El demonio de ojos rojos

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Capítulo 2: El demonio de ojos rojos


El día se vislumbraba apto para la cacería del ciervo dorado. Un destacamento real iba a lomos de sus fieles corceles, Fresnia iba con ellos, a diferencia de otras veces, no lucia ropajes reales, sino que iba con un sencillo conjunto de caza en el que ni su arco o carcaj de flechas tenía aditamentos o adorno alguno que mostrara su noble procedencia.

―¿Se encuentra preparado, príncipe? ―le preguntaba un guerrero elfo de apariencia recia y varonil.

―Tanadel, sí, estoy bien, un tanto nervioso.

―Descuida ―decía el valiente capitán mientras miraba a los lados tratando de ver si habían oídos curiosos por los alrededores―. Una rápida carrera, y tendrás que enfrentarte al ciervo dorado, ni siquiera habrá que perseguirle o acorralarle, para eso están los escuderos; ellos acorralaran al noble animal y tú deberás enfrentarle para cortarle la punta de su cornamenta. ¡Tan fácil como declamar poesía frente a un balcón de una dama!

Pues para Fresnia no le parecía nada fácil, ni una cosa ni otra. Tanadel, de quien varios jóvenes escuderos e incluso caballeros profesaban admiración, incluso adoración, incluyendo el mismo príncipe, estuvo a punto de aconsejar la forma en que el joven debería acercarse a su salvaje objetivo, cuando cuernos de guerra resonaron a la distancia.

―¿Están anunciando la vista del ciervo dorado? ―preguntó el príncipe, temeroso de que pronto comenzara la veloz cabalgata, él no era muy adepto a la velocidad.

―Esa no es la tonada para la cacería. ¡Caballeros del unicornio, Protejan al príncipe! ¡Caballeros del cisne azulado, a mí! ¡Vayamos donde Su Majestad, el rey, que se halla más adelante!

Fresnia no se dio cuenta de lo que estaba pasando, pero cuando vio a los caballeros rodearle y el destacamento de los cisnes azulados, salir despedidos hacia la cabecera de la larga marcha, empezó a temblar.

Más sonidos de cuernos de guerra se escuchaban mucho más adelante, pero esta vez venían acompañados por el lejano sonido de tambores, estos últimos pertenecientes a los orcos.

Fresia no sabía que le sorprendía más, si el inesperado ataque de los orcos o la rapidez con la que se extendió la batalla hasta la posición donde él se encontraba.

Su profesor tenía razón: salvajes, brutales, de energía demencial y con el olor a sudor y patas de meses sin asear. No sabía que era más grotesco: las armaduras de pinchos o sus animalescos rostros de cerdo.

Sus caballeros escoltas avanzaron al frente, aniquilaron con eficiencia a la vanguardia, pero pronto orcos montados en salvajes y enormes cerdos barrieron toda defensa. El ataque fue tan masivo, que el corcel de Fresia se encabritó y él no pudo calmarla ni seguir en la montura.

Cayó de espaldas, por fortuna su caída fue amortiguada por hojas y musgo, con lo cual se agachó y salió escabulléndose del lugar cual temerosa ardilla.

Los ecos de la batalla le desorientaron, por lo que, pese a sus deseos, se vio rodeado por elfos y orcos combatiendo a lo desesperado.

―¡Tanadel! ―gritó Fresnía al divisar a su amigo, quien como un dios de la guerra, cercenaba con su espada a quien fuera se le pusiese el frente, así de hábil era con su espada.

Más y más orcos montados en enormes y feroces cerdos salvajes se dirigían ante el excelso guerrero, sin embargo, Tanadel los derribaba a todos con una gran maestría de la espada, ya sean orcos montados o pieles verdes de a pie.

Los orcos con sus pesadas armaduras de pinchos, dieron paso a un demonio semidesnudo, las sombras le cubrían y solo resaltaban sus ojos del mismo color que las llamas del averno.

Tanadel cabalgó veloz ante esta nueva y desconocida amenaza con la intención de embestirle y de paso agarrar al vuelo a Fresnia para llevarlo lejos de la batalla.

Parecían caballo y guerrero una combinación imparable, sin embargo, el demonio se agachó y con sus fuertes brazos levantó tanto al corcel como a jinete, y los arrojó lejos como si fuesen un simple costal.

―¡Tanadel! ―gritó Fresnia, no pudiendo creer lo que acababa de presenciar. Sabia por sus clases que los orcos eran criaturas fuertes, pero jamás creyó ver a uno tan poderoso y brutal.

El caballero elfo no se dio por vencido, por fortuna su caballo no salió lastimado y lo montaba de nuevo para comenzar de nuevo el ataque o al menos ir donde su joven amigo y rescatarle.

Pese a la velocidad con la que el caballero montó de nuevo su corcel de guerra, el demonio de ojos rojos estaba delante de él y sujetaba las riendas.

Un fuerte puñetazo se impactó en la cabeza del noble animal, haciendo que este perdiese el conocimiento. El jinete estuvo a punto de quedar aprisionado por el peso de su montura, pero haciendo uso de sus reflejos, saltó a último segundo, luego de rodar por el suelo, se incorporó para dar batalla.

Los gritos de ánimo de Fresnia se oían con claridad, no podía defraudar a su príncipe y amigo, debía rescatarle.

Tanadel trazaba arcos mortales con su espada, pero estos eran parados por el enorme escudo y la tosca espada del rival. Ambos tenían un estilo de lucha muy diferente: eran el caballero contra el cavernícola, y fue la fuerza bruta y el salvajismo quienes lograron la victoria.

Un fuerte cabezazo hundió el casco del noble elfo; una patada sin gracia, pero poderosa, mandó al pobre caballero muy lejos, hasta una pendiente inclinada.

―¡Tanadel! ―gritó Fresnia, pero enseguida se dio cuenta que cometió un error, llamó la atención del monstruo.

«¡El arco, usa el arco!», pensaba asustado. Sacaba de manera torpe las flechas de su carcaj. Estas caían al suelo debido al temblor en sus brazos, pero de alguna forma disparó flecha tras flecha, todas ellas impactando lejos del objetivo.

Una flecha suya impactó en el escudo grande del rival, cubierto de flechas de oponentes con más puntería y fuerza, pero rebotó de manera patética, lo mismo que otra que le dio de pleno en el pecho del orco.

Su carcaj se quedó sin flechas, intentó inclinarse para agarrar las que estaban regadas por el suelo, pero cuando sus delicados y largos dedos con uñas y yemas femeninas rozaron las plumas de las flechas, un poderoso pie enfundado en una bota de pieles y cueros desgastados, aplastó y rompió las flechas.

―¡No te acerques, por favor! ―gritaba el príncipe mientras sacudía el arco de forma torpe delante de él, pero el orco se acercó donde su víctima y le miró con atención.

Fresnia quiso retroceder, pero su espalda chocó contra un árbol, estaba atrapado, se llevó el arco hacia su pecho, en un intento infantil de que este sirviese de barrera contra el monstruo, criatura diabólica que se inclinaba para verlo con mayor atención y que llevaba su tosca espada a la entrepierna del joven elfo.

Fresnia temió lo peor, seguro de que le iba a castrar, pero tal acción del orco era para verificar una cosa: su sexo.

CONTINUARÁ...

El amor no es rosa... ¡Es verde! (de Bolivia para el mundo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora