Capítulo 17

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Un poco más. Espero les guste. Saludos y muchas gracias por la paciencia, el apoyo y por seguir aquí

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Rachel se sorprendió al llegar a la tienda, había esperado algo de ropa casual pero Kenai la había guiado a una boutique exclusiva. Se quedó estancada en la puerta, y él le dio un leve empujoncito por los hombros para obligarla a ingresar, inmediatamente se les acercó una vendedora.

-¿Cómo...? - empezó a preguntar ella queriendo saber cómo él conocía ese lugar.

-He acompañado a mi hermana muchas veces, se aprovecha de mí para que cargue sus bolsas.

-¿En qué puedo ayudarla? – preguntó la empleada.

-Un vestido, algo apropiado para mí – musitó ella. Hubiera preferido unos jeans y un sweater, pero ya que estaba allí mejor compraba un vestido y quemaba la horrible prenda que llevaba puesta y le había traído tanta mala suerte.

-¿Tiene algo en mente?

- Algo sobrio, para una mujer de mi edad.- dijo ella.

-Algo bonito . Elige tranquila– acotó Kenai desde atrás. La empleada sonrió

- Por aquí- le dijo a Rach y la guió hacia los vestidos.

Rachel miró un rato , tomó un vestido gris, pero de pronto otro llamó su atención en el perchero. Era rojo burdeos, de lanilla, con mangas y un escote cruzado, tenía además una falda amplia que llegaba debajo de las rodillas.

-Me probaré éste – dijo y la vendedora asintió. Al entrar al probador volvió a sentirse mal, llevaba aún el abrigo de Kenai que le iba grande, debajo su abrigo corto y el vestido roto. La mujer que se reflejaba en el espejo era un desastre. Se quitó la ropa rápidamente como si pudiera deshacerse de la mala experiencia de ese día. El vestido nuevo era precioso, se envolvía a su piel sin ser vulgar, el color le sentaba a su piel. Era extraño como una buena prenda podía cambiar el humor de alguien. Salió del probador con el vestido puesto.

- Me lo llevo, ¿podría quitarle la etiqueta? – dijo y la vendedora asintió.

- Iré por unas tijeras – dijo.

-¿Y puede tirar esto, también? –preguntó dándole su vestido rojo, si aquello la sorprendió la mujer no lo dejó entrever y asintió amablemente mientras tomaba la infame prenda. Volvió casi de inmediato y quitó las etiquetas con mucho cuidado.

-Listo.

-Gracias – respondió y sólo entonces, Rachel recordó que no estaba sola y elevó la vista buscando a Kenai. Estaba mirándola, mirándola fijamente.

- Es el vestido correcto. Te ves hermosa– dijo simplemente y ella sintió que se sonrojaba, casi cuarenta años y se sonrojaba por algo tan simple.

-¿Desea ver algo más?- preguntó la vendedora.

- Un tapado, o algún abrigo largo, a juego con el vestido- recordó.

-Creo que éste servirá – dijo Kenai acercándose con un tapado rojo oscuro. Rachel se preguntó cómo hacía para estar en todos los detalles, era muy observador.

-¿No sería mejor uno negro? – le preguntó , aunque a ella le gustara el que había elegido.

-No, es hora de un poner un poco de color – dijo él- Pruébalo.

Rachel dejó sobre el mostrador su abrigo y el tapado de Kenai y se probó el que le ofrecía. Le iba perfecto.

-¿Le quito la etiqueta también? – preguntó la vendedora y ella asintió.

-¿Cuánto es? –preguntó y cuando la mujer le dijo la suma le pareció excesiva, pero tenía dinero y nunca había gastado tanto en ella, era hora de hacerlo. Sin arrepentimiento, extendió su tarjeta de crédito y pidió que empaquetaran el abrigo con el que había llegado. Agradeció a la empleada su atención y le devolvió a Kenai su abrigo. La vendedora le dio un vistazo rápido al hombre mientras se ponía su tapado oscuro y tomaba el paquete de Rachel.

-Vamos a almorzar – dijo Kenai cuando salieron de la tienda.

-Ya almorcé, ¿recuerdas?

-Recuerdo que no comiste nada por culpa de ese imbécil. Vamos a un buen lugar donde puedas lucir ese vestido y comer hasta hartarte. Ya que no pagué por la ropa, déjame invitarte una comida.

-¿Y por qué pagarías por mi ropa? – preguntó ella.

-Hace muchos años, mi madre estuvo internada un tiempo, papá estaba ocupado cuidándola y creo que mandó a mi hermana con mis abuelos, yo quedé en casa por la escuela y deambulaba por allí como un vagabundo. Tú te espantaste al verme y te encargaste de que Evan me prestase ropa, también lavaste y remendaste la mía para que estuviera presentable.

-¿Aún lo recuerdas? ¿Ibas a pagarme la ropa por agradecimiento, entonces?

-No, justamente por eso no pagué la ropa. En verdad en ese momento no me sentí nada agradecido contigo.

- ¿En serio? ¿Por qué?

- Más bien me sentía patético por verme tan desvalido, por necesitar tu ayuda – y calló lo otro que iba a decir que, en ese momento e incluso ahora, no había querido verse mal frente a ella, porque deseaba impresionarla, no mostrarle sus debilidades. Y por eso, aunque había estado tentado a comprarle el vestido, el tapado y cualquier cosa que le arrancara una sonrisa, sabía que no debía hacerlo porque la haría sentir mucho peor.

- Supongo que tienes razón, me veía muy patética hoy, ¿verdad?

-No me refería a eso, Rachel. Sólo a que no quería ser uno más en la lista de idiotas que creen que pueden tomar decisiones por ti.- se explicó y temió haber dicho demasiado, pero por lo visto, ella seguía sin captar sus verdaderas intenciones. Y no era momento para presionarla.

-Gracias, acepto la invitación a comer – aceptó ella finalmente y fueron a un restaurante que estaba cerca. Era un lugar encantador, tenía un jardincito precioso, ventanales inmensos y estaba decorado con buen gusto. Al entrar , Rachel sintió que entraba a otro mundo, era tan distinto al lugar que había estado antes, ella misma se sentía distinta y con Kenai tenía una sensación de comodidad que le daba paz. Y esa misma sensación la inquietaba, se sentía tan feliz de que él estuviera allí, que la asustaba. Aún así se propuso disfrutar y borrar los malos momentos que había pasado. En cierta forma, estar en otra ciudad la hacía sentir un poco más libre, no debía preocuparse por la gente a su alrededor o los chismes. Miró asombrada los precios de los platos en el menú, y su expresión debió ser muy evidente porque Kenai le sonrió.

-No se te ocurra pedir una ensalada, no voy a ir a la quiebra por un almuerzo – dijo y ella le devolvió la sonrisa. Nunca antes había sabido que elegir su propia comida fuera algo tan importante, pero lo era. Y también había descubierto que un hombre que entendiera eso no era moneda corriente.

- Voy a comer, tengo hambre – dijo ella y eligió carne mechada acompañada de verduras gratinadas, y una bebida sin alcohol, si volvía a ver una copa de vino, se descompondría. Él tampoco pidió alcohol y ella agradeció que así fuera. De verdad disfrutó la comida y la compañía, mientras charlaban y bromeaban por tonterías, se le hizo fácil olvidar que era el mismo niño que conocía desde hace años.

Al terminar de comer, salieron y caminaron un trecho mirando vidrieras, hasta que Kenai le propuso ir al cine.

-¿Al cine? – preguntó sorprendida.

-Sí nos queda bastante tiempo hasta que salga el vuelo, y aunque el clima es agradable no creo que podamos andar caminando durante horas.

-En realidad, hace años que no voy al cine. Ni siquiera recuerdo la última vez que fui.

-Pero a ti te gusta ver películas.

-Sí, pero las veo en casa. En general termino tarde de trabajar o me da pereza ir sola, no lo sé, pero hace mucho que no voy.

- ¿Eso es si o un no?

-Es un sí, me encantaría ir- respondió sonriendo. Al estar en Juneau le daba la sensación de estar en otra dimensión, una donde , tras un mal momento, se permitía hacer cosas que la hacían feliz. Un bonito vestido nuevo, deliciosa comida, una película y la compañía de aquel hombre.

Amor en Alaska (En curso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora