Ya se ha contado antes cómo Ahab solía recorrer su alcázar, dando la vuelta regularmente en cada extremo, la bitácora y el palo mayor, pero con la multiplicidad de las demás cosas que requerían narración, no se ha añadido que a veces, en esos paseos, cuando más sumergido estaba en su humor, solía detenerse al dar la vuelta en cada uno de esos dos puntos, y quedarse mirando extrañamente el objeto particular que tenía delante. Cuando se detenía ante la bitácora, con su mirada clavada en la aguja puntiaguda de la brújula, esa mirada se disparaba como una jabalina con la afilada intensidad de su designio; y cuando al continuar otra vez su paseo, se detenía de nuevo ante el palo mayor, entonces, con esa misma mirada remachada en la moneda de oro allí clavada, conservaba el mismo aspecto de firmeza claveteada, sólo tocada por un cierto anhelo salvaje, aunque no esperanzado.
Pero una mañana, al dar media vuelta ante el doblón, pareció quedar nuevamente atraído por las extrañas figuras e inscripciones acuñadas en él, como si ahora empezara por primera vez a interpretar de algún modo monomaníaco los significados que pudieran albergarse en ellas. Y en todas las cosas se alberga algún significado cierto, o de otro modo, todas las cosas valen muy poco, y el mismo mundo redondo no es más que un signo vacío, a no ser como se hace con los cerros de junto a Boston, para venderse por carretadas para rellenar alguna marisma en la Vía Láctea.
Ahora, este doblón era del más puro oro virgen, arrancado en algún sitio del corazón de montes ubérrimos, de los que, a este y oeste, fluyen las fuentes de más de un Pactolo. Y aunque clavado ahora entre todas las herrumbres de los pernos de hierro y el verde gris de las chavetas de cobre, sin embargo, intocable e inmaculado para cualquier impureza, aún conservaba su fulgor de Quito. Y, aunque colocado entre una tripulación inexorable, y aunque a todas horas pasaran junto a él menos inexorables, a través de las inacabables noches envueltas en densa tiniebla, que podrían encubrir cualquier aproximación para un hurto, sin embargo, cada amanecer encontraba el doblón donde lo había dejado al anochecer. Pues estaba apartado y santificado para un fin aterrorizador, y por más que se extralimitaran en sus costumbres de marinos, los tripulantes, de modo unánime, lo reverenciaban en la fatigosa guardia de noche, preguntándose de quién acabaría siendo, y si éste viviría para gastarlo.
Ahora, esas nobles monedas de oro de Sudamérica son como medallas del sol y muestras del trópico. En ellas se acuñan, en lujuriante profusión, palmeras, alpacas, volcanes, discos del sol, estrellas, eclípticas, cuernos de la abundancia y ricas banderas ondeantes; de modo que el precioso oro parece casi obtener más valor y realzar gloria al pasar por esas fantasiosas Casas de Moneda tan hispánicamente poéticas.
Ocurrió por cierto, que el doblón del Pequod era un ejemplo riquísimo de esas cosas. En su canto redondo llevaba las letras: REPÚBLICA DEL ECUADOR: QUITO. De modo que esa brillante moneda procedía de un país situado en el centro del mundo, bajo el gran ecuador, y con su nombre; y se había acuñado a media altura de los Andes, en el inalterado clima que no conoce otoño. Rodeada por esas letras, se veía la imagen de tres cimas andinas; de una salía una llama; una torre, de otra;
de la tercera un gallo cantando; mientras que, en arco sobre ellas, había un segmento del zodíaco en compartimientos con todos los signos marcados con su cabalística habitual, y el sol, como clave del arco, entrando en el punto equinoccial enLibra.
Ante esa ecuatorial moneda se detenía ahora Ahab, no sin ser observado por otros.
«Hay algo siempre egoísta en cumbres de montañas y torres, y todas las demás cosas grandiosas y altivas; mirad aquí, tres picos tan orgullosos como Lucifer. La firme torre es Ahab; el volcán es Ahab; el pájaro valeroso, intrépido y victorioso, es también Ahab; todos son Ahab, y este oro redondo no es sino la imagen del globo más redondo, que, como el espejo de un mago, no hace otra cosa que devolver, a cada cual a su vez, su propio yo misterioso. Grandes molestias, pequeñas ganancias para los que piden al mundo que les explique, cuando él no puede explicarse a sí mismo. Me parece que este sol acuñado presenta una cara rubicunda, pero ¡ved!, sí, £entra en el signo de las tormentas, el equinoccio, y hace sólo seis meses que salió rodando de otro equinoccio, en Aries! ¡De tormenta en tormenta! Sea así, pues. ¡Nacido en dolores, es justo que el hombre viva en dolores y muera en estertores! £Sea así, entonces! Aquí hay materia sólida para que trabaje en ella el dolor. Sea así, entonces.»
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Moby Dick
Adventure"Moby Dick" es considerada como la más grande novela de mar que existe en la literatura de todos los tiempos y países. Independientemente de las implicaciones simbólicas y metafóricas que puedan atribuirse al capitán Ahab y a la ballena blanca, "Mo...