Amasando como un minino

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Capítulo 16: Amasando como un minino


Gruñilda se acostó boca abajo sobre su amplia cama conformada por pieles de diversos animales salvajes y peligrosos de la jungla.

―¿Qué estas esperando? Comienza de una vez ―le dijo luego de llevarse el largo y salvaje cabello a un costado.

¿Eh? ¡Claro! ¡Ya comienzo!

Sacudió un par de veces la cabeza para obligar a concentrarse, algo necesario puesto que la espalda de la piel verde ejercía una especie de hipnosis sobre el joven elfo. Le dio un último vistazo desde su cintura hasta la base del cuello, todo un lienzo que mostraba solo belleza y despertaba en Fresnia sensaciones que él todavía no podía explicarse y que todas ellas se sintetizaron en hacer que el jovencito tragase saliva.

―Em..., empezaré por el cuello ―dijo y se puso manos a la obra.

Dedos delgados, finos y temblorosos se posaron sobre la base del cuello. Las yemas de Fresnia le transmitieron una corriente eléctrica que le recorrió desde la punta de los dedos a toda la extensión de su columna.

Luego fijó sus atenciones en los hombros y de nuevo tragó saliva sin proponérselo.

«No son duros en absoluto», pensó al masajear los amplios hombros, de hecho, se sorprendió que dicha musculatura pese a verse dura como una armadura, en ese momento se sentía muy blanda, muy caliente.

Fresnia tragó saliva por tercera vez.

―¿Qué haces? ¡Más fuerte! ―fue la queja y Fresnia dio un respingo, otra vez quedó como hipnotizado.

El elfo bajó un poco de la altura de los hombros.

«¡¿Qué hago?!», pensó alarmado al mismo tiempo que sus ojos no paraban de recorrer con frenesí la extensión de toda la espalda, expuesta de manera sensual.

Su instinto le hizo girar la cabeza a todas direcciones como buscando ayuda, en eso, divisó a un gato del campamento, el felino pareció notar de alguna manera como los ojos de Fresnia se clavaban en su nuca y este giró el torso para poder ver al joven de manera insolente directo a los ojos.

El gato se desperezó y empezó a amasar el trozo de piel donde antes tomaba una siesta.

No sabía por qué lo hacía, pero empezó a imitar los movimientos de las patas del gato. Le pareció escuchar luego de un momento el ronroneo de un felino en alguna parte de la amplia tienda... Era Gruñilda.

―Eres bueno, continúa.

Así lo hizo, sin embargo, a diferencia de la otra vez, sus ojos dejaron de moverse de manera nerviosa y una sonrisa que él no se sabía que tenía curvó sus delicados y sonrosados labios de manera casi sensual, ya no era solo hacerle un favor a la mujer, también él lo disfrutaba con un goce que jamás antes experimentó.

Más y más descargas eléctricas recorrían su columna entera, pero a él ya no le importaba, de hecho, deseaba que esa sensación continuase. Se sentía como si alguna parte de su joven cuerpo recibiese latigazos y él deseaba más y más de esa deliciosa tortura.

Gruñilda se sintió satisfecha y extendió el musculoso brazo hacia un costado sin cambiar de postura. Fresnia de nuevo volvió a la realidad, pero otra visión reclamaba toda su atención.

Cual majestuoso pilar acabado y que esperaba ser erecto, así lucia el brazo de Gruñilda. Una extremidad que bien era capaz de destrozar a cualquier orco, enano o elfo, pero que se veía no solo femenina, sino también deseable.

«Qué columna más hermosa», pensó Fresnia al ver la poderosa extremidad y de nuevo sus ojos se perdieron en sensaciones y deseos que causaron que sus ojos dejasen de enfocar la imagen que tenía por delante.

De nuevo hacia acto de presencia la sonrisa sensual en los labios del joven. Deseaba lanzarse hacia ese brazo, quería con locura abrazarle, rodear el poderoso brazo con sus delicados brazos, sus piernas enroscarse sobre este, besar e incluso lamer esos dedos. Convertirse en un gato enroscado alrededor de una bola de estambre y dejarse llevar por sus instintos lúdicos y otros más primitivos y carnales.

Gruñilda cambio de postura y Fresnia, tan ensimismado como estaba, no pudo reaccionar como se debía y cayó al suelo, donde recuperó la conciencia plena.

―Gracias, creo que para mañana ya no me dolerá el hombro derecho.

―Sí, claro, yo...

―¿Estás bien?

―¡Sí! ¡Por favor, déjame ayudarte el día de mañana!

La enorme orco sonrió al elfo, una sonrisa que podría intimidar a cualquiera, pero que en ese momento no contenía malicia alguna y que por alguna razón fue comprendida por Fresnia.

Gruñilda puso su mano sobre los largos cabellos del joven y empezó a acariciarle como si fuese un gato, de hecho, Fresnia puso un rostro y sonrisa que nada tenían que envidiar a un minino regalón y no le hubiese sorprendido que se hubiese puesto a ronronear en ese momento de lo contento que estaba.

―De acuerdo, espero que mañana te esfuerces al máximo.

¡Ummm! ―asintió el príncipe con el rostro iluminado junto con unos ojos chispeantes que no podían esperar para ver que comenzase un nuevo día.

Fresnia agarró al gato y se despidió de Gruñilda.

De retorno en su pequeña tienda, le ofreció al minino un poco de leche tibia. El gato bebía con placer y Fresnia se durmió al verlo, una dulce sonrisa iluminaba su rostro.

CONTINUARÁ...

El amor no es rosa... ¡Es verde! (de Bolivia para el mundo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora