Prólogo

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A Park Jimin le hubiese gustado ser huérfano. Incluso adoptado. Cualquiera de aquellas dos circunstancias le habrían parecido mejores que las actuales; ser el hijo menor de los Park no le reportaba ni una pizca de felicidad.

Angustiado, observó a su apuesto acompañante. SeungRi, el joven y prometedor capitán de la selección deportiva de polo, era el candidato a esposo más reciente que su madre le había presentado. Se preguntó por quinta vez por qué estaba aguantando su soporífero discurso sobre las virtudes de un deporte que no le interesaba en absoluto.

El calor que hacía dentro del salón era demasiado sofocante, y tuvo que esforzarse por aparentar interés en lo que él le estaba contando. La familia Park celebraba la última fiesta de la temporada en Park West Manor, donde habían reunido a gran parte de la alta sociedad de Seúl. La velada, aunque pretendía ser una reunión de amigos, siempre acababa igual: hombres trajeados hablando de sus negocios, ancianos orgullosos palmeando los hombros de sus hijos, refinadas esposas alzando barbillas y arqueando las cejas, mujeres mayores juzgando en silencio el color de los manteles y jóvenes debutantes llenando la casa de pestañeos y risas
cristalinas.

Jimin detestaba las fiestas, los bailes de sociedad, las cenas, a toda esa gente en general; y sobre todo, detestaba fingir ser el hijo perfecto de una familia ejemplar. Era una tarea asfixiante.

Dejó la copa de zumo de manzana sobre una bandeja y aprovechó que SeungRi estaba distraído hablando con una mujer para abandonar el salón. Tras él quedó una estela de conversaciones y música envuelta en destellos dorados. Cruzó los pasillos con la mirada clavada en las alfombras y, cuando llegó a la cocina, se mezcló entre las personas del servicio para salir al jardín.

Un par de chicos con el uniforme del catering contratado para la velada tomaba un descanso para fumar. Sus risas se ahogaron cuando lo reconocieron, e intentaron disimular, buscando un lugar en el que apagar los cigarros. Jimin los ignoró, bajó las escaleras, cruzó el patio y se adentró en el jardín para respirar un poco de
aire fresco.

Inspiró hondo y soltó todo el aire muy despacio, hasta que se calmó. Dio un paseo bajo las ramas de los árboles adornados con farolillos, todavía apagados, y se guio por la luz que provenía de la casa. Quitándose los zapatos, caminó descalzo por el sendero de adoquines hasta un claro empedrado y se dejó caer en uno de los bancos frente a la laguna del estanque.

Se sentía cansado, como si hubiese pasado horas ensayando. Observó la pulida superficie de la laguna, salpicada de estrellas junto al reflejo de la luna llena, y lanzó un hondo suspiro.

Jimin había desarrollado un rechazo absoluto hacia el fracaso gracias a la labor educativa de sus padres. En lugar de obligarlo a actuar con mayor determinación, aquello le provocaba entumecimiento y pavor. Cada uno de sus hermanos había alcanzado el éxito en sus respectivas profesiones
qué sucedería si, por cualquier razón, fracasaba. En los últimos meses SungRyung se había vuelto más despiadada y sus comentarios acerca de que Jimin solo podía aspirar a convertirse en el esposo de alguien importante se habían vuelto más hirientes. Ese tipo de argumentos lo mantenían despierto por las noches, cuando debería estar descansando.

Para Jimin, la felicidad era bailar. Le encantaba ser uno de esos cisnes que permanecían inmóviles durante mucho tiempo con el brazo extendido y la muñeca doblada, observando cómo los focos formaban la figura de un ave con su sombra, mientras Odette y Sigfried bailaban un deslumbrante paso a dos. También disfrutaba siendo una etéreo willi en Giselle, con sus trajes blancos de gasa y las coronas de flores, sobre un escenario repleto de misticismo. Y adoraba ser un exótico espíritu del templo que envolvía las almas de Nikiya y Solor en La bayadera.

Pero quería ser algo más que eso. Estaba muy orgulloso de participar en todos los proyectos de la compañía, pero también deseaba protagonizar los papeles principales. Había enviado una solicitud para las pruebas antes de las vacaciones, y se le formaba un remolino en el estómago al recordar ese formulario que había entregado en la secretaría de administración de la compañía.

Baila para mí || YoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora