Raíz de husbala

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Capítulo 9: Raíz de husbala


Abrió mucho los ojos, no podía creer que sus labios estaban haciendo contacto con los de Gruñilda.

«¡No puedo creerlo! ¡Me está besando!», pensaba alarmado el joven elfo cuando otra sorpresa vino.

Gruñilda se sorprendió con lo suaves que eran los labios del elfo, tan suaves, que no opusieron resistencia cuando su lengua se abrió paso a través de estos y luego separó los perlados dientes blancos del elfo.

No era un beso de adultos el que le daba la caudillo orco, ya que, apenas sintió la lengua extraña dentro de su boca, un torrente de cerveza penetró su boca y garganta.

De nuevo las pieles que cubrían su desnudez cayeron al suelo cuando Fresnia empezó a atragantarse y empezó a golpear a la orca. Sin embargo, sus golpes no solo eran inofensivos, sino que lucían infantiles.

Gruñilda se separó del elfo quien tosía y de nuevo bebió de su jarra de cerveza. La caudillo de nuevo tomó la nuca de Fresnia y acercó sus labios a los suyos.

El joven de nuevo quiso oponer resistencia, pero todo fue inútil, sus muñecas fueron sostenidas por Gruñilda y de nuevo su boca sintió la lengua de la orco un segundo antes de saborear la cerveza espumosa, caliente y grumosa en el interior de su paladar y de allí a su garganta. La sensación era muy incómoda, le parecía que el interior de su garganta se prendía en llamas, cuando creía que no iba a aguantar más, Gruñilda lo liberó y de nuevo Fresnia caía al suelo, incapacitado de cubrir su joven cuerpo debido al acceso de tos.

―¿Vas a beber la cerveza o tendré que insistir con esto?

―No..., ya no más..., beberé..., la cerveza, la beberé ―dijo en medio de toses.

El joven volvió a arroparse con las gruesas pieles y de nuevo se situó al lado de Gruñilda, le hubiera gustado secarse las lágrimas junto con la baba que le caía por la comisura de los labios, lo mismo que los mocos que le salían por las pequeñas fosas nasales que componían su delgada y respingada nariz, sin embargo, ya alguien le pasaba una jarra de cerveza, la cual con toda facilidad podía contener su cabeza en su interior.

Como Fresnia no quería volver a pasar por una experiencia tan desagradable, apuró el trago sin importarle embadurnarse el rostro con la espuma.

A medida que bebía de la jarra, los orcos presentes le animaban a gritos para que terminase de un solo trago la pinta de cerveza, cuando lo consiguió, hubo un barullo de emoción ya que todos se hallaban contentos con los esfuerzos del elfo.

Fresnia tuvo el ánimo de dirigir a los orcos una sonrisa y luego se desmayó.

.

.

Podía ver unos cuantos objetos delante de él, pero todos ellos se encontraban difuminados. Fresnia se frotó los ojos con los nudillos de las manos pero no mejoró su visión así que decidió sacudir la cabeza para despejar su vista.

Ya podía ver a la perfección los objetos que le rodeaban, ya no estaba en la prisión orco, sino dentro de una tienda pequeña.

Trató de recordar cómo llegó a ese lugar y cuando a su memoria le llegaron las imágenes del día anterior, un fuerte dolor de cabeza pareció golpearle con fuerza. Se sintió mareado y no pudo hacer otra cosa que volver a acostarse en un lecho formado por diversas pieles.

Pese a sus intentos de volver a conciliar el sueño, no pudo sino revolcarse debido al ruido imperante en el exterior, así que, molestó, decidió salir a ver qué diablos estaba pasando.

―¡Basta, no hagan tanto ruido al caminar! ―gritó Fresnia, pero comprobó que no había nadie delante de él salvo un par de gatos de andar silencioso como todos los de su especie.

―Tú ―dijo de pronto un orco cuyo hocico porcino parecía mordisquear una raíz verduzca―, debes tener una muy fuerte resaca si crees que el andar de los gatos es estruendoso.

―¿Gatos? No sabía que había gatos dentro de un campamento orco ―dijo cuándo el cerebro se le conectó de nuevo al cabo de un par de segundos.

―Por supuesto que hay gatos. Son criaturas muy útiles, ya que espantan a todos los ratones y ratas que se mean y cagan por todas partes, en especial sobre nuestra comida, solo un campamento de idiotas no tendría gatos para alejar las enfermedades que esparcen los ratones.

―Ya veo... Me duele mucho la cabeza.

―Eso parece, ten, son unas raíces de husbala, son buenas para la resaca en los más jóvenes.

El orco se sacó la raíz del hocico y se lo ofreció a Fresnia para que lo masticase, ni que decir que el elfo compuso una cara de asco que fue inútil de disimular, y se excusó de aceptar dicha ofrenda.

―Tonterías ―dijo el orco, y tomando la mano de Fresnia se la puso sobre su palma, alejándose luego.

«No pienso meterme esto a la boca», pensaba Fresnia mientras veía con asco la raíz verduzca y la hacía caer al suelo. «Tal vez si la lavo antes».

El elfo se dirigió de nuevo a la orilla del rio y lavó la raíz a conciencia, cuando estuvo seguro de haberla limpiado por completo, se la metió en la boca. En ese momento una orca se le aproximo.

―Oye tú, aquí están tus cosas.

―¡Mis ropas! ―exclamó Fresnia o trató de hacerlo ya que su boca estaba masticando la raíz que le supo a salada.

―¿Estás bien? ¿No puedes hablar?

Fresnia le explicó la situación y la mujer orco se carcajeó con ganas al no comprender por qué el elfo no fue solo donde el chamán y le pidió otras raíces de husbala para la resaca.

El príncipe quiso estamparse la palma de su mano contra el rostro al notar lo obvio.

«Esta va a ser una estadía muy larga».

CONTINUARÁ...

El amor no es rosa... ¡Es verde! (de Bolivia para el mundo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora