EL AMOR NO ES ROSA... ¡ES VERDE!
Capítulo 1: La flor más bella
"Y cuando la flecha dorada penetre en el corazón de la caudillo orco, entonces, acabará la era de las guerras" – Finibur el viejo, santo profeta de los reinos elficos.
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―Sus cuerpos verdes son verrugosos y duros, apestan, pero no tanto como el aliento fétido que sale de sus hocicos porcinos ―así declamaba Finibur el joven, el hijo menor de su famoso y finado antepasado, ante los jóvenes elfos en su clase quienes le prestaban atención y tomaban apuntes, menos uno quien dibujaba algo sobre una hoja de pergamino.
―¡Fresnia, pon más atención en clase!
―¡Perdón maestro, yo solo...! ―se excusaba un joven rostro más bello que el amanecer del principio de los tiempos, sin embargo, no conmovió al anciano que tenía el ceño fruncido.
―¡¿Qué es lo que estas dibujando?! ―dijo el maestro y le quitó al joven los pergaminos donde se hallaban plasmadas gentiles representaciones de diversas flores al lado de gatitos remolones.
El viejo profesor rompió los pergaminos sin importarle la cara de pena de su alumno, quien empezaba a lagrimear.
―Como único hijo varón de los altos reyes del alto reino elfico de Lofildius, ya debería madurar, perderse en fantasías no traerá honor a su noble casa y gloria a nuestro reino.
Los demás adolescentes se reían, pero entonces el canto del fénix anunciaba el fin de las clases.
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El joven Fresnia lloraba en uno de los redondeles del palacio, pese a la pena de su corazón la cual estaba reflejada en su rostro, este no veía mermada su belleza sublime, era la flor más bella de todo Lofildius pese a ser varón.
―¿Qué haces aquí llorando? ―preguntaba una mujer elfo de apariencia noble y majestuosa, nada más ni nada menos que Glaedes, la reina.
Fresnia no dijo nada, solo aumentaron sus lágrimas y fue corriendo hacia el regazo de su madre, quien le empezó a consolar al abrazarle y rozando su mejilla con el cabello perfumado del joven.
―Ya, ya, no llores. Ven, tu padre te está esperando.
Ambos subieron hasta el gran comedor donde el rey Sinutar les esperaba impaciente.
―Mi señora, hijo mío, sentaos en la mesa que la cena de esta noche es especial, tengo un anuncio importante que hacer.
―Como deseéis mi señor.
―Buenas noches, Su Majestad.
―Muy buenas sean estas, príncipe Fresnia, sentaos, sentaos.
Trajeron varios aperitivos consistentes en frutas y tubérculos acaramelados, así como refrescos que despedían aromas a pétalos de flores silvestres.
―Ya con el cuerpo satisfecho y el corazón ligero, vengo a anunciar que vos, príncipe, has alcanzado la madurez necesaria para participar en la caza real del ciervo dorado.
―Padre, no creo estar listo para tal acontecimiento.
―No es cierto. Ya has alcanzado la edad necesaria, además, tu maestro me dice que convendría a tu desarrollo.
―Mi señor, ¿está usted seguro de todo esto? La caza real me parece un evento de tiempos idos hace eras, todas ellas barbáricas.
―Mi señora, como gobernantes de Lofildius, debemos ser los primeros en respetar las tradiciones sacrosantas que nos legaron nuestros antepasados. Aunque estas sean un tanto bélicas. Descuidad príncipe, el ciervo dorado no recibe jamás daño alguno, salvo su cornamenta, de la cual debemos tomar la punta más crecida.
Tanto la reina como su hijo intentaron decir algo, pero el rey ya balanceaba la palma de su mano, dando a entender que estaba decidido.
Los padres mandaron a su hijo adormir temprano para la cacería del día de mañana. En el ala del palacio que correspondía a su habitación, le esperaban las sirvientas que bañaron y perfumaron su cuerpo delgado. Luego de llevada a cabo esta labor, fue a su habitación, pisaba un suave reguero de pétalos de rosas puestas por la servidumbre. Su magnífica alcoba de sabanas y almohadas perfumadas, también tenían los pétalos carmesís sobre ellos, sin embargo, el príncipe no se acostó y más bien se dirigió hacia uno de los balcones, poniendo sus delicadas piernas y rodillas en genuflexión.
―Lunar, reina del firmamento nocturno ―rezaba, la luz de la luna se reflejaba en su suave piel―. Por favor, concédeme el favor que te pido. Que el ciervo dorado no se presente mañana, para no tener que hacerle daño, ojala las cosas el día de mañana sean muy diferentes a lo que desea padre. Gracias, Lunar, señora mía y de todos en Lofildius.
Un gato maulló en ese momento, llamando la atención del delicado príncipe. El felino saltó sobre las tejas y se posó en lo alto de una torre de aguja, daba la impresión que el gato se ponía justo en ese lugar a sabiendas que se ponía por delante de la imagen de la luna.
Una brisa gentil meció los largos cabellos sedosos y perfumados del príncipe, sus suaves labios se movieron, pero antes de que saliesen palabras, alguien llamaba a la puerta.
Giró el rostro hacia la dirección del sonido, pero solo un segundo, luego volvió la mirada hacia el gato, pero este desapareció.
―Adelante, podéis pasar.
Una sirvienta entraba de forma tímida a la habitación real.
―¿Sucede algo, Plumire?
―Príncipe ―decía nerviosa y con un rubor recorriéndole las mejillas―, me enteré que mañana participará en la cacería del ciervo dorado.
―Sí, la verdad, si fuese por mi...
―¡Qué gran honor! Le deseo todo lo mejor y quiero entregarle esto.
Parecía un primoroso anillo, solo que estaba hecho de tallos verdes y florecillas tan diminutas, que uno debía forzar la vista para poder apreciar toda su simple belleza.
―Es, es un amuleto ―decía cada vez más nerviosa, juntaba todo el valor para continuar―. Es para la suerte y para, para, para que no me olvide.
―Plumire, tú eres mi amiga, jamás te olvidaría.
―Pero después de la cacería real, ya no podré, nadie podrá tratarlo con informalidad. Usted será en verdad el heredero de la corona real de Lofildius, vivimos en mundos tan diferentes.
Plumire bajó la mirada para no mostrar sus ojos a punto de desbordar de lágrimas.
El abrazo del joven príncipe la hizo reaccionar y miró con sorpresa a Fresnia.
―Sé que de alguna manera podremos seguir tal como estábamos al principio, no te angusties.
La joven sirvienta asintió con fuerza, una dulce sonrisa se dibujaba en su rostro y se secaba las lágrimas.
―¿Estás bien, Plumire? ―se escuchó una voz detrás de la joven pareja, era la reina.
―¡Su Majestad! Sí, estoy bien, reina mía, solo me limpiaba algo en el ojo. Con vuestra venia y la de usted, príncipe Fresnia.
La reina sonrió de forma dulce a la joven y luego se dirigió a su joven hijo.
―Pensé que ya estabas en cama. Vamos, ve a dormir mi buen niño.
La amorosa madre arropó al joven elfo y le cantó una bella canción para que conciliase el sueño, así de mimado estaba Fresnia, esto debido a que los dioses no habían bendecido a la pareja con un retoño propio por muchos milenios. Ya al borde mismo de resignarse debido a su edad, un milagro aconteció la noche en que se celebraba la festividad del fresno blanco del reino de Lofildius, los arboles sagrados pintaron sus hojas de dorado y rosa. Esa misma noche Glaedes concibió un hijo, y Sinutar, el rey, hizo una ofrenda de panales de miel y leche a los dioses.
Fresnia cerró los ojos y su madre le dio un beso en la frente, luego salió con gentileza de la habitación, para no despertar al hijo con el que le habían bendecido los dioses.
CONTINUARÁ...
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El amor no es rosa... ¡Es verde! (de Bolivia para el mundo)
Fantasía[Historia original] Una historia de amor contra todo pronostico entre un joven elfo y una orco adulta. [Obra registrada en SAFE CREATIVE con código 1807307883492. Todos los Derechos Reservados, prohibido el plagio de esta obra para efectos de lucro...