La primera vez de Fresnia

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Capítulo 10: La primera vez de Fresnia


No era un buen inicio de mañana, así de avergonzado como estaba, pero decidió no angustiarse más por el tema de la raíz de husbala e ir de una vez a los alrededores para ver cómo vivían los orcos.

Pudo ver con sus propios ojos que lo que le relató su maestro estaba muy equivocado.

El campamento de los orcos no estaba constituido por barracas y puestos de herrería donde se fabricaban armas las veinticuatro horas del día, más bien parecía un campamento enano por el bullicio y la actividad presente.

Unos gruñidos le llamaron la atención y el príncipe fijó su vista en unos corrales que se hallaban a un extremo del campamento. Puesto que todavía no tenía el buen ánimo suficiente (o la valentía) para acercarse a preguntar a algún orco sobre su vida diaria, dirigió sus pasos hacia la fuente de los gruñidos y fuerte aroma que se acrecentaba a medida que se acercaba.

Los corrales parecían a primera vista estar colocados de manera endeble además de tener una disposición nada estética, sin embargo, dicha estructura en un principio tomada como chapucera, era muy segura ya que cada madero estaba asegurado con varios remaches (oxidados) además de cuerdas varias, que si bien estaban amarradas de manera caótica, conformaban tantos nudos aquí y allá que aseguraban que ninguno de los animales encerrados escapase.

«¡Son enormes!», pensó al ver a las criaturas encerradas que no eran otras que enormes cerdos que revolvían la tierra con sus imponentes hocicos y emitían gruñidos varios a cada rato.

―Eres el elfo que está de visita ―dijo un orco cuyas ropas (diríase más bien harapos) estaban cubiertas de lodo seco―. ¿Qué piensas de los cerdos?

―Son muy impresionantes, este...

―Soy Grotus, el porquero ―dijo el orco, mientras se rascaba con profusión el trasero―. Tu eres, ¿cómo era? A sí, ya recuerdo, te llamas Fresnia.

―Sí, así es, un placer, señor Grotus.

¿Siñor? No soy ningún siñor, soy solo el porquero. Me han dicho que te conteste si tienes algo de dudas.

―Gracias. Dígame, eh, Grotus, ¿por qué los cerdos se revuelcan tanto en el lodo?

―No es porque sean cochinos, sino todo lo contrario.

―¿En serio?

―Sí, los cerdos no sudan, el lodo mantiene su piel fresca y aparta a los insectos. Son animales muy limpios ―explicaba Grotus mientras que unos cerdos se echaban sonoros pedos aquí y allá.

―Ya veo ―dijo Fresnia quien cerró sus fosas nasales con sus dedos.

―¿Te molesta el olor?

―No, pero es un tanto fuerte.

―Como no sudan su piel hiede mucho, en especial cuando mudan de pelaje. Ahora no apestan tanto, ya verás cuando estén sin sus pelos, entonces es cuando hay que lavar a los cerdos lampiños para que no molesten a los demás, es entonces cuando los faenamos y nos damos una gran comilona.

―Oh.

―Ve donde al carnicero, él te explicara mucho mejor respecto a lo que comemos ―le aconsejó Grotus mientras que lo mismo que los cerdos a su cuidado, él también se echaba pedos.

Fresnia le agradeció a Grotus y se dirigió con prisas donde el carnicero, quien resultó no ser otro que una orca que en ese momento cortaba con un hacha de carnicero la medula espinal de uno de los animales del corral.

El joven elfo se impactó con la escena y de seguro se notaba en su cara, la orco se detuvo y le dirigió una amable sonrisa para que se acercara y se tranquilizase.

―Yo soy Trogla, ¿qué deseas?

―Hola. Grotus me envió para ver lo de la comida.

―Pues mira todo lo que quieras ―le dijo mientras que con un movimiento de su cabeza, le señalaba los diferentes cortes que iban a servir para la comida de más tarde.

Como que los elfos eran vegetarianos, a Fresnia le pareció muy interesante (una vez que se le pasó el asco) todos los tipos de corte de carne y hueso.

―Parece increíble que de un solo animal puedan salir tantos tipos de carne y platillos.

―Sí, los cerdos son animales muy útiles. Dependiendo de cómo se corte o se prepare la carne, puedes tener mucha variedad de comida. Ten, esto de aquí se llama jamón.

Fresnia recibió en sus brazos un buen trozo de jamón, el corte era tan grande que temió no poder aguantar con el peso, pero Trogla luego lo agarró para ponerlo de nuevo en su sitio.

―¿Qué te pareció?

―No diría que apesta, pero tiene un aroma muy fuerte, no desagradable del todo, me recuerda un poco a los quesos que suelo comer.

―Sí, también usamos la leche de los cerdos, hacemos queso y bebemos su leche, es muy buena, deberías probarlas.

―No sé...

―Tarde o temprano deberás comer lo que comemos nosotros. Empieza con un pedacito de jamón, te daré un corte muy pequeño y delgado para que vayas acostumbrándote.

Trogla le dio el regalo y Fresnia le agradeció con lo que se marchó del lugar.

El pequeño y delgado corte no emitía un olor tan fuerte como toda la pierna de jamón así que se animó a metérselo a la boca y degustarlo primero con su delicada lengua y paladar.

―¡¿Qué es esto?!», pensó al sentir con su boca toda una gama de nuevas sensaciones que le transmitían sus papilas gustativas.

Su lengua pareció querer jugar con el bocadillo mientras degustaba de la sal y el sabor de la carne, algo hasta el momento desconocido para él.

«Está delicioso. Jamás en mi vida probé algo tan rico», pensaba mientras doblaba los codos y ponía las palmas sobre sus mejillas, a la vez que cerraba los ojos para disfrutar con más intensidad el sabor. «¡Dónde estuviste toda mi vida!».

CONTINUARÁ...

El amor no es rosa... ¡Es verde! (de Bolivia para el mundo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora