XXXIII. El « Troceador »

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Respecto a los oficiales de un barco ballenero, este momento me parece tan bueno como cualquier otro para anotar una pequeña particularidad doméstica de a bordo, debida a la existencia de la clase arponera de oficiales, una clase, por supuesto, desconocida en cualquier otra marina que no sea la flota ballenera.

La amplia importancia atribuida a la profesión de arponero se evidencia por el hecho de que, al principio, en la antigua pesquería holandesa, hace más de dos siglos, el mando de un barco ballenero no residía totalmente en la persona hoy llamada capitán, sino que se dividía entre él y un oficial llamado el Specksynder, el «Troceador». Literalmente, esta palabra significa «cortador de grasa», pero el uso la hizo con el tiempo equivalente a arponero en jefe. En aquellos días, la autoridad del capitán se restringía a la navegación y manejo general del navío, mientras que el Specksyndero arponero en jefe reinaba de modo supremo sobre el departamento de la cala de la ballena y todos sus intereses. En la Pesquería Británica de Groenlandia se conserva todavía esta antigua dignidad holandesa, bajo el corrompido título de Specksioneer, pero su antigua dignidad ha quedado completamente menguada. Actualmente, tiene el simple rango de primer arponero, y, en cuanto tal, no es más que uno de los más inferiores subalternos del capitán. Sin embargo, como el éxito de un viaje ballenero depende en gran medida de la buena actuación de los arponeros, y como en la pesquería americana no sólo es un oficial importante del barco, sino que en ciertas circunstancias (guardias nocturnas en aguas balleneras) también tiene a su mando la cubierta, por tanto la gran máxima política del mar exige que viva nominalmente aparte de los marineros del castillo de proa, y se distinga en cierto modo como su superior profesional, aunque siempre es considerado por ellos como su igual en compañía.

Ahora, la gran distinción establecida en el mar entre oficial y marinero es ésta: aquél vive a popa, éste, a proa. Por tanto, lo mismo en barcos balleneros que en mercantes, los oficiales tienen su residencia con el capitán, y así también, en la mayor parte de los balleneros americanos, los arponeros se alojan en la parte de popa del barco. Es decir, comen en la cabina del capitán y duermen en un lugar que comunica indirectamente con ella.

Aunque la larga duración de un viaje ballenero al sur (con mucho, el más largo de todos los viajes que se han hecho, ahora y siempre, por el hombre), sus peculiares peligros y la comunidad de intereses que domina en un grupo en que todos, altos o bajos, dependen de sus beneficios y no de paga fija, sino de su suerte en común, así como de su vigilancia, intrepidez y esfuerzo en común, aunque todas esas cosas en muchos casos tienden a producir una disciplina menos rigurosa que la habitual en los barcos mercantes, sin embargo, por más que estos cazadores de ballenas, en casos primitivos, convivan de modo muy parecido a una antigua tribu mesopotámica, con todo, es raro, por lo menos, que se relajen las exterioridades puntillosas del alcázar, y en ningún caso se abandonan. En efecto, son muchos los barcos de Nantucket en que se ve al capitán pasando revista a la cubierta con una solemne grandeza no sobrepasada en ningún navío militar; más aún, exigiendo casi tanto homenaje exterior como si llevara la púrpura imperial y no el más ajado de los chaquetones de piloto.

Y aunque el maniático capitán del Pequod era el hombre menos dado a esta clase de presunción superficial, aunque el único homenaje que requería era la obediencia silenciosa e instantánea, aunque no requería que nadie se quitase el calzado de los pies antes de subir al alcázar, y aunque había momentos en que, debido a circunstancias peculiares en relación con acontecimientos que se detallarán luego, les dirigía la palabra en términos insólitos, fuera por condescendencia, o in terrorem, o de otro modo, sin embargo, el capitán Ahab no dejaba en absoluto de observar las principales formas y usos del mar.

Y no se dejará quizá de percibir en definitiva que a veces se enmascaraba tras esas formas y costumbres, haciendo uso de ellas, incidentalmente, para otras finalidades más personales que aquellas para las que en principio se suponía que servían. Ese cierto sultanismo de su cerebro, que de otra manera habría quedado en buena medida sin expresar, a través de esas formas se encarnaba en una irresistible dictadura. Pues, sea cual sea la superioridad intelectual de un hombre, nunca puede asumir la supremacía práctica y utilizable sobre otros hombres, sin ayuda de alguna especie de artes y parapetos, siempre más o menos mezquinos y bajos en sí mismos. Ello es lo que aparta para siempre a los auténticos príncipes imperiales por la gracia de Dios, a distancia de las asambleas de este mundo, y lo que reserva los más altos honores que puede dar ese aire a aquellos hombres que se hacen famosos más bien por su infinita inferioridad al elegido y oculto puñado de los Divinos Inertes, que por su indiscutible superioridad sobre el muerto nivel de la masa.

Tan gran virtud se oculta en esas cosas pequeñas cuando las afectan las extremadas supersticiones de la política, que en algunos ejemplos egregios han infundido potencia en el caso del zar Nicolás, la redonda corona de un imperio geográfico rodea un cerebro imperial, entonces, los rebaños de la plebe se aplastan humillados ante la tremenda centralización. Y el dramaturgo trágico que quiera pintar la indomabilidad humana en su más pleno alcance y su más directo empuje, jamás deberá olvidar una sugerencia tan importante, de paso, para su arte como la que ahora se ha aludido.

Pero Ahab, mi capitán, todavía sigue moviéndose ante mí en toda su tenebrosidad hirsuta de hombre de Nantucket, y en este episodio que se refiere a emperadores y reyes no debo ocultar que sólo tengo que habérmelas con un pobre y viejo cazador de ballenas como él, y, por tanto, me están negados todos los ornamentos exteriores y decorados de la majestad.

¡Oh, Ahab!, ¡lo que en ti sea grandioso habrá de ser por fuerza arrancado a los cielos, y sacado de la profundidad en zambullida, y configurado en el aire sin cuerpo!  

Moby DickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora