Revelaciones

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Capítulo 28: Revelaciones


Era una biblioteca, pero no como las demás, se podía percibir a la perfección el aroma del polvo y el pergamino viejo, a punto de convertirse en nada más que partículas de polvo debido al abandono.

―Maestro Finibur, ¿qué es este lugar?

―Siéntate, Fresnia ―fue lo único que le dijo el viejo elfo y fue luego a sacar un grupo de libros de los estantes.

El príncipe no tuvo más remedio que sentarse, hubiese querido limpiar la vieja silla de todo el polvo acumulado, pero este era tanto, que decidió que esta sería una tarea inútil, así que se sentó y esperó paciente a su interlocutor.

Finibur regresó con un buen número de libros y los depositó en una mesa igual de empolvada.

Viendo Fresnia que no sacaría nada preguntándole a su profesor acerca de las dudas que en ese momento le venían a la mente, decidió tomar los libros y leer lo que se encontraba en estos.

Una revelación tras otra era lo que sacudía la mente de Fresnia a la vez que el joven elfo abría los ojos desorbitados.

―No puede ser... Todo lo que leo en estos libros... Todos estos nombres... Ellos, ellos...

―Sí, mi príncipe. Todos elfos de antaño que al igual que usted, fueron a los territorios pardos para ver a los orcos y lograr un entendimiento de nuestras dos razas. Como ve por todos los registros, cada uno de esos intentos tuvo como destino la muerte y el fracaso.

Era cierto, capítulo tras capítulo, volumen tras volumen, libro tas libro; no hacían sino mostrar como valientes y libre pensantes elfos no encontraron más que la muerte y el fracaso de su misión.

Anotaciones varias, respecto a la flora, fauna, costumbres sociales, religión, política, moda e innumerables otras estaban plasmadas en los libros, anotaciones que pusieron los elfos que fueron donde los orcos en su búsqueda de lograr la paz entre ambas razas.

―Finibur, el viejo... ―leía Fresnia, mientras sus ojos recorrían el famoso nombre.

―Mi padre ―respondió el viejo elfo mientras hacia un puño con su mano derecha―, con lo importante que era, no podían matarle así como así, por esto fue que el anterior rey, su abuelo, le obligó a tomar de la cicuta para que muriese envenenado. ―Lágrimas recorrieron el severo rostro a la vez que Fresnia bajaba la mirada, entendiendo la razón de su viejo maestro de haberle traído hasta ese sitio.

Nadie le acompañaba, Fresnia subió los largos escalones y luego de llegar a su lujosa celda, el mismo cerró la puerta a la vez que los guardias se movían inquietos en su sueño, seguro que pronto despertarían.

Nunca sintió un dolor espiritual tan grande como el que estaba experimentando en ese preciso momento. Él, que se creía especial por buscar la paz entre elfos y orcos; él, quien se consideraba diferente por querer saber más de lo que le decían los libros o su maestro; él quien creía que iba a hacer la diferencia... No era nadie, solo un elfo más en una larga sucesión de gente más preparada, entusiasta y hábil que por mucho le habían superado en su búsqueda de la paz, pero que al fin, todos y cada uno de ellos sucumbió a lo inevitable.

Él, Fresnia, no era nadie importante y no lo sería nunca. El peso de esto fue devastador y arrodillándose, trató de ensuciarse los largos cabellos con el polvo del piso mientras que la angustia se tradujo en las lágrimas más calientes que hubiera derramado hasta la fecha, tanto, que le pareció llorar sangre.

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Luego de un par de días su madre vino a visitarlo y viéndolo en un estado que rayaba en lo catatónico, ordenó que le liberaran.

De nuevo la rutina reinaba en la vida de Fresnia, un muñeco roto que no hacía más que limitarse a existir más no a vivir, un triste muñeco de trapo al cual habían olvidado coserle una sonrisa.

―Fresnia... Fresnia ―escuchaba el príncipe un llamado que se hacía confuso a la distancia, pero que estaba muy cercano.

El príncipe giró el triste rostro, más por un acto reflejo de su cuerpo que debido a su débil voluntad y miró el rostro preocupado de su madre.

―Fresnia, mi niño... Yo, bueno, tu señor padre y yo hemos estado hablando... Creemos que no debes seguir como hasta ahora, no comes como es debido y descuidas tus deberes como heredero... No, descuidas tu persona, sino fuese por las sirvientas... Fresnia. Tu padre y yo hemos acordado tu matrimonio con una joven de alta alcurnia, creemos que así tu vida volverá a su rumbo.

Fresnia no respondió, solo volvió a girar el rostro y vio de nuevo hacia la pared desnuda. Su madre le acarició la larga cabellera y luego, llorando, salió de su habitación.

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En una locación muy diferente y a una considerable distancia, otro par de ojos miraban sin enfocar nada, una de las paredes interiores de la tienda.

Una figura atlética, con el cuerpo brillante como si pareciese lubricado por aceites ingresó y sin más le dio un puñetazo a la orco ensimismada en sus pensamientos.

―¡Despierta de una vez, puta!

―¡Que mierda crees que estás haciendo, Labios Negros!

Ah, por fin dices algo, pensé que estabas cagando por la manera en que te encontré sentada.

Gruñilda no le dijo nada, solo se frotó la mejilla donde recibió el golpe, eso sí, le dirigía a su chamán una mirada de odio.

―¿A qué demonios has venido? ¿No ves que es muy tarde?

―Tuve un sueño muy intranquilo.

―¿Un sueño? Quieres decir una visión, que de lo contrario si viniste a mi tienda para contarme un sueño, te advierto que te va ir muy mal.

―Pues yo creo que nos va ir muy mal a todos. Verás, tuve visiones de fuego, sangre y muerte... Creo que los elfos se preparan para la guerra.

CONTINUARÁ...

El amor no es rosa... ¡Es verde! (de Bolivia para el mundo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora