Llegó el día predestinado y, como era debido, encontramos al barco Jungfrau, capitán Derick De Deer, de Bremen. Antaño los principales pescadores de ballenas del mundo, ahora los holandeses y los alemanes están entre los menos importantes, pero, acá y allá, a intervalos muy amplios de latitud y longitud, todavía se encuentra de vez en cuando su bandera en el Pacífico.
Por alguna razón, el Jungfrau parecía muy deseoso de presentar sus respetos. Todavía a cierta distancia del Pequod, orzó, y arriando un bote, su capitán fue impulsado hacia nosotros, situándose impacientemente a proa, en vez de ir a popa.
—¿Qué lleva ahí en la mano? —gritó Starbuck, señalando algo que el alemán llevaba balanceando—. ¡Imposible! ¡Una alcuza!
—No es eso —dijo Stubb—: no, no, es una cafetera, señor Starbuck; viene acá a hacernos el café, ese alemán; ¿no ve la gran lata que tiene al lado? Es agua hirviendo. ¡Ah, está muy bien, ese alemán!
—¡Quite allá! —exclamó Flask—, es una alcuza y una lata de aceite. Se le ha acabado el aceite y viene a pedir.
Por curioso que parezca que un barco aceitero pida prestado aceite en zona de pesca, y por mucho que contradiga al revés al viejo proverbio de llevar carbón a Newcastle, a veces ocurre realmente semejante cosa; y en el caso presente, el capitán Derick De Deer llevaba sin duda una alcuza, como había dicho Flask.
Cuando subió a cubierta, Ahab se le acercó repentinamente, sin fijarse en absoluto en lo que llevaba en la mano, pero el alemán, en su jerga rota, pronto evidenció su completa ignorancia sobre la ballena blanca dirigiendo inmediatamente la conversación hacia su alcuza y su lata de aceite, con algunas observaciones sobre que, por la noche, tenía que meterse en su hamaca en profunda oscuridad, porque se había acabado su última gota de aceite de Bremen, y todavía no habían capturado un solo pez volador para suplir la deficiencia; y para terminar sugirió que su barco estaba lo que en la pesca de ballenas se llama técnicamente limpio (esto es, vacío), muy merecedor del nombre de Jungfrau, «Virgen».
Remediadas sus necesidades, Derick se marchó, pero no había alcanzado el costado de su barco cuando se anunciaron ballenas desde los masteleros de ambos barcos, y tan ansioso estaba Derick de persecución, que, sin detenerse a dejar a bordo la lata de aceite y la alcuza, hizo virar la lancha y se puso a seguir a las alcuzas leviatánicas. Ahora, como la caza se había levantado a sotavento, él y las otras tres lanchas alemanas que de pronto le siguieron llevaban considerable ventaja a las quillas del Pequod. Había ocho ballenas, una manada mediana. Conscientes de su peligro, marchaban todas en fondo con gran velocidad, derechas por delante del viento, rozando sus costados tan estrechamente como tiros de caballos enjaezados. Dejaban una estela grande y ancha, como si desenrollaran de modo continuo un ancho pergamino sobre el mar.
Dentro de esa rápida estela, y a muchas brazas detrás, nadaba un viejo macho, grande y jorobado, que, por su avance relativamente lento, así como por las insólitas incrustaciones amarillentas que crecían sobre él, parecía sufrir ictericia o alguna otra enfermedad. Parecía dudoso que esta ballena perteneciera a la manada de delante, pues no es corriente en tan venerables leviatanes ser sociables. No obstante, se mantenía en su estela, aunque indudablemente su reflujo debía retardarle, porque el «hueso blanco» o marejada ante su ancho morro se rompía como la onda que se forma cuando se encuentran dos corrientes hostiles. Su chorro era corto, lento y laborioso, saliendo con una especie de estertor estrangulado, y disipándose en jirones desgarrados, seguidos de extrañas conmociones subterráneas en él, que parecían encontrar salida por su otro extremo hundido, haciendo que las aguas se elevaran burbujeantes detrás de él.
¿Quién tiene algún calmante? —dijo Stubb—; tiene dolor de estómago, me temo. Dios mío, £figuraos lo que es tener media hectárea de dolor de estómago! Vientos contrarios están haciendo en él una pascua loca, muchachos. Es el primer mal viento que he visto jamás soplar por la popa; pero mirad, ¿ha habido nunca una ballena que diera tales guiñadas? Debe de ser que ha perdido la caña.
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Moby Dick
Adventure"Moby Dick" es considerada como la más grande novela de mar que existe en la literatura de todos los tiempos y países. Independientemente de las implicaciones simbólicas y metafóricas que puedan atribuirse al capitán Ahab y a la ballena blanca, "Mo...