44. Agustín traidor

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Era de mañana, la parte perfecta del día para no hacer absolutamente nada. En cambio, tenemos a un costal de moco en la cama con los ojos rojos e hinchados, la cara llena de fluidos asquerosos y la nariz, ni hablar.

Su amigo ya le había perdonado pero no quitaba el hecho de que pronto se va. Eso era lo que le tenía angustiado.

¿Acaso te quedarás todo el día ahí?

—No es el momento indicado para pelear contigo.

¡Pero al menos límpiate esa cara! Que asco.

—Está bien, pero después iré al McDonals a comerme tres Whooper Triple y no necesito tu aprobación.

Sí, sí, pero ya lávate we.

—Ok.

Rodó hasta la orilla de la cama, bajó un pie con extrema pereza, bajó el otro enseguida de que uno de sus deditos tocara el suelo. Se levantó tan despacio que incluso una tortuga parece el Rayo McQueen a comparación de él.

Una vez que logró salir de su cuarto fue en dirección al lavamanos. Abrió la llave y juntando agua con sus manos la echó a su cara.

—¡Ay, está muy fría! —exclamó.

De pronto escuchó al timbre sonar, ¿quién mierda toca a estás horas de la mañana?

Fue a la planta baja para ver quien era.

—¿Quién es y qué quieres?—dijo mientras abría la puerta.

—Ah, hola—sus ojos quedaron abiertos como platos al ver a la persona que se encontraba en frente, enseguida cerró la puerta de un jalón pero lo detuvo el pie de aquella persona.

—No estoy de humor para soportarte por más tiempo, Catherine.

—Se nota en tu cara. Pero no he venido para molestarte o cosas así, vine por esto—levantó un cartel el cuál era aquel anuncio en el que buscaban a Agustín.

—¿Quéééééééé? Ni siquiera tengo perros.

—¿Y ese de ahí? —señaló a Agustín quién estaba mordisqueando la chancla de Steve.

—Agustín traidor.

—¿Agustín? Pff... ¿qué clase de ridículo nombre es ese?—dijo a carcajadas—. Vamos Bola de nieve, es hora de que regreses a tu verdadero hogar.

—¿Bola de nieve? ¡Ese ni siquiera es un nombre! Además él quiere estar conmigo.

—¿Con un anciano melancólico? Sí, claro—habló con cierto sarcasmo.

—Oye, ¿pero cómo fue que viniste si ni siquiera llamé?

—Una tal Karen lo hizo—esa traición —, si me disculpas—tomó a Agustín—. Ten la recompensa, son $500.

—No gracias, el dinero no podrá reparar un corazón roto—cerró la puerta.

Abatido por completo se acostó en el suelo llorando como si no hubiera un mañana.

Las aventuras gays de SteveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora