43. Perdón

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—Tal vez esto funcione—me digo a mi mismo.

No va a funcionar.

—¡Silencio subconsciente! Funcionará, ten un poco de fe en mí.

Un resumen de lo que pasa... He planeado algo que espero le guste a Noah, llevo tres semanas planeándolo y también convenciendo a Noah de verme nuevamente.

Esto debe funcionar, además, no quiero que en esta semana que queda aún esté enojado conmigo.

Ok, estoy esperándolo en frente de su puerta. Que no salga nada mal, por favor.

Abre la puerta y de inmediato le saludo—¡Hola Noah!—él me voltea a ver sin expresión alguna.

—Hola—responde seco.

Tu simple presencia lo arruina todo.

¡No me apoyas en nada!

—Y bien... ¿nos vamos?—él asiente y cierra su puerta.

Está algo cortante conmigo, no me gusta para nada.

Ahora sabes lo que se siente.

¿Qué mierda dices?

Ya deberías saberlo.

Deja de joder, por favor.

Comenzamos a caminar al parque, lo hubiera llevado en auto pero no sé conducir. Y sí, en el parque le tengo algo especial.

Durante todo el trayecto hubo un horrible silencio, ni siquiera tenía el valor de verle a la cara, me sentía algo intimidado por lo que podría decirme.

Era de noche, hacía un leve frío pero sólo para refrescarnos un poco.

Llegamos al parque, mire de reojo su cara la cual tenía una expresión de decepción. Probablemente esperaba algo mejor. Nos adentramos para ir al lago, había preparado una cena al aire libre.

No mames que pinche cursi.

¡Callese! Recuerdo perfectamente que él siempre había querido que fuera cursi en algunas ocasiones.

Recuerda que está emputado contigo.

Rayos, tienes razón.

—Ah... Mira, te he preparado una cena.

—Es de noche y hace frío. ¿No crees que nos podría dar hipotermia?—mencionó frunciendo el ceño.

No es por nada pero tiene un punto.

No hace tanto frío.

Dentro de poco va a helar más.

—¡¿Qué? Tonterías! No te preocupes, además, preparé tu comida favorita, ravioles.

—Sólo espero que no se hayan enfriado—dijo mientras se sentaba.

—Claro que no—sí se habían enfriado.

¡¿AHORA QUÉ HAGO?!

Te daré un consejo. Primero consigue una soga, la amarras al árbol más alto, te la pones en el cuello y sólo deja que la gravedad haga su trabajo.

Estoy hablando en serio.

Yo también.

Mierda, no sé que hacer. Le serví un poco en su plato esperando a que no noté que están medio congelados.

—Al menos serás un buen heladero—espetó levantándose de su silla—. Creo que vine a perder el tiempo.

—Noah, espera—me levanté en seguida.

—¿Ahora qué?

—Yo...—bajé la cabeza, no sabía que decir, estaba asustado.

—Adiós Steve, al menos lo intentaste.

Escuchaba como sus pasos se iban haciendo más silenciosos. No quiero perderlo.

Corrí hacía él y lo abracé por detrás—¡¿Qué crees que ha...?!—lo interrumpí.

—No, por favor no te vayas—comenzaron a salir varias lágrimas de mis ojos—. Lo siento, en verdad lo siento. He sido bastante malo contigo, muy seco y frío cuando tú siempre has sido cálido conmigo. Es sólo que tenía miedo, mas bien... Tengo miedo de quedarme solo.

—Steve...

—No sólo eso—trague saliva—, me di cuenta de lo mucho que significas para mí, siempre has estado a mi lado y por mi culpa te has alejado de mí. No falta mucho para que vayas a la universidad, sé que es algo que no podré evitar pero al menos quería estar estos últimos días a tu lado. No tienes porque perdonarme pero quiero que sepas una cosa, que yo...—tragué saliva—en verdad no sabes cuanto te amo y me duele que estés molesto por culpa mía.

Me solté de él cayéndome de rodillas con los ojos llenos de lágrimas.

—Por favor... No me dejes—susurré.

—Steve—habla captando mi atención—, estás perdonado—aún teniendo la vista nublada veo como una sonrisa está dibujada en su cara con una que otra lágrima. Se aleja poco a poco hasta ya no ver su silueta.

Las aventuras gays de SteveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora