Juana

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Narrado por Juana

Siempre he sido una persona muy prudente con las normas de tránsito, pero creo que hoy no hay ley que valga.

Mentiría si digo que tengo conciencia de a qué velocidad estoy manejando,  lo que más me interesa en este momento es llegar a la casa de Oriana, lo antes posible (claro que seria muy desafortunado tener un accidente en el camino, porque la idea es llegar con vida). Si tuviera tiempo para el humor me reiría, pero ahora la situación es crítica, o al menos eso me parece.

Quisiera decir que tengo una excusa válida, pero la verdad es que mi apuro en verla se basa en un presentimiento, un mal presentimiento. El cual no tiene motivos para originarse, recuerdo que la ultima vez que la vi (aproximadamente hace un mes) ella lucía alegre y animada, recuerdo que me había contado que inició la dieta. Yo estaba contenta porque ella por fin sonaba convencida, es decir, parecía que por ella misma se dio cuenta su situación y decidió que necesitaba cambiarla.

En lo personal creo que no hay mayor determinación que cuándo la iniciativa es propia. Muchos anteriores se debía a que mamá dijo, a que fulano dijo. Pero ahora que esta haciendo lo porque ella quiere,  porque ella así lo siente. Por eso está vez le tengo más fe que nunca, o al menos la tenía. Ayer había un almuerzo en la casa de mamá, de esos que son pactados hace meses. Sin embargo ella mandó mensaje diciendo que estaba ocupada y no podía ir porque mañana estaba ocupada, hoy intenté llamarla pero no contestó, y algo dentro mío (que espero se equivoque) me dice que las cosas no están bien.

Finalmente llegué a su casa, estacioné el auto en la vereda y me dirigí al portón, y debo admitir que la escena que vi, volvió a alterar mis nervios.

El pasto estaba largo y descuidado, sus preciadas plantas parecía no haber sido regada en días, incluso la basura había sido tirada y destruida por los perros del vecino y aún continuaba esparcida, nadie la había limpiado. Mi hermana no permitiría que esto se viera así, en especial sus plantas. Uno de sus mayores dolores siempre había sido no tener "mano para las plantas", y para peor adoraba esas especies delicadas, de las que no pueden quedar mucho al sol y mueren si no obtienen la medida exacta de agua. La pobre paso años intentando descubrir como cuidarlas, por eso sé que ahora que ya lo descubrió ella no las habría dejado marchitar, no lo habría hecho.

Con un gusto amargo en mi garganta me apresuré a la puerta y grité su nombre un par de veces golpeando con todas mis fuerzas. Arriesgándome a un gran regaño de su parte, en caso de que nada malo estuviera ocurriendo. Al no recibir respuesta rebusqué por la copia de la llave, estaba tan nerviosa que sólo había dos (una evidentemente de un candado y la otra de la puerta) y sin embargo no podía distinguir con cual de las dos abrir. El temblor de mis manos provocó que las llaves cayeran al suelo. ¿Por qué será que en los peores momentos uno parece volverse más torpe de lo normal ? Respiré profundo y finalmente pude abrir la puerta, las luces estaban apagadas. Al prender la de la cocina me encontré con un aspecto decadente, platos de comida sucios en la canilla y unas moscas al rededor, el piso parecía no haber sido barrido en días. Oriana nuca dejaría que este lugar se viera así, no importa cuanto le disgustara lavar los platos, mamá no nos enseñó a vivir así, ella no lo haría.

—¿Quién esta ahí ?—preguntó una voz familiar que provenía de su pieza, esa señal de vida me sacó de mi breve trance.

Corrí hacia su cuarto y por un segundo me detuve en la puerta algo temerosa luego me decidí a entrar.

Creo que no tendría palabras suficientes para describir lo que vi allí y como me sentí, sólo puedo decir que mis ojos se llenaron de lágrimas y tuve que hacer un gran esfuerzo para no llorar.

—No me mires —dijo Oriana tapando su rostro con la voz entrecortada, yo quedé paralizada ante tal imagen—. ¡Ándate, fuera!—insistió ahora enojada. Sin saber que decir seguí avanzando hacia ella.

Trastornos alimenticiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora