XXXI. La Reina Mab

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A la mañana siguiente, Stubb se acercó a Flask. —Un sueño tan raro, «Puntal», no lo había tenido nunca. Ya conoces la pata de marfil del viejo; bueno, soñé que me daba una patada con ella y que, al tratar de devolvérsela, ¡por mi vida, muchachito, que se me desprendió la pierna del golpe! ¡Y luego, de repente, Ahab parecía una pirámide y yo, como un loco furioso, seguía dándole patadas! Pero lo más curioso, Flask (ya sabes qué curiosos son todos los sueños), es que a través de toda la cólera en que estaba, no sé cómo, parecía pensar para mí que, después de todo, no era mucha ofensa esa patada de Ahab. «En fin —pensaba yo—, ¿por qué es la riña? No es una pierna de verdad, sino solamente falsa.» Y hay mucha diferencia entre un golpe vivo y un golpe muerto. Eso es lo que hace, Flask, que el golpe de una mano sea cincuenta veces más doloroso de soportar que el golpe de un bastón. Y yo, fíjate, pensaba para mí todo el tiempo, mientras golpeaba mis estúpidos dedos de los pies contra esa maldita pirámide; aun tan condenadamente contradictorio como era todo, mientras tanto, como digo, yo pensaba para  mí: «¿Ahora, qué es su pierna, sino un bastón, un bastón de hueso de ballena? Sí —pensaba yo—, ha sido sólo una tunda en broma; en realidad, sólo me ha aballenado, no me ha dado un golpe vil. Además —pensaba yo—, míralo un momento; bueno: el extremo, la parte del pie, qué clase de extremo más pequeño tiene; mientras que si me diera una patada un campesino de piesanchos, eso sí que sería una endemoniada ofensa ancha. Pero esta ofensa está afilada hasta no acabar más que en una punta». Pero ahora viene la mayor broma del sueño, Flask. Mientras yo seguía dando contra la pirámide, una especie de viejo tritón, con pelos de tejón y con una joroba en la espalda, me agarra por los hombros y me hace dar la vuelta. «¿Qué andas haciendo?», me dice. ¡Demonios, hombre! ¡Cómo me asusté! ¡Qué jeta! Pero, no sé cómo, un momento después había dominado el susto. «¿Qué ando haciendo? —digo por fin— ; ¿Y a ti qué te importa? Me gustaría saberlo, señor Chepa. ¿Quieres una patada?» Por lo más santo, Flask, apenas había dicho esto cuando él me volvió la popa, se agachó, y levantándose un matojo de algas que llevaba como un harapo, ¿qué crees que vi?; bueno, pues, rayos y truenos, hombre, tenía la popa llena de pasadores, con las puntas para fuera. Digo yo, pensándolo mejor: «Me parece que no te voy a dar una patada, compadre». «Sensato Stubb —dice—, sensato Stubb»; y lo siguió mascullando todo el tiempo, igual que si se comiera sus propias encías, como una bruja de chimenea. Viendo que no iba a acabar de repetir su «sensato Stubb, sensato Stubb», pensé que igual podría volver a emprenderla con la pirámide. Pero apenas había levantado el pie para ello cuando él rugió: « ¡Deja esas patadas!». «Eh —digo yo—, ¿qué ocurre ahora, compadre?» «Ven acá —dice—, vamos a discutir la ofensa. El capitán Ahab te ha dado una patada, ¿no?» «Sí que me ha dado —digo—, y fue aquí mismo...» «Muy bien dice—: usó la pierna de marfil, ¿no?» «Sí, eso es», digo yo. «Bueno, entonces —dice—, sensato Stubb, ¿de qué tienes que quejarte? ¿No te dio la patada con la mejor voluntad? No fue una vulgar pata de palo, de pino de tea, con la que te dio el puntapié, ¿verdad? No, te dio la patada un gran hombre, y con una hermosa pierna de marfil, Stubb. Es un honor; yo lo considero un honor. Escucha, sensato Stubb. En la antigua Inglaterra, los mayores señores consideraban que era una gran gloria ser abofeteados por una reina y ser nombrados caballeros de sus ligas, pero tú por tu parte, Stubb, presumes de que te ha dado una patada el viejo Ahab, haciéndote hombre sensato. Recuerda lo que digo: déjate dar patadas por él; considera como un honor sus patadas, y por ningún motivo se las devuelvas, porque no puedes servirte a tu gusto, sensato Stubb. ¿No ves esa pirámide?» Y con esto, de repente, pareció, no sé cómo, salir nadando por el aire. ¡Yo di un ronquido, me revolví, y allí estaba en la hamaca! 

 —Ahora, ¿qué te parece ese sueño, Flask?

—No sé, pero me parece una especie de tontería.

—Quizá, quizá. Pero me ha hecho hombre sensato, Flask. ¿Viste a Ahab ahí plantado, mirando de medio lado por la popa? Bueno, lo mejor que puedes hacer, Flask, es dejar solo a ese viejo; no hablar jamás con él, diga lo que quiera. ¡Eh! ¿Qué es lo que grita? ¡Atención!

—¡A ver, el vigía! ¡Mirad bien, todos! ¡Hay ballenas por ahí! Si veis una blanca, ¡a partirse el pecho gritando!

—¿Qué piensas ahora de él, Flask? ¿No hay un toque de algo raro en esto, eh? Una ballena blanca; ¿te has fijado, hombre? Mira; hay algo especial en el aire. Puedes estar seguro de eso, Flask. Ahab tiene en la cabeza algo sangriento. Pero, a callar: viene por aquí.

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