Capítulo #2

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—¡Demonios Gerard! ¡Te comiste todo mi cereal otra vez! —oigo a Mikey gritar furioso. —Puto gordo, no sabes controlar tu boca —cuando entré lo vi tirar la caja de cereal vacía al suelo.

—Yo seré gordo, pero tengo más suerte con las chicas que tú —masculla Gerard.

—¡Ya basta los dos! —exclamé levantando una mano. —Dejen de comportarse como unos niños, no soy su niñera —observé furtivamente a los dos con la mirada entreabierta.

Quedaron en silencio, entonces me acerqué a la cafetera y preparé el café. Mikey salió de la cocina y Gerard tomó un durazno de la frutera, acto seguido se sienta en la mesa.

—Gerard, sinceramente ya me cansé de escucharlos pelear por cosas estúpidas —observo al pelinegro por el rabillo del ojo. —Y tu hermano menor últimamente trae muchos problemas —volteo a verlo una vez que tenía mi café servido en la taza.

—Si hablas de lo que acaba de pasar es que...

—No lo defiendas —interrumpo. —Se que está drogado y a eso quiero llegar —conecté mi mirada con la suya.

Gerard abrió la boca para hablar, pero la cerró al darse cuenta que no valía la pena decir algo para defender a su hermano.

—Más vale que Mikey busque ayuda, porque me veré obligado a echarlo de la casa —advierto.

Gerard asintió, no puede contradecirme porque yo soy el dueño de la casa.

Como futuro médico sé los peligros que conlleva el consumo de drogas, pero como amigo de Michael me preocupo por su salud. Ha estado así desde que rompió con su novia y tanto Gerard como yo estamos al tanto de él. Personalmente me ha tocado ver llegar a la sala de emergencias gente en deplorable estado o incluso ya fallecidos por el uso de estas sustancias, sus familias destruidas y rezando por un milagro.

Lo último que quiero es ver a mi amigo de la misma forma que esas personas que llegan al hospital casi a diario.

Una vez que termino de desayunar pongo los trastes dentro del lavavajillas, Gerard se despide para ir a trabajar y Mikey se quedó dormido en su habitación.

Por si se lo preguntan, él no tiene trabajo.

Durante el tiempo que estoy en mi casa siempre veo televisión, navego en Internet, limpio la casa y me pongo a estudiar cuando tengo exámenes. En cuánto a mi vida sentimental, tenía una novia llamada Breezy, pero rompió conmigo porque mi ritmo de vida es tan ajetreado que ya casi no nos veíamos.

Y así señores, es como se tira a la basura 6 años de relación.

—Dal, lamento el incidente de esta mañana —escucho la voz de Mikey detrás de mi.

Yo estaba sentado en el sofá mirando la televisión y él estaba parado detrás.

—No te disculpes Mikey, mejor cambia tu estilo de vida y búscate un trabajo —lo observo sobre mi hombro. —Ya tienes veinte años, hombre; además de ser mi inquilino eres mi amigo y si sigues así tendré que tomar medidas drásticas.

—¿Vas a echarme de aqui? —exclama con un tono de voz de sorpresa, pero algo de enojo en el.

—Así es —me puse de pie y crucé mis brazos observándolo a los ojos. —Lo siento mucho, pero es un ultimátum.

Se quedó observándome con el ceño fruncido durante un largo rato, yo no me inmuté y fijé mis ojos en los suyos. Hasta que bajó la vista rendido y lo seguí con la vista mientras subía a su habitación por las escaleras.

[♦ ♦ ♦ ]

Ni bien puse un pie dentro del hospital ya el doctor Hammilton me ordenó a ir al laboratorio a recoger las muestras de distintos análisis, y que cuando terminara vaya a emergencias, llegó un esguince de tobillo y era mío.

Viejo imbécil.

Pues bien, tuve que hacer todo lo que me ordenó. Al terminar me encontré a Pete y por lo menos tuve a alguien con quien hablar.

—Ese niño casi me deja sordo, te juro que tuvimos que sostenerlo entre diez enfermeros para poder inyectarle la jeringa y sacarle la sangre —se queja, luego se echa a reír levemente.

—Pues a mi me tocó un adolescente que no dejaba que colocara su tobillo torcido y se puso a llorar como marica cuando lo hice —él ríe aún más fuerte, echando la cabeza hacia atrás. —Y no tengo nada en contra de los maricas, pero ese chico no dejaba de chillar.

—Cosas de la profesión, muchachos —Jenna se acerca a nosotros. —Ustedes no se imaginan lo que me tocó hacer desde que empecé mi carrera.

—Supongo —me encojo de hombros. —A veces creo que el doctor Hammilton se ríe de nosotros, los internos.

—De hecho lo hace, se cree que superior por tener años de experiencia y nos trata con prepotencia —afirma Pete. —Burlarse de los internos es su pasatiempo.

—Pues sigan en lo suyo si no quieren que venga y les de más órdenes —inquiere Jenna antes de retirarse.

Le hicimos caso, porque en verdad casi nadie en este hospital soporta al doctor Hammilton. Es un viejo cascarrabias y apuesto que cuando este hospital se fundó, él ya estaba aquí.

El hospital tiene casi 100 años.

[♦ ♦ ♦ ]


   Caminaba hacia la subestación por las nevadas calles, esta vez Pete no me acompañó porque se retiró horas antes. Como la mayoría de las veces, voy a cruzar el Central Park para acortar el camino.

Encendí un cigarrillo para así entrar en calor, el humo del mismo se mezclaba con la nube de mi aliento entre calada y calada. Ya en la mitad del camino, de pronto veo una persona sobre una de las bancas cubiertas de nieve, estaba abrazando sus piernas como si quisiera resguardarse del frío y su cabello blanco estaba a un lado sobre su hombro izquierdo.

Es ella.

Trae una sudadera negra con la capucha puesta, los jeans azules y all star gastadas blancas. Era la misma ropa que traía ese día que llegó inconsciente al hospital.

Me acerco despacio a la banca, toco su hombro y ella se sobresaltó, volteando a verme. Puedo interpretar el miedo en sus ojos, sus labios tiemblan pero no sé si de miedo o del frío, tal vez ambos, sus cejas y pestañas están cubiertas de escarcha. Sin olvidar mencionar las ojeras oscuras bajo sus ojos, bastantes visibles por lo pálido de su piel, sus labios tienen un color azul que para nada es sano, las cicatrices de su rostro están parcialmente cubiertas por su cabellera.

—Oye tranquila, no te haré daño —le extiendo la mano, hablando en tono tranquilizador. Pero ella sigue desconfiando de mi, sus orbes cafés no dejan de observarme fijo. —¿Tienes donde quedarte? —niega con la cabeza.

—No alcancé entrar al albergue, está lleno debido a esta temperatura —su voz apenas era audible y ronca. Y creo saber por qué.

Tiene afonía.

—Será mejor que vengas conmigo, te dará hipotermia si pasas la noche aquí.

—No voy a ir con usted —frunce el ceño, tratando de elevar la voz pero solo logra comenzar a toser.

—Confía en mi, no voy a hacerte daño —insisto, intentando convencerla. Le extiendo la mano. —Además estás comenzando a enfermar —señalo.

—Es solo una tos, no es nada g... —volvió a toser, pero más fuerte que antes.

—Bien, si eso quieres... —me encojo de hombros, ella me mira indignada. —Espero que te mejores y pases una linda noche —agito la mano a modo de despedida y comencé a avanzar.

—¡Espera! —intenta exclamar, se acerca trotando y se detiene frente a mi. —Te conozco, tú eres del hospital —asentí con la cabeza. —No tengo donde dormir y tengo frío —se abraza así misma, frotándose los brazos. —¿De verdad quieres darme acogida?

—Así es, ¿vienes? —ella asiente. —Bien, me dirijo a la estación de tren, sígueme —hago un ademán con la cabeza.

Ella caminaba a mi lado con la vista en el suelo, yo cada tanto ladeaba mi cabeza para verla. Es mucho más baja que yo, de hecho me llegaba un poco debajo del hombro, su cabello le llega hasta la cadera y es lacio. Su cuerpo es bastante escuálido, no niego que me preocupa su estado.

¿Que pasó con ella? ¿Por qué vive en la calle?

Everybody Hurts {Dallon Weekes}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora