Capítulo 7

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Durante un par de días luego del espectáculo de las embarcaciones, Rachel había tenido un insistente dolor en el abdomen, lo había ignorado, pero ya al tercer día había acudido al médico.

Los primeros resultados no habían sido nada alentadores, parecía haber problemas con su útero, aún faltaban otros exámenes pero eso la hizo sentirse inquieta, hasta su cuerpo daba señales de los cambios. Extrañamente nunca había pensado en tener hijos, había estado demasiado ocupada estando a cargo de su propia familia, pero de pronto , ante la posibilidad de que algo estuviera mal se sentía angustiada. Le habría gustado tener niños, criar su propia familia, sentía que podría ser una buena madre, aunque era posible que ese día no llegara.

Fue una semana en la que se mantuvo más ocupada que de costumbre. Incluso aceptó preparar un pequeño tour turístico a pedido de uno de sus proveedores canadienses que quería llevar a su familia a recorrer Sitka. Ella siempre se había sentido atraída hacia el turismo, aunque sólo organizaba tours ocasionalmente, se entusiasmaba cuando se trataba de mostrar los atractivos de su ciudad, y dado que el insomnio la dejaba dormir muy poco, era una actividad bienvenida para alejarse de los pensamientos molestos. Y en sus horas libres, recorría lugares para incluir en el paseo. Salía de reservar las habitaciones en un pequeño hotel boutique junto a un lago cuando volvió a toparse con Kenai.

-Rachel – la saludó llamando su atención.

-Hola, Kenai .

-¿Qué haces aquí? ¿Algún pedido?

-No, estoy preparando un tour. ¿Y tú?

- Me encargaron algunas embarcaciones para el lago.

-Ya veo. Nos vemos luego, debo ir a abrir la tienda.

- Te ves cansada, ¿todo está bien? – preguntó y ella se extrañó de que notará lo que los demás no habían notado, ni Evan había dicho nada.

-Sí, todo bien. Sólo mucho trabajo – contestó, si había alguien con quien no quería compartir sus preocupaciones sobre su salud ni discutir el estado de su útero, era ese hombre. Se despidió de prisa y se marchó.

Kenai se quedó observándola, algo le sucedía y le hubiera encantado poder saber qué era y así ayudarla, pero Rachel no era de las que contaba livianamente sus preocupaciones. Y eso lo hacía mucho más preocupante, siempre trataba de resolver todo sola. Siguió pensando en ella incluso al día siguiente, cuando rechazó un encargo de Marcus Wellington, el primer novio de Rachel.

Habían pasado casi veinte años, Wellington estaba casado y hasta donde sabía no tenía contacto alguno con Rachel, pero él seguía odiándolo. No la había merecido nunca, y de sólo recordar que había tenido que presenciar que él la besara, le volvía a hacer hervir la sangre.

Era un sentimiento infantil, pero era un resabio de los tiempos en que Marcus había tenido edad para ser el novio de la mujer que él sólo podía adorar desde lejos pues era poco más que un niño.

Ahora todo era diferente, o quizás no tanto, porque aún debía probarle a Rachel que era un hombre hecho y derecho, uno que la podía hacer feliz.

Rachel seguía dedicada plenamente a su trabajo, cuando llegaron los resultados médicos se sintió levemente más aliviada. No era algo grave, pero tampoco era muy alentador, no sólo ella estaba sufriendo el peso de los años, sino que también su sistema reproductivo. El médico le había mencionado que más allá de algunos desordenes hormonales que la estaban afectando, también le sería difícil quedar embarazada. Quizás antes esa noticia no le hubiese importado mucho, pero ahora le impactaba, le dolía, era como si la vida le dijese que siguiera renunciando.

Era una mujer fuerte, siempre lo había sido y odiaba estar sumergiéndose en pensamientos tan negativos, pero por primera vez en muchos años, se había sentido obligada a detenerse y analizar su vida. Y si no quería arrepentirse, probablemente necesitaba hacer algunos cambios, aunque no sabía por dónde comenzar.

Decidió que un buen inicio sería tomar un descanso e ir a la cafetería de Anke , sentarse un rato tranquila y comer algo delicioso. Anke era una mujer alemana que había llegado a Sitka siendo niña, se había quedado allí y había instalado una preciosa cafetería llena de delicias y con toda la calidez de su propietaria.

Cuando tenía tiempo le gustaba pasar por allí, sentarse tranquila a saborear algo y charlar un rato con la alemana si no había mucha gente alrededor, la conocía desde niña y siempre se sentía contenida y un poco más animada tras una buena charla con ella.

Sin embargo, sus planes se vieron interrumpidos porque apenas entró y se acomodó en una mesa junto a la ventana, su atención fue captada por alguien más. Allí estaba Kenai con un niño pequeño, Rachel demoró unos segundos en recordar que era el sobrino, el hijo de su hermana menor. Estaba ayudando al niño con su comida, se lo veía concentrado y atento a las necesidades del pequeño. Y mientras lo observaba, él se giró a verla.

Sin saber por qué se puso nerviosa, Kenai sonrió, le dijo algo a su sobrino y se puso de pie. Rachel tuvo ganas de irse, pero el hombre llegó pronto hasta su lado para saludarla.

-Hola, Rachel.

-Hola, es tu sobrino , ¿verdad? – preguntó ella a pesar de lo obvio.

-Sí, hoy nos tocó pasar el día juntos. Me hubiera gustado invitarte a unirte a nosotros, pero Anori se pone un poco inquieto.

- Es lógico, soy una extraña para él.

-En realidad tiene que ver con que mi hermana acaba de divorciarse y aún es difícil para él.

-Ohh, no lo sabía- dijo ella.

- No te preocupes, bueno, nos vemos luego, me voy antes que vuelque el chocolate encima o algo por el estilo – comentó y volvió con el niño.

Había bastantes clientes así que Rachel sólo intercambió breves palabras con Anke cuando le sirvió una humeante taza de chocolate caliente con una generosa porción de pastel con crema.

Y luego mientras comía,  se descubrió a sí misma prestando excesiva atención a Kenai y su sobrino. Se los veía muy bien juntos, se notaba el cariño y aquella forma de cuidar al niño le mostraba una nueva faceta de él. Además se lo veía maduro y responsable, era bastante diferente de su hermano Evan, aunque en realidad siempre lo había sido, desde joven había sido bastante serio.

También descubrió que parecía llevarse muy bien con los niños, y eso extrañamente la hizo angustiar. Seguramente él sería un gran padre, y ella acababa de descubrir que difícilmente podría tener hijos. De pronto la comida le supo amarga y se le hizo costoso tragar el bocado que masticaba.

Ni siquiera sabía por qué había hecho aquella relación entre los dos hechos, ni por qué la había entristecido.

Finalmente, sin terminar de comer, pagó y se marchó.

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Amor en Alaska (En curso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora