La salida del reino

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Capítulo 5: La salida del reino


Al principio tuvo problemas para vigilar los horarios de los guardias de la entrada de la capital, debido a que siempre estaba acompañado por su escolta de los caballeros del unicornio, quienes desde hacía milenios habían sido los encargados de proteger a la familia real luego de la desaparición de las sacerdotisas guerreras de Lofildius. Sin embargo, su interés por el cambio de guardia entre otros aspectos relativos a la seguridad de los siete portalones reales, fue visto como que el joven príncipe empezaba a interesarse en el bienestar de su reino.

Con el ataque orco ya visto como un acontecimiento algo lejano y la vigilancia relajada, Fresnia consideró que era momento de llevar a cabo su plan.

Como siempre se acostó temprano, pero dejó una nota para sus padres en el que les revelaba su deseo irrefrenable de explorar el mundo y verlo por sus propios ojos.

El príncipe se camufló con una larga capa con una capucha que le cubría el rostro de bellas facciones. Abrió las puertas de su habitación, debía darse prisa antes de que viniese uno de los guardias que resguardaban su habitación, bajó a las cocinas para luego salir del palacio, luego, sin levantar sospechas de la guardia del portalón real, salió de las murallas de la capital al camuflarse como un integrante más de un grupo de comerciantes que retornaban tarde a un pueblo elfo que colindaba con la muralla exterior.

Se impresionó al ver la capital desde más allá de las murallas. Por la noche se veía muy diferente que como lucía en el día, pero no tuvo tiempo de distraerse para no levantar sospechas, junto con los demás comerciantes cruzó el puente de la golondrina y caminó hasta llegar al pueblo Ghaesdle.

El lugar se hallaba tan cerca de la capital, que desde las calles más amplias podían verse los brillos de las antorchas a través de los amplios ventanales del palacio real, la estructura más grande y elevada de todo Lofildius a excepción de la torre de la bella dama Sanadiel en la isla del cíclope.

«Debo buscar un guía», pensaba. «Escuche que en Ghaesdle hay una compañía de mercaderes enanos, debo hallar un enano que haya cumplido su trabajo con su compañía».

Fresnia sabía que cualquier elfo le llevaría de regreso a la capital de enterarse de su noble procedencia, sin embargo, un enano en busca de empleador, era algo muy diferente.

Finibur el joven, su maestro, estaba en lo cierto al respecto a los enanos y su naturaleza mercenaria. No le fue difícil convencer a uno para que le llevase hasta los Territorios Pardos en base a una generosa paga de joyas y a condición que no hiciera demasiadas preguntas.

El tiempo era primordial así como pasar desapercibidos al abandonar el pueblo, aspectos en lo que Fresnia recalcó a la hora de llegar a un acuerdo con el enano. La noche no estaba muy avanzada y los dos viajeros partieron hacia los Territorios Pardos, de los que se decía, era el lugar donde uno podría encontrar a los orcos más próximos a la capital del reino de Lofildius.

El enano y el príncipe cabalgaron por sendas que no eran transitadas para despistar a los caballeros elfos que de seguro le buscarían. El bajo y robusto individuo fue el encargado de aprovisionarse de alimentos y bebidas en una posada algo alejada, pero no pudo quedarse a pasar la noche en el lugar por deseo de Fresnia quien no quería dar a conocer siquiera su presencia.

El joven príncipe estaba encantado, era la primera vez que iba a pasar la noche viendo el cielo estrellado en vez de ver la cúpula de su cama adoselada, así, y contando las estrellas, se durmió.

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Un empujón del enano fue el que despertó a Fresnia, así lo pidió el príncipe, quería poner la mayor distancia entre él y la guardia del unicornio. El sol todavía no asomaba en el firmamento y el cielo se mostraba todavía oscuro.

El pronto interés de Fresnia por los alrededores pronto fue remplazado por el desagrado del frío matinal cuando el cielo se pintaba de un gris claro. Apenas vieron el primer rayo de sol tocar la punta de los arboles más altos, apuraron la carrera para llegar a su destino.

El viaje duró un par de días y por fin ambos jinetes llegaron a las tierras pardas, una planicie desprovista del verdor de las praderas, solo el pajonal mustio que se extendía hasta donde iba la vista.

―¿Estás seguro, Brinbol, qué hay orcos en las inmediaciones?

―Seguro, maese Paeles, pero para eso debemos ir hasta las Cordilleras Nubladas, ellos suelen vivir en la base de las montañas debido a que en la planicie no hay mucha agua de la cual sustentarse.

Dicho aquello, Fresnia siguió cabalgando hasta donde le indicó el enano. El clima en la base de la montaña no era tan agreste como en la planicie, y se podía vislumbrar cómo la vegetación se hacía más frondosa y la temperatura se ponía más cálida gracias al microclima imperante.

Le hubiera gustado que el enano le contase más aspectos relativos a los orcos, pero de antemano sabía que cualquier cosa que dijese su barbudo guía, sería desde un punto de vista muy parcializado viendo la animadversión que se tenían estas dos razas. Por tanto, no le quedaba otra que ver a los orcos con sus propios ojos.

La vista de un rio le trajo el eco de unas voces de tono grueso entre otros. Allí, en la orilla, podían divisarse un grupo de orcos.

―Bien, maese Paeles, hasta aquí le acompaño en su absurda búsqueda. Todavía no es demasiado tarde, le sugiero que regresemos.

Negó con la cabeza y sacó de su morral una gran pluma blanca del ave Xanaes, símbolo universal de la paz, que incluso los orcos reconocían, según rezaba una vieja historia de tiempos de las sacerdotisas guerreras de Lofildius.

De esta manera el príncipe se bajó del caballo, el cual dejó como parte de la paga al enano, y solo, se dirigió a encontrar a los orcos.

CONTINUARÁ...

El amor no es rosa... ¡Es verde! (de Bolivia para el mundo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora