Capítulo 27

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La campana sonó anunciando el final de otra tediosa y larga clase en la que, honestamente, no había aprendido nada. Tomó su bolso y se acomodó el cabello con un movimiento fluido antes de salir del aula, caminó al centro del pasillo, como hacía siempre, con aquella sonrisa sutil y segura, la espalda recta y cruzando ligeramente una pierna frente a la otra, como había visto en las pasarelas. El que no le permitieran usar zapatillas altas o minifaldas no era excusa para no lucir tan elegante como era posible, no era excusa para no causar una impresión en el resto de los alumnos promedio, simples y grises a su alrededor.

Todo el día había estado lleno de murmullos y miradas al nuevo miembro de la escuela, ni siquiera recordaba el nombre aunque le parecía recordar haberlo visto pasar a su lado una o dos veces en el día. Si, sus miradas se habían cruzado en una ocasión, el aire latino era lo que más le había resaltado, tal vez tuviera algo especial pero seguramente seria algo como su acento o que vendría de alguna playa paradisiaca. No era un mal escenario pero a quién le importaba, en unos días sería una mancha gris más en el fondo de la escuela.

Caminó hacia la salida del estacionamiento mientras buscaba su llavero en el bolso negro, sus amigas la alcanzaron entre risitas y empujones mientras ella seguía andando, no estaba escuchando lo que fuera que le dijeran. Se escuchó el doble pitido de la alarma y entonces ellas comenzaron a agitarse, inquietas, una le puso la mano sobre el brazo.

—Mira por allá, es tan guapo... —le susurró, miró en la dirección que su amiga le señaló mientras las demás continuaban con las risitas.

—¿Quién? —localizó al chico nuevo unos coches más allá—. ¿El nuevo?

—Es tan lindo... —susurró otra de ellas, la chica torció los ojos.

—No sé qué le ven, es tan simple —suspiró.

—¡Anda! —exclamó una de ellas, mordiéndose el labio dramáticamente. Un coche rojo se detuvo cerca del chico nuevo, lo conducía un chico con rasgos similares al que cargaba la mochila pero se veía más musculoso y usaba unos lentes obscuros que resaltaban la línea de su mandíbula, aún a esa distancia se veía que era sumamente atractivo.

—Ahora tienes toda mi atención —sonrió mientras sus amigas se reían.

Al día siguiente, se apresuró a llegar al estacionamiento un poco antes de la hora habitual, incluso se había puesto el par perfecto de tenis y quizá planeado un poco más su atuendo y aspecto general. Le había dicho a sus amigas que debían esperar su mensaje y no aparecerse en absoluto, ellas obedecieron sin dudar, el chico nuevo salió por la puerta con los audífonos puestos y la mochila verde colgándole en el hombro derecho mientras miraba el móvil. Ella estaba en su camino, perfectamente colocada, había estacionado su auto en el lugar perfecto y planeado absolutamente cada movimiento.

—Oh, lo siento, no te vi —se disculpó el muchacho cuando rozó su brazo, ella sonrió y él no pudo evitar imitarla.

—Descuida, no fue nada —dijo ella—. Eres Samuel, ¿verdad?

—Si, mucho gusto....

—Lizzie.

—Lizzie —sonrió estrechando su mano—. Qué diplomática.

—Es mi talento. Bienvenido a la Preparatoria del Este, te he visto por los pasillos pero siempre vas tan deprisa que es difícil decirte algo.

—Vieja costumbre.

—Ya... ¿De dónde vienes?
—Me transfirieron desde Ciudad de México, mi papá viaja un montón y cada cierto tiempo nos mudamos, siento que te conozco de algún lado.

La Heredera (1) El Misterio del CastilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora