaría, y le daba mucho miedo empezar a recorrerlo, pero sí quería intentarlo.

Y a la mañana siguiente dio el primer paso, le envió un mensaje a Kenai.

"Aún no tengo una respuesta, pero, ¿almorzarías conmigo?" Estuvo ansiosa y casi arrepentida hasta que le llegó la respuesta.

"Me encantaría, pero hoy me tocó cuidar a mi sobrino, si no te molesta, ven a almorzar con nosotros en casa", respondió y Rachel dudó por un momento, almorzar en su casa con el niño, sonaba demasiado familiar. Sin embargo, aceptó.

"De acuerdo, llevo el postre."

Amor en Alaska (En curso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora