Capítulo 4: Aluvión de preguntas
No entendía qué era lo que le pasaba, pasó por una experiencia traumatica, pero en vez de echarse a llorar como cuando fue abrazado por su madre, fue otro el sentimiento que le dominó por completo: curiosidad.
Con la ceremonia de la caza del ciervo dorado interrumpida, las clases retornaron a la normalidad, salvo el hecho que ponía toda su atención en la disertación que diese su anciano maestro.
―Maestro, disculpe ―decía, quien en ese día, no era la primera vez que preguntase algo para asombro de su profesor―, ¿por qué en nuestro reino las mujeres no tienen derecho a combatir?
―Eso es porque se considera que solo los varones deben defender el honor del reino de Lofildius.
―¿Pero qué hay de las sacerdotisas guerreras?
―Las sacerdotisas guerreras corresponden a una era remota cuando el mundo era más incivilizado, época que por fortuna ya ha quedado en el olvido.
―Pero maestro, en la batalla pude ver como mujeres orcos participaban en la lucha.
―Lo que refuerza lo que dije, príncipe ―interrumpía el anciano, percatándose cómo todos los presentes no se perdían ni una palabra de lo que decían profesor y alumno―. Los orcos son unas criaturas animalescas que se quedaron atrás en el tiempo y con sus acciones solo buscan que el mundo retorne a tiempos más barbáricos.
―Pero las leyes de Lofildius recitan que todos sus ciudadanos deben velar por la paz y el bienestar del reino. ¿Eso no supondría que las mujeres tendrían el derecho de luchar junto a los hombres?
―Está malinterpretando la ley, príncipe, lo que el espíritu de las sagradas normas del reino dan a entender, es que las mujeres tienen otras maneras de velar por el reino como ser las labores domésticas.
―¿Solo eso? No veo que las mujeres del reino participen en el alto consejo de la capital o en la votación para la elección de los burgomaestres de las villas.
―Ni es necesario que lo hagan. Las mujeres no necesitan realizar cosas como votar o luchar, ese es el signo de tiempos civilizados y ordenados; todos tenemos nuestras labores propias asignadas de antemano para felicidad nuestra y la del reino.
Finibur no sabía si sentirse contrariado o feliz por el interés que demostraba Fresnia en asuntos relativos al reino, pero solucionó el dilema prosiguiendo sus clases con la misma metodología aburrida que impartía desde hacía tiempo.
Sin todavía haber logrado satisfacer su curiosidad, el joven se dirigió a la biblioteca real y pidió al bibliotecario todos los pergaminos que podía haber respecto al tiempo de las sacerdotisas guerreras y a los orcos.
La información respecto a las féminas luchadoras de su raza era detallada, pero por alguna razón le parecía que estaba cargada de detalles demasiado poéticos, preguntándose si estos eran en verdad certeros. Por otra parte, la información de los orcos si bien extensa, era una repetición tras otra del carácter belicoso de estos seres y demás características que enfatizaban solo aspectos negativos, y por más que buscó, no pudo encontrar notas relativas a cómo era la vida cotidiana de estos seres y su estructura social.
«Todo esto es inútil. Solo encuentro propaganda del reino e información despectiva hacia los orcos».
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Durante su solitaria cena, no prestó atención a los aromáticos manjares frente a él, sino que su mente siguió divagando hacia los orcos y su posible estilo de vida, en especial hacia la guerrera que derrotase a su amigo Tanadel.
«¡Eso es, Tanadel!», pensó de pronto al recordar a su amigo. Le visitó en las barracas para asegurarse que estuviese bien, pero no le formuló ninguna pregunta respeto a lo que sabía de los orcos, seguro él podría darle una respuesta más confiable que su viejo maestro o la información parcializada de la biblioteca.
―¿Se encuentra bien, príncipe? ―le preguntaba Plumire al darse cuenta de la repentina emoción que reflejaba el rostro de su joven señor.
―Sí, estoy bien..., ¿segura que no deseas comer a mi lado?
―No sería apropiado, príncipe, la servidumbre debe permanecer de pie y detrás suyo cuando cena su gracia.
―Pero comer así es tan aburrido.
―Lo siento, príncipe, pero debo guardar los protocolos apropiados.
―Ya veo... Dime, ¿alguna vez has deseado, no sé, llevar una vida diferente?
―No, no lo creó. Toda mi vida serví en el palacio así como mi madre y su madre.
―¿Y estas contenta con solo hacer eso?
―Por supuesto, no hay nada a que aspire salvo servirle con lealtad.
―¿Nunca te ha interesado luchar, votar o siquiera explorar las tierras más allá de Lofildius?
―¡Por Praeles y Lunar, no! Solo los territorios elfos son civilizados, cualquier cosa más allá solo es un erial dominado por los bárbaros orcos.
Fresnia se sorprendió con lo que dijo su amiga y volvió a fijar su vista en el plato de comida, pero pronto su mente se perdió en lugares distantes y todavía no explorados por ningún elfo.
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Plumire junto con otras sirvientas de rostros risueños, se dirigían a la habitación real del príncipe para cumplir sus tareas matutinas como ser lavar y vestir al heredero de la corona de Lofildius, sin embargo, vieron la cama vacía y un montón de ropa sobre esta.
El rostro varonil de Tanadel se mostraba sorprendido, más incluso que el de las sirvientas del palacio al ver como el príncipe estaba justo delante de su puerta, sin su escolta diaria conformada por los caballeros del unicornio.
―¡Príncipe! ¿¡Que hace usted aquí?!
―Buenos días, Tanadel, he venido... ¡Por Lunar! ¡Cúbrete, Tanadel!
―¡Lo siento mucho! ―exclamó el valiente caballero y fue presuroso de vuelta a su habitación, tratando de encontrar algo rápido que le cubriese el sexo y su culo.
Tras cubrirse con una frazada como si estuviese llevando una toga, invitó a Fresnia a pasar dentro.
―¿En qué puedo servirle, Príncipe?
―¿Qué es lo que sabes de los orcos? Es decir, ¿cómo son?
―Bueno, pues son monstruos brutales con cara de cerdo y su piel es como si estuviesen pintados con tintes apestosos del pantano, cabalgan enormes cerdos salvajes con los cuales hacen la guerra...
―No, no, Tanadel, eso ya lo sé. Lo leí en la biblioteca. Lo que quiero saber es cómo son en realidad.
―Este, no sé muy bien qué es lo que quieres que te diga ―dijo el guerrero mientras se rascaba la nuca.
―¿Son nómadas o seminómandas? ¿A qué dioses rezan? ¿Cómo es su estructura social? ¿Qué comen o beben? ¿Cuáles son sus festividades? ¿Hay reyes entre los orcos? ¿Alguna vez han intentado comerciar con nosotros? ¿Cómo crían a sus hijos? ¿Alguna vez enviamos embajadores donde ellos? ¿Hubo siquiera un momento en que...?
―Woa, Woa, espera un momento, no tan deprisa, su gracia.
―Bueno, ¡responde!
Con un rostro extrañado ante tantas preguntas y lo que es más aun, el tema que trataban todos esos requerimientos, Tanadel trató lo mejor que pudo de responder el aluvión de dudas que tenía su joven amigo y señor.
Fresnia se encontró defraudado, lo que sabía su ídolo no era ni más acertado, ni más extenso de lo que descubrió por su cuenta, de hecho, no aportó ningún dato nuevo que él no supiese ya.
A su retorno al palacio comprobó que se formó todo un alboroto en su corta ausencia. Su madre le recriminó para luego ponerse a llorar y cubrirle de besos como siempre lo hacía. Le decía que no deseaba que él se extraviase en el reino, pero Fresnia tomó una decisión.
CONTINUARÁ...
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El amor no es rosa... ¡Es verde! (de Bolivia para el mundo)
Fantasy[Historia original] Una historia de amor contra todo pronostico entre un joven elfo y una orco adulta. [Obra registrada en SAFE CREATIVE con código 1807307883492. Todos los Derechos Reservados, prohibido el plagio de esta obra para efectos de lucro...