•Capítulo 8: Seguridad•

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Giró para apoyar su cabeza en el pecho de su amado, estiró el brazo intentando alcanzarlo pero no pudo.

Despertó y al momento notó que él ya no estaba en la cama. Sostuvo su cabeza y suspiró, seguramente salió a entrenar sin avisar. Se quedó acostada un tiempo más y finalmente se levantó.

Kakarotto era cercano a ella, estaban unidos tanto en cuerpo como en alma, a través de esa profunda marca que se localizaba en la parte casi trasera de su cuello. Aún no lo entendía por completo, pero era algo fuera de su mundo, tal y como él lo era.

Se alistó para ir despertar a su pequeño. Sin embargo cuando estuvo frente a la cama de Gohan no lo encontró ahí, la piel se le erizó y el pánico la invadió.

Su hijo nunca se levantaba temprano. Era ella quien lo despertaba siempre.
Salió corriendo y buscó a la empleada que se encargaba de Gohan cuando salía.

—¡¿Dónde está Gohan?¡ ¿¡Dónde está mi hijo?! —Preguntó tomándola de los hombros.

—El- el señor Ka-karotto salió con él ha-ce casi u-una hora —Respondió tartamudeando, asustada por la actitud de la princesa de Fri-pan.

Cualquier madre hubiera suspirado de alivio al saber que su hijo se encontraba en los acogedores brazos de su padre.
Este no era el caso de Milk.

Jamás lo admitiría, pero tenía miedo.
Miedo del hombre que vivía con ella, lo amaba con todas sus fuerzas, pero sabía lo que él fue antes de conocerla, a pesar de que lo tenía cerca y sabía del sentimiento hacia ella, no existía ese vínculo de confianza absoluta que debería darse en un matrimonio.

Y este tipo de acciones la ponía en duda. Quizás estaba mal pensar de esa forma, él jamás le haría daño quería pensar, pero no podía evitarlo.

Corrió en dirección a la cocina y en un bolso guardó manzanas, un cuchillo y un traste con arroz que se cocinaba en ese instante. Se lo colgó en el hombro y salió al jardín.

Cerró los ojos buscando el ki de alguno de los dos, encontró primero el de Kakarotto, estaba elevado demasiado. Esto la asustó.

Emprendió el vuelo.
Y cuando llegó arrojó todo al suelo, acudiendo a socorrer a su pequeño.

—¡Gohan! —Gritó mientras se arrodillaba para abrazar su pequeña cabeza, mientras el híbrido no dejaba de sollozar en el hombro de esta— ¿Qué pasó, hijo?

Lo separó de sí por un momento para observarlo, tenía raspones en los codos y parte de la cara, en esta débilmente surgía un hilillo de sangre. Eran claramente señales de golpes de lucha, dados con la suficiente fuerza para herir la suave y delicada piel de un infante.

—Es, es que, pa-papi me dijo que iríamos a jugar un rato —Dijo el niño mientras enjugaba las lágrimas de sus ojos, sin evitar hipar. Volvió a aferrarse a los hombros de su madre— Tengo hambre —Gimió.

Milk lo abrazó fuertemente por la espalda y miró hacia donde estaba Kakarotto, lo encontró con los brazos cruzados, observándola a ella y a su crío, como solía decirle.

Frunció el ceño, enojada.

—¿¡Qué crees que estabas haciendo?! —Le gritó al momento que se ponía de pie, cargando a su hijo en brazos.

—¿Qué te parece que hacía? Ya te dije que consientes mucho al mocoso —Exclamó bajando las manos, de la misma manera.

La pelinegra después de recoger el bolso del suelo se plantó frente a él, sin soltar a su hijo por un instante.

—¡Él no es como tú a tu edad! No es un saiyajin puro, no tiene tu carácter endemoniado ni el agresivo de Vegeta. No es como ustedes. —Cerró los ojos—  ¡Así que no entrenará jamás en su vida! Y si algún día llegara a hacerlo, tú no serás su maestro.

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