XVIII.

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El lunes llegó más rápido de lo que hubiera querido. Mi madre aún seguía resentida conmigo por lo que había hecho, pero tío Henry parecía haberse ablandado al verme en el estado tan deplorable en el que me encontraba. Incluso Grace había intentado hablar con mi madre para que se diera cuenta de que yo simplemente había sido una víctima en manos de Chase.

Cuando bajé a la cocina aquella mañana, mis hermanos ya estaban acomodados sobre la mesa y desayunaban en silencio. Mi madre los había enviado a casa de los Dahl el sábado para que no se enteraran de nada, aunque el domingo se habían dado cuenta de que algo había pasado. Ocupé la silla que había al lado de Avril en silencio mientras mi madre me dejaba mi desayuno sin tan siquiera mirarme. Mi hermana me dirigió una mirada inquisitiva y yo me encogí de hombros; Percy tenía su vista clavada en su bol de cereales y no paraba de moverlos de un lado a otro.

-Si no te encuentras bien, puedes quedarte en casa –la voz dura de mi madre hizo que me estremeciera y deseara hacerme diminuta.

Me replanteé seriamente aceptar la oferta de mi madre y quedarme en casa. No quería ver a Chase en el instituto, no estaba preparada para ello; pero eso supondría demostrarle que era una cobarde y que no afrontaba mis problemas. Sería como darle la razón a Chase.

Al final decidí ir al instituto. Mi madre se encargó de llevarme personalmente y, cuando me dejó, comprobé que se había quedado hasta ver que desaparecía en el edificio sola. Me dirigí a clase con la cabeza gacha, esquivando gente y mentalizándome para lo que se me avecinaba. Cuando alcancé mi clase ni siquiera miré a la mesa que había al lado de la mía. No podía.

Para mi desgracia, ni Caroline ni Grace habían llegado aún. Me senté sobre mi silla y comencé a sacar cosas de la mochila; por el rabillo del ojo vi que no había nadie ocupando la mesa. Chase tampoco había llegado a clase y eso me produjo un evidente alivio que no duró mucho: las gemelas Fisher se acomodaron cada una sobre mi pupitre con una sonrisa encantadora. Ambas eran morenas y tenían los ojos verdes; parecían modelos. Una de ellas, no sabría si decir si Roberta o Claudia, me guiñó un ojo pícaramente.

-Mina Seling, ¿verdad? –preguntó la otra y yo parpadeé, perpleja. Eso hizo que la chica soltara una risita que ahogó tapándose la boca-. Kyle nos ha hablado mucho de ti –me explicó.

Ah, Kyle. Aún tenía algunos asuntos pendientes con él: básicamente quería que me explicara cómo había averiguado mi ubicación cuando había estado con Chase y por qué había tenido que ir corriendo a decírselo a mi madre.

Me recordé que aquellas chicas nuevas no tenían la culpa y que intentaban ser amables conmigo, intentaban integrarse. Me obligué a sonreír y a ser agradable.

-Me pregunto si lo habrá hecho bien o no –bromeé.

Las gemelas se echaron a reír como si mi broma hubiese sido la mejor que hubieran escuchado de su vida y se acomodaron más. Miré de reojo la silla vacía de mi lado. Él aún no había venido, quizá no apareciera en todo el día…

Después, una de ellas le dio un codazo juguetón a la otra.

-¡Claudia! –exclamó la que estaba más cerca de mí-. No nos hemos presentado debidamente.

La otra gemela, Roberta, formó una diminuta «o» con la boca. Me fijé, además, que tenía unas disimuladas pecas sobre las mejillas; así al menos podría diferenciarlas… cuando las tuviera cerca.

-Oh, cielos, qué vergüenza –murmuró, contrariada, y me tendió una mano coquetamente-. Soy Roberta Fisher.

Su hermana me lanzó un guiño y un beso.

-Yo soy Claudia –se presentó-. Nos mudamos desde Alemania porque nuestros padres están continuamente yendo de un lado a otro por motivos de trabajo…

Wolf. (Saga Wolf #1.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora