I.

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Hace apenas una semana, cuando todo el mundo pensaba que tendríamos un período de relativa tranquilidad, hubo otra pelea. En el instituto, por no decir en todo el pueblo entero, siempre que había una pelea o altercado teníamos bastante claro quién estaba metido en el asunto. Siempre sucedía lo mismo y jamás se hacía justicia, o eso era lo que opinaban los más radicales.

En esta ocasión, Kai, uno de los más problemáticos dentro del grupito en cuestión, le había propinado una brutal paliza a un chico que iba a un curso inferior por, según el propio Kai, “haberlo mirado mal”. El chico al que le dio la paliza acabó en el hospital mientras que él solamente fue expulsado una semana.

La gente no entendía qué sucedía con aquel grupo, por qué todo el mundo, o casi todos los habitantes del pueblo, se desvivían en cuerpo, alma y medios para que no pudieran hacerles nada. Era todo un misterio, el gran misterio del pueblo, pero nadie tenía el suficiente valor como para llegar al fondo del asunto.

Yo, por mi parte, prefería no pensar en todo eso. Ya tenía suficientes problemas en mi vida como para añadir a ellos aquel extraño comportamiento con aquellos chicos tan problemáticos.

A la semana siguiente, el incidente parecía haberse olvidado por completo. Todo el instituto estaba en calma y Kai había regresado. La gente se apartaba cuando los veía aparecer y muchos bajaban la mirada –me incluía entre ellos- para que no se fijaran en ellos.

Caroline, que tenía su taquilla al lado de la mía, no era como el resto; a ella le gustaba mantener la mirada y no la bajaba bajo ningún concepto, era como si quisiera demostrarles que no le importaba lo más mínimo y que, para ella, era todo un honor que se dignaran a siquiera mirarla. A mí aquello me parecía un auténtico horror y siempre que pasaba todo aquel séquito, procuraba tener la mirada baja o estar pendiente en otro asunto. Sin embargo, no podía evitar tener cierto temor por Caroline y lo que podía sucederle si el grupo de guardaespaldas con minifaldas y pompones se daba cuenta de aquel pequeño detalle y decidían ponerla en su punto de mira.

Grace, por el contrario y cuando todo el séquito había pasado, ponía los ojos en blanco y murmuraba algo que nunca conseguía entender.

Cuando llegamos al comedor, a la hora de comer, Caroline parecía haber puesto su radar en marcha y estaba intentando encontrar con la mirada la mesa en la que todos aquellos estaban sentados. Grace y yo, por el contrario, nos miramos y procuramos entablar una conversación que no implicara a ninguno de ellos.

Era obvio que, para Caroline, aquella conversación no tenía ningún interés si no hablábamos de ellos. Estaba obsesionada.

-¿Habéis visto a Chase? –Preguntó Caroline-. Se le nota… cansado…

Tanto Grace como yo nos fijamos en el chico que señalaba Caroline. De aquel extraño y curioso grupo, él parecía ser el único más o menos normal: tenía el cabello rubio platino, tenía los rasgos redondeados y suaves como si aún no hubiera salido del todo de la niñez, y parecía encontrarse a punto de vomitar. Se le notaba tenso y no parecía estar nada a gusto.

Su hermano, que se parecía un poco a él, aunque tenía los rasgos más marcados y duros y su pelo platino estaba lleno de mechas de distintos colores, como si se le hubieran caído varios cubos de pintura por encima, lo miró con un gesto de estar bastante cabreado.

-Yo más bien lo veo como si estuviera oliendo a mierda alrededor –comenté, sin poderlo evitar.

Grace soltó una risita y Caroline me fulminó con la mirada. Ella sabía lo que pensaba de todos aquellos chicos y, aunque no estaba de acuerdo con mi opinión, habíamos llegado a un acuerdo tácito: nosotras –ya que contaba con el apoyo de Grace- aguantábamos sus largos discursos sobre aquella pandilla y ella procuraba hacerlos cortos y no nos daba la lata con ellos día sí y día también. Pese a ello, Caroline siempre encontraba algún momento para decirnos algún cotilleo del que se había enterado.

Wolf. (Saga Wolf #1.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora