Capítulo 32: El tiro imposible
Lucía una gala formal de acuerdo a los gustos de sus padres, también dejó que las sirvientas le bañaran, perfumaran y peinaran el cabello; todo ello para tratar con sus progenitores las graves noticias que le diese Gruñilda respecto a la horda de guerra orco que pronto asolaría el reino de los elfos.
Como era de esperarse, el estudiado discurso por parte de Fresnia cayó en saco roto, no hubo forma de convencer a los monarcas del reino acerca de la veracidad de las palabras de alguien a quien los dos adultos consideraban apenas algo superior a una bestia peligrosa.
―Hijo mio ―decía Sinutar, el rey―, es obvio que esta valiosa información como tú le llamas, no es más que una treta para nublar nuestro buen juicio y retrasar la marcha de nuestros caballeros.
―Pero mi señor padre, todo lo que dije es verdad, no hay motivo para creer que se trate de un ardid.
―El ejército no retrasará su marcha para aplastar a esa plaga que desde hace tiempo nos viene incordiando. Mi decisión ya está tomada, no hay nada que puedas decirme para cambiar esta.
―Fresnia ―decía esta vez Glaedes―, Ya pasó el periodo en el que la vida de esa..., criatura os correspondía, como mandan las leyes del reino, debemos proceder a su ajusticiamiento. ¿Mi señor?
―Reina mía, vos tenéis razón. La criatura deberá morir en la hoguera, es lo que corresponde según nuestras santas leyes, es lo que dictan para cualquiera que cometiese semejante atrevimiento en la ceremonia sagrada.
―Fresnia, una vez ajusticiada la criatura, deberás prepararte para llevar a cabo al día siguiente tu enlace sagrado con la joven que hemos designado para ti.
Una hoguera más bien parecía crecer en el interior de Fresnia, amenazando con consumirlo todo, sin embargo, el elfo supo que no ganaría nada enfadándose como la última vez, la vida de su amada dependía en que pudiese controlar su carácter y pensar en una solución alternativa, la que fuera.
―Padre, mi señor, si esa es tu decisión final al menos permíteme una gracia.
―¿Qué es lo que pides, hijo mío?
―Es respecto a la prisionera...
.
.
Gruñilda de nuevo veía de frente a su joven amante, no obstante, la visita no revestía un carácter subrepticio, su presencia tenía un carácter formal.
―Liberen a la prisionera de sus cadenas y luego salgan, déjenos solos.
―Pero mi príncipe. No creo que sea conveniente.
―No deseo ningún guardia conmigo ¿o acaso creen que no podría defenderme de cualquier ataque?
―No mi señor, pero...
―Fuera.
Los guardias nunca habían visto a su joven príncipe de esa forma, todo marcial y con un aplomo que intimidaría a cualquier gran capitán, así que, cediendo, liberaron a Gruñilda de sus cadenas y luego dejaron al heredero de Lofildius a solas con la orca.
―¿Qué sucede, Fresnia?
―¿Recuerdas el plan de escape? Tal vez deberíamos hacerlo.
―Tan mal salieron las cosas.
―Sí, mi amor. Quise convencer al rey de conmutar tu pena de muerte por encierro perpetuo, pero no pudo ser.
―¿Y qué es lo que planean hacer los elfos conmigo? Será divertido ver el límite de su imaginación.
―No digas eso que no es divertido. En un primer momento te sentenciaron a morir en la hoguera, pero logré cambiar tu sentencia. Serás ajusticiada por el mejor arquero del reino, eso es bueno, así no sufrirás.
―¿Quién es ese elfo?
―Yo. Creo que las clases de arquería que tomé en la tribu, refinaron mi puntería.
―Qué bueno, porque la primera vez que te vi, apestabas para la arquería.
Fresnia sonrió ante este recuerdo y sin poder aguantarse más, llorando fue a besar a Gruñilda, quien le correspondió.
―Lo siento tanto, no sabes cuánto.
―Descuida, prefiero una flecha que la mordedura de las llamas, además, si alguien me matara, preferiría que fueses tú.
―Gruñilda, yo...
―No, sé lo que me vas a decir y te lo prohíbo. Debes vivir, sobrevive la invasión de los orcos y con viértete en un buen rey para tu gente, tal vez así consigas de alguna manera que nuestras razas se lleven bien.
―Yo... Está bien, haré lo que me dices.
―No te lo pido, es una orden de tu caudillo.
―Aunque te dijera que no te haré caso y haré algo estúpido para rescatarte, sabes que al final no lo haré... Es el honor de los orcos.
―Sí, un orco puede gruñir mucho, pero siempre cumple.
―Lo sé, lo sé.
Ambos se dieron un beso de despedida, el último que se darían en esta vida antes de encontrarse de pie junto a alguno de los dioses, si es que estos no condenasen antes su amor imposible.
.
.
La mañana era más fresca que las demás, eso no le importaba a Fresnia, sin importar el frío o calor reinante, su corazón debía asemejar a un frío diamante, imperturbable ante lo que sucediese alrededor. Por sus venas debía correr no sangre, sino hielo, debía mantener su mente calmada y así dar un fin piadoso a su amada.
El príncipe subió las escalinatas y ascendió hasta llegar a lo que parecía ser un patio amplísimo con una gran gradería a uno de sus costados, en ellos se encontraban los reyes así como otros altos señores y gente importante. En el otro extremo del patio ripeado con piedrecillas negras, se encontraba Gruñilda, quien tenía los dos brazos poderosos levantados por una cadena que se perdía en el interior de una columna que no revestía bajo relieve alguno.
El elfo vestía un atuendo marcial que solo dejaba al descubierto sus brazos desnudos, que con firmeza agarraban un arco y una flecha que llevaba una punta hecha de oro puro, material nada apto para tener una buena puntería, pero en eso radicaba la dificultad del tiro, era un disparo imposible de efectuar. Una vez fallase Fresnia, se procedería a quemar viva a Gruñilda.
CONTINUARÁ...
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El amor no es rosa... ¡Es verde! (de Bolivia para el mundo)
Fantasía[Historia original] Una historia de amor contra todo pronostico entre un joven elfo y una orco adulta. [Obra registrada en SAFE CREATIVE con código 1807307883492. Todos los Derechos Reservados, prohibido el plagio de esta obra para efectos de lucro...