Horda de guerra

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Capítulo 29: Horda de guerra


La actividad en el campamento era frenética, todo debido a la presencia de varios orcos importantes que vinieron de otras tribus, incluso de lugares tan distantes como las Montañas de las Lágrimas y las Montañas Negras.

Gruñilda y sus orcos vestían pieles que no llevarían en otros días comunes y corrientes, tratando de impresionar a los visitantes, los cuales también llevaban sus mejores galas para ese tipo de eventos.

Las monturas exóticas también hacían su aparición, ya no solo eran los acostumbrados cerdos de guerra, sino que también hacían acto de presencia lobos gigantes y otros, mostraban a base de gruñidos secos su descontento de encontrarse en lugares diferentes a los que estaban acostumbrados.

La comida también era diferente en este día y se podía apreciar variada carne, raíces y tubérculos varios, no los acostumbrados para las comilonas diarias de cada día.

Lo único diferente a una festividad orco, era que no había música de ningún tipo, y el ambiente en general estaba cargado con una electricidad estática que anunciaba lo grave de la situación a tratar.

―Todo lo que tenía que decirse ya se ha dicho ―decía un caudillo orco luego de apurar un sorbo de cerveza―. Todos los chamanes de todas las tribus han visto los malos presagios de guerra. Debemos atacar ya y aprovechar que somos muchos más.

―Hemos traído muchas monturas de guerra a diferencia de las veces pasadas. Podemos derrotar a los elfos, expulsarles detrás de sus murallas ―decía un caudillo, con ambos colmillos inferiores negros y pudriéndose.

―Pero no tenemos cosas de asedio ―intervenía una caudillo orca, de amplias caderas y senos enormes, cuyas aréolas eran tan grandes, que cubrían una buena parte de estos―, si nos atacan por detrás mientras les sitiamos estaremos en problemas ―finalizó mientras que los anillos plateados en sus largos pezones tintineaban debido a que pataleaba en el suelo para llamar la atención.

―No debemos desaprovechar esta oportunidad ―decía otro, mientras escupía con cada palabra, partes de la comida que no habían pasado por su garganta y que insistían en quedarse adheridas a las encías―. Tendremos problemas si los elfos deciden buscar alianza con los enanos, mejor si peleamos solo con los amanerados orejas picudas.

―Todos hemos venido, tu tribu es la más cercana al territorio de los elfos. ¿Qué dices, Gruñilda? ¿Contamos contigo para que guíes la avanzada?, tú conoces estos territorios mejor que el resto de nosotros.

―Pueden contar conmigo, jefe Krotol, y todos contamos que tú serás un buen líder para la horda de guerra. Sabemos que eres un extraordinario guerrero y prueba de ello es que nadie ha reclamado el puesto de caudillo mayor.

El orco con buena parte del hocico de cerdo cercenada, asintió mientras alzaba una chuleta en vez de una pinta de cerveza como modo de saludar las palabras de la caudillo orca.

―Chamanes, ya han oído a Gruñilda. Hablen con el Gran Chancho y dígannos lo que él gruñe y se pedorrea para nosotros. Mientras, dejemos los bocadillos y que empiece la comilona. ―Krotol se levantó y con sus fuertes dedos se las ingenió para levantar varias pintas de cerveza por sus agarraderas y de un solo golpe bebió sus contenidos calientes y grumosos o al menos eso intentó, más bien se dio una ducha caliente con la cerveza.

Varios chamanes, todos ellos ataviados con prendas mucho más exóticas que el resto de los presentes, asintieron con fuerza y se pusieron a recitar encantamientos de victoria o arrojaban huesos que predecían la suerte.

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La comida fue servida y el alcohol corrió abundante, todos se entregaron al sueño salvo algunos pocos, entre los que se encontraba la caudillo, quien observaba uno de los corrales a la vez que acariciaba el hocico de uno de los cerdos que servían de montura.

―Qué bueno que la montura regresó sano y salvo luego de llevar a Fresnia donde los suyos ―dijo detrás suyo nada más ni nada menos que Labios Negros, que miraba las estrellas nocturnas como queriendo discernir el mensaje que estas le daban.

―¿Qué dicen los otros chamanes? ¿Nos espera una buena guerra?

―Predecimos que habrá mucha sangre y buenas peleas, pero el final es algo que siempre el Gran Chancho evita decirnos con claridad.

―Ya veo, bueno, supongo que era de esperarse. Maldito Gran Chanco, quisiera patearle el hocico por no ser más claro con las visiones que les da a tu gente... Seguro los elfos no tienen este tipo de problemas.

―No creo. Los dioses sin importar de donde vengan, siempre parecen dar solo indicios y nunca muestran las cosas claras.

―¿Qué hay de ti? ¿Alguna vez tuviste una visón que no tuviste que interpretar?

―Lo de los elfos que se preparan para la guerra está muy claro. Fue muy imprudente decirles a los demás caudillos el origen del descontento de los orejas picudas.

―No podía ocultarles lo de Fresnia.

―Sí, supongo que tienes razón, al final se hubiera averiguado, uno de los chamanes lo hubiera intuido. Bueno, no importa la razón, lo que importa es que los elfos quieren guerra y nosotros les vamos a contestar.

―Oye...

―¿Que sucede?

―¿Crees que Fresnia combatirá contra nosotros?

La chaman suspiró y luego se rascó la nuca como sopesando lo que diría.

―Tuve una visión, una clara para variar, así que ya puedes pedirle perdón al Gran Chancho por lo que dijiste antes... Veo al elfo frente un altar, no uno de sacrificio, sino de esos que los elfos conocen como matrimonio... ¿Es así como le llaman? No me acuerdo.

―Boda, es así como ellos le llaman. Una unión en concubinato para toda la vida y que no se puede romper.

―Entonces si es como un altar de los sacrificios, y creo que el elfo opinaba igual, tenía una cara como de un cerdo que va donde el matador.

Gruñilda apretó los puños a los costados y de la comisura de sus labios salió un hilillo de sangre.

―Quiero que me hagas un favor.

―No lo hagas, Gruñilda, sé lo que intentas hacer y te digo que es una completa estupidez.

―Ya me conoces, nunca fui muy lista que digamos.

CONTINUARÁ...

El amor no es rosa... ¡Es verde! (de Bolivia para el mundo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora