Mucha utilidad

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Capítulo 11: Mucha utilidad


estaba tan ocupado sintiendo el gusto por la carne tierna por primera vez, que no se fijó que un orco iba hacia él cargado de pieles de cerdo.

¡Ouch!

―¡Cuidado, no estorbes el paso!

―Lo siento, ¿esas son pieles?

―Sí, vamos a prepararlas para las tiendas, ¿quieres ver?

Fresnia aceptó y siguió al orco que se llamaba Brugus.

El proceso era complicado, pero lograba transformar las duras cerdas de la gruesa piel en pelaje suave, voluminoso y acolchado que luego servía para cubrir las paredes de las tiendas del campamento.

«Increíble», pensaba al sentir el tacto con la piel ya terminada. «No se parece en nada a la piel de los cerdos del corral. Hubiera jurado que era la piel de conejos grandes de Miluniar».

―La piel impide que el frío entre a las tiendas.

―¿El frío? ―dijo extrañado Fresnia al saberse en un clima cálido.

―Ahora hace calor, pero verás cuando caiga lluvia de tormenta y las Cordilleras Nubladas hagan que la niebla suba por todas partes. La piel atrapa la humedad y mantiene las tiendas secas por dentro.

El príncipe se sorprendió con esto y pudo verificar cómo los sobrantes de las pieles eran confeccionadas para la vestimenta de los orcos, ellos solo usaban pieles de cerdo sin trabajar y nada más, vestir pieles de otros animales se consideraba como presumido, solo admisible cuando habían reuniones importantes con otras tribus para tratar asuntos varios.

Escuchó algunos gruñidos de cerdos, cerca de donde estaba, así que salió de donde preparaban las pieles y vio como algunos orcos montaban los cerdos.

Su maestro Finibur le dijo que los orcos montaban feroces huargos y jabalís a pelo, pero lo que veía eran cerdos del mismo tamaño que los del corral, llevaban amarres y monturas junto con estribos y riendas para poder ser montados con facilidad.

Su asombro de seguro podía verse a la legua, una orca le pregunto qué le parecía todo aquello.

―Es intimidante.

―¡JA!, deberías ver una partida de guerra, entonces seguro te sorprendes.

―Yo pensé que ustedes montaban huargos o jabalís.

―Eso solo lo hacen los orcos de las Montañas de las Lágrimas, el clima es tan frío que no hay cerdos allí para usarse de monturas. En cuanto a los jabalís, nadie puede montar un jabalí, son bestias imposibles de domesticar, solo se los caza para los ruedos.

―¿Qué son los ruedos?

―Ruedos, corridas, montadas boing boing, llámalas como quieras. Son festividades donde en un enorme cerco, los orcos más valientes montan a los jabalís o al menos eso tratan, esas bestias saltan de un lado al otro tratando de derribar al orco, el que más aguante sobre un jabalí gana.

―Me gustaría ver eso.

―Falta para las fiestas. También hay otros eventos como saltar sobre el jabalí, eso lo hacen los más jóvenes o agiles; pruebas de fuerza, en las que con las manos desnudas y agarrando los colmillos debes derribarles; atraparles con un lazo y luego amarrarles las patas, para esto se usan jabalís jóvenes, hay muchas cosas que hacer en las fiestas en honor al Gran Chancho.

La partida de caza orco se alejó y con ella los curiosos ocasionales junto con la interlocutora del elfo.

Fresnia siguió deambulando por el campamento y vio a un orco anciano que tocaba una rara flauta para entretener a unos niños.

Los infantes no tenían la característica cara de cerdo que los varones adultos, tampoco tenían los colmillos inferiores y por eso sus ruegos para que el anciano tocara otras melodías eran muy claras sin el peculiar acento orco.

―¿Estas cómodo allí? ―le pregunto el flautista―. Acércate para poder escuchar mejor.

Fresnia se acercó con timidez, pero vio para su alivio que los pequeños estaban más interesados en el músico que en él. Solo los más crecidos le miraban de manera fija.

Critos, como se llamaba el viejo orco, tocaba una melodía tras otra. Esta representación no era calmada o solemne como la que escucharía de los músicos reales en el palacio, sino que sonaba muy movida y alegre, pese a que las notas tenían un tono muy alto para su gusto, pero al cabo de un tiempo le acabo gustando lo mismo que a los demás.

El anciano le mostró luego las diferentes flautas que llevaba, cada una de ellas estaba fabricada en base a los huesos de los cerdos que criaban. También le dijo que con la piel y pelos de estos, se fabricaban otros instrumentos de cuerda y percusión. La variedad de estos era tanta, que Fresnia se prometió encontrar algo para poder anotar todo lo que estaba descubriendo, su memoria no podría retenerlo todo.

El joven se despidió de Critos y luego vio en un extremo del campamento otro corral para cerdos, estos eran reservados para las monturas, y lo más extraño de todo: otro cercado en que habían pequeños cerdos.

En un principio creyó que se trataban de crías, pero luego vio que eran cerdos muy pequeños, diminutos en comparación a los demás, ni siquiera le llegaban a la altura de sus rodillas.

―Esos son cerdos truferos ―le decía nada más ni nada menos que Gruñilda, quien venía moviendo su brazo derecho en un gran arco, de seguro para quitarse cierta molestia en su hombro.

―Hola, líder gruñilda. ¿Qué hacen los cerdos truferos?

―Buscan Trufas y llámame Gruñilda a secas, a menos que estemos en una reunión importante con otras tribus.

―Está bien, ¿y que son las trufas?

―Son hongos que comemos, todo un manjar. Nuestra tribu es privilegiada, por la base de las Cordilleras Nubladas, las trufas crecen mucho y lo más importante: podemos saber el momento exacto en que lo harán.

―¿En serio?

―Sí, en otras partes las trufas son muy escasas, difíciles de predecir su aparición y no son tan sabrosas. Para nosotros son todo un manjar y hacemos trueque que nos beneficia mucho con otras tribus.

―Eso no lo sabía.

―Ya lo sabes, de hecho debes saber otra cosa, cuando ataqué a los elfos la otra vez, fue porque estos estaban cazando al ciervo dorado.

―No entiendo, ¿por qué atacaste a los elfos?

―Los ciervos son importantes para que las trufas crezcan, no sé por qué es así, pero lo es. Cuando los elfos cazan al ciervo dorado, el resto de la manada se dispersa y no hacen la migración a nuestros territorios.

Fresnia abrió los ojos sorprendido, ahora sabía el motivo del ataque de Gruñilda a la avanzada de cacería donde él mismo participaba.

CONTINUARÁ...

El amor no es rosa... ¡Es verde! (de Bolivia para el mundo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora