Abrazando al gato

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Capítulo 25: Abrazando al gato


El cálido microclima de la base de las cordilleras nubladas dio paso al frío viento de la planicie. Fresnia detuvo su marcha y su porcina cabalgadura aprovechó para hozar suelo gracias a la ayuda de su duro hocico al son de gruñidos esporádicos que mostraban disconformidad por encontrarse tan lejos de su corral.

Luego de orientarse, el jinete emprendió la marcha, esta vez bajo los primeros rayos solares, haciendo que tanto él como su montura se vieran con ánimos renovados.

Una débil estela de polvo, casi imperceptible fue visto apenas por los penetrantes ojos del elfo.

«¿Quién será?», pensó en un principio, pero luego dicha interrogante pareció responderse al ver como la débil estela incrementaba su volumen y lo que es más, parecía dirigirse hacia él.

Por un momento dudó, pero luego frunció el ceño, se bajó de su cabalgadura, a la cual le dio una caricia en el hocico frío y húmedo, luego como le dijese Labios Negros, le dio una palmada en los cuartos traseros, el animal dio un gruñido de sorpresa y luego fue con pronta carrera hacia el poblado orco.

Fresnia no se dio la vuelta, mantuvo la postura hasta ver perderse la estela de polvo del enorme cerdo, ni siquiera se dio vuelta cuando escuchó a la perfección el ruido de los cascos de los caballos ya muy cerda de él, de hecho, los equinos relinchaban al verse frenada su marcha de improviso por orden de sus jinetes, incluso podía sentir el aliento de los animales justo en su nuca.

―¿Fresnia, mi príncipe? ―dijo una voz que el joven elfo reconoció a la perfección.

Se dio la vuelta, no sabía si debía mantener un rostro serio o mostrar una triste sonrisa, pero antes de decidirse ya veía a los ojos a Tanadel, el capitán de los Cisnes Azulados.

No hubo una contestación de inmediato, solo los ojos llenos de tristeza de Fresnia se expresaron por él.

―Regresemos a casa ―dijo Tanadel, cortando el protocolo y llamando a su señor por su nombre viendo que este se hallaba sufriendo.

Extendió su mano de manera caballerosa y su amigo se la agarró, con el impulso, este pudo sentarse delante de él. Una vez acomodado, Tanadel agitó las riendas y su cabalgadura se dio la vuelta para regresar hacia el palacio junto con los demás caballeros bajos sus órdenes.

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El palacio real brillaba con los rayos del sol, todo el conjunto se veía magnifico, pero a ojos de un viajero que retornaba, ningún resplandor parecía cálido, sino frío, incluso ajeno.

Fresnia no se alegró con la visión, la angustia bañaba en ese momento sus sentidos, sentía su corazón pesado cuando atravesó el portalón real y más cuando entró al palacio, sin embargo, cuando vio a sus padres acercarse hacia él, pudo sentir como sus latidos marcaban un ritmo acelerado, tanto como cuando se acostó con Gruñilda, sin embargo, su cuerpo no vibraba con la felicidad de ese momento, sino temblaba al no saber la reacción de sus progenitores.

No hubo gritos ni recriminaciones, tampoco el asomo de una palma extendida levantándose a lo alto, solo el abrazó de dos padres cariñosos que lloraron mientras cubrían de besos a su hijo amado.

Fresnia se vio sorprendido, su nerviosismo le hizo imaginar el peor escenario posible, conmovido, procedió a corresponder los abrazos a la vez que él también derramó lágrimas.

―Papá, mamá. Lo siento, no quise preocuparlos, por favor, no lloren..., no lloren.

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Abrió los ojos una mañana que le pareció más fría que las demás, su cama adoselada se veía como cualquier muro vasto de piedra, indigno de merecer alguna atención, y lo que es más, ninguno de los elementos del mobiliario destacaba más.

Debía levantarse, pero no tenía el ánimo suficiente, no por el frío que pudiese sentir al desprenderse de las sábanas, sino por el frío que estaba y que de seguro permanecería en su corazón sin importar que hiciese.

Más aburrido que por otra cosa, se levantó y tocó la campanilla en un acto reflejo que no le reportó ningún tipo de sentimiento.

Las sirvientas, incluyendo a Plumire, procedieron a desvestir al príncipe para luego preparar su baño.

―Por aquí, mi señor ―dijo Plumire contenta de volver a servir a su joven señor, pero luego su rostro mostró preocupación porque Fresnia no dijo nada, tampoco su faz mostraba emoción alguna, solo se dirigió de manera automática a la amplia bañera y dejó que las sirvientas le bañasen con esmero, parecía un muñeco que se rompió en alguna parte.

«Fresnia... Oh, Fresnia, ¿qué fue lo que te pasó?».

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Tomaba el desayuno con sus padres que se encontraban con el corazón reposado y con sonrisas en sus rostros por el retorno de su retoño.

Levantaba la cucharilla y tomaba el contenido, pese al esfuerzo de los cocineros reales, los dulces manjares no le supieron a gran cosa. Toda la comida le sabía a insípida y no por la costumbre de la comida elfo de no usar especias en los vegetales destinados para el consumo.

Parecía disecado por dentro, se preguntaba si de verdad necesitaba sustentarse con alimento si por dentro parecía solo existir un desierto.

―Mi pequeño, ¿no te gusta el desayuno? ―le preguntó su madre con preocupación. Su padre también arqueo las cejas en un signo de temor de que tal vez algo le pasase a su hijo.

―¿Te sientes bien? ¿No estás enfermo, verdad? ―intervenía su padre―. Tal vez deberíamos llamar al sanador.

―No, estoy bien ―dijo, y volvió a comer a comer.

Sustentarse por la tristeza, digerir la rutina que no hacía más que romperlo más por dentro, cómo le hubiese gustado suspirar en ese momento, pero así como parecía su pecho estar seco y no permitía a sus ojos desbordarse en lágrimas, igual no encontraba sentido en sentir lástima por su situación. Se estaba oxidando, desgastando por dentro.

Solo Carotas, el feo gato cimarrón llamó su atención, Fresnia lo levantó y lo llevo contra su pecho.

«Si supieses cuanto te extraño, Gruñilda».

CONTINUARÁ...

El amor no es rosa... ¡Es verde! (de Bolivia para el mundo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora