||Epílogo||

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Seis semanas después...

Deslizó una esponjita por sus mejillas para cubrirse la piel del rostro con una base de maquillaje de color blanco.

Con el lápiz negro resaltó los ojos, terminó de aplicar las sombras sobre sus párpados.

Se miró en el espejo para comprobar que todo estaba correcto, buscando alguna imperfección en el esquema de colores. Destacó con unos tonos más oscuros los pómulos y las líneas de expresión. Por último, con mucha delicadeza, se colocó la tiara de laureles dorados en la cabeza.

Observó su reflejo.

Acarició su cabello mientras esperaba que la laca de la parte superior terminara de secarse y se puso el traje, un maillot fino de color piel y una túnica blanca. Se ajustó el
vestuario con alfileres y comprobó que el velcro no estuviera demasiado apretado para cuando Jungkook tuviera que arrancárselo en mitad de la escena.

―Park, ¿cómo vas? ―le preguntó la directora de escena desde el otro lado de la puerta, mientras terminaba de maquillarse el resto del cuerpo.

―Ya estoy vestido.

―Veinte minutos y subes, ¿oído?

―Oído.

Se dio un último retoque en la cara, se pintó los labios de suave rojo y se echó un último vistazo. Rellenó las puntas con lana de oveja, cubrió cada uno de sus dedos con esparadrapo, se puso los protectores y se colocó las zapatillas. Ajustó las cintas y dio un poco de brillo a la superficie. Cuando se elevó sobre las puntas para terminar de encajarlas en sus pies, escuchó cómo crujían, y se estremeció de placer mientras se acercaba al armario para recoger el vestuario.

Se tropezó con un osito de peluche y pisó sin querer un ramo de flores. Recogió los pétalos un poco dolido por haberlo estropeado y lo puso sobre el tocador, entre los botes de maquillaje.

En su camerino había tantos ramos, tarjetas y regalos de admiradores que ya no sabía dónde poner las cosas.

Tras la primera función había recibido muchísimas felicitaciones y halagos por su actuación.

Leer todas las tarjetas le llevó toda una noche y dos cajas de pañuelos de papel. Desde aquel día, cada noche recibía más de una docena de ramos, felicitaciones y palabras de elogio, y no dejaba de sorprenderse de la cantidad de personas que agradecían su actuación.

Era muy emocionante.

Las semanas previas al estreno de Metamorfosis fueron agotadoras; todo el peso de la función recaía en su interpretación, y tenía que trabajar al máximo rendimiento.

Apenas tenía tiempo libre, la tensión y el agotamiento a veces amenazaban con vencerlo y en medio de aquel caos su cabeza, a veces, se sumergía en una laguna de dulces recuerdos.

Era difícil no pensar en Yoongi cuando las manos de Jungkook tocaban su cuerpo del modo en que Pigmalión tocaba a Galatea.

Desde su última conversación no había vuelto a saber nada de Yoongi. Había regresado varias veces a Winter Garden con la esperanza de verlo trabajar en el jardín del vecino.

Aunque su padre se lo había prohibido tajantemente, no podía evitarlo, y la amenaza de una denuncia sobre Yoongi impedía que se atreviera a pisar el
Victoria. Había deseado llamarlo todas las noches, cuando se despertaba en mitad de la oscuridad con el corazón en la garganta. Pero siempre recordaba que no podía hacerlo sin amenazar su libertad, así que se daba la vuelta para seguir durmiendo.

Si no enloqueció fue gracias al apoyo de Jungkook. Como primer bailarín, conocía la dureza del trabajo, y estuvo con él todo momento, animándolo, enseñándole, guiándolo durante los ensayos.

Baila para mí || YoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora