||Capítulo 18||

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El muy cabrón había decidido cobrarse el favor esa misma noche. Yoongi se sintió como un maldito imbécil, tendría que haber llevado a Jimin directamente a la habitación y haberle pedido que hiciera un baile privado para él.

Era lo que quería hacer, lo que llevaba deseando pedirle todo el día.

No, pedirle no.

Exigirle.

Y si se resistía, le negaría el alivio durante horas.

Se pasó una mano por la cara; ni siquiera sabía si tenía la voluntad necesaria para hacer una cosa así. Todas las veces que Jimin suplicaba, a él se le partía el
corazón, y no podía negarle nada.

Era demasiado blando, tenía que ser más firme.

Si se descuidaba, Jimin acabaría controlando todas las situaciones y él comería de su mano.

Llegó a la sala de vigilancia. La pared del fondo era un enorme mosaico de pantallas planas a todo color en las que se mostraban a tiempo real todas las cámaras
del club, desde el vestíbulo hasta el ático. Cuatro ordenadores, dos paneles de control y seis empleados mantenían el orden, comprobando que se cumplían las normas.

Demasiado frustrado para seguir de pie, Yoongi se dejó caer en la silla del rincón y se cruzó de brazos.

―Hoy no tienes turno ―señaló Shin, el jefe de seguridad, de pie frente a los monitores y con un auricular en la oreja.

Era un veterano de cabeza rapada y acento horrible al que, como todos en aquel club, le gustaba tocar los cojones. Yoongi contestó con un gruñido y Shin volvió a centrarse en los monitores, dando órdenes por el pinganillo a los de seguridad.

―La verdad es que está todo muy tranquilo ―comentó―. Apenas hay movimiento. Y es bastante tarde.

Volvió a gruñir. Se sentía como un niño castigado sin poder salir al recreo.

Tras cinco minutos de masticar rabia, Yoongi no pudo seguir quieto y conectó uno de los ordenadores que nadie estaba utilizando. Era eso, o comerse la cabeza
pensando en todo lo que Dong Yul estaría haciendo con Jimin. Abrió las cámaras del casino y buscó entre los clientes a su chico.

Lo encontró sentado en la mesa de datos, Dong Yul estaba a su lado y tenía la mano sobre la base de la espalda de Jimin, un gesto de puro dominio que le tensó los nervios.

Ese hombre era lo que Jimin necesitaba de verdad.

Poderoso, con dinero, dueño de un club de lujo; sin duda, un buen partido.

No tenía ningún puto sentido que se comportara con esa posesividad, ni que sintiera esos celos tan enfermizos. Jimin no era suyo, no era de nadie, y lo que había entre ellos solo era sexo. Pero Yoongi se vio capaz de arrancarle las manos a Dong Yul si las mantenía demasiado tiempo sobre el cuerpo de Jimin y, de paso, los ojos si lo miraban más de la cuenta.

No dudaba de la fidelidad de Jimin.

El bailarín sería demasiado prudente, demasiado educado y demasiado puro para dejarse convencer por Dong Yul. Alguien como Jimin tenía un arraigado sentido de la lealtad, no era de los que se iban acostando con cualquiera. En ese sentido, Yoongi se sentía muy afortunado. Pero Dong Yul, bajo su elegante fachada de joven empresario de éxito, era un cabrón de cuidado con un lado aún más perverso que el suyo.

Si se le metía entre alguna de esas pobladas cejas que le apetecía tirarse a Jimin, Yoongi no tendría nada que hacer, salvo estrangularlo con sus propias manos si lo descubría.

Se pasó las manos por la cara mientras lo veía sonreír y hablar con su jefe. Su angustia fue mayor cuando el dueño del club lo acompañó fuera del salón de juego para conducirlo a la sala privada de espectáculos. En ese momento, Ha-neul hacía su aparición en el escenario llevando unas vertiginosas botas de tacón y la estrecha y apretada lencería de cuero.

Baila para mí || YoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora