XXII.

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Por todos los rincones del instituto podían verse los carteles que habían ido colocando la Comisión de Estudiantes, liderada por Reece y sus animadoras, por todas partes. El diseño estaba muy logrado y se notaba a la legua que aquello había sido idea de Reece; los pasillos se habían convertido en un revuelo emocionado por parte de todos los alumnos. Los baños se llenaban de chicas que habían sido rechazadas o de chicas que habían conseguido que el chico que deseaban le hubiera pedido que la acompañara. Todo el mundo estaba ansioso que llegara el sábado por la noche para poder estrenar sus vestidos nuevos. Yo, por mi parte, me escabullía cuando veía que se acercaba alguien con el dichoso tema del baile y acababa refugiándome en la biblioteca.

Caroline apenas tenía tiempo para pasarlo con nosotras porque Reece había obligado a todos los alumnos que la ayudaban con el baile que hicieran un último esfuerzo toda la semana para poder terminar a tiempo los preparativos del baile. Grace, por el contrario, se alternaba entre Rick y yo.

Kyle me había pedido oficialmente que fuera su acompañante el viernes pasado, mientras salíamos por el fin de clases. Ninguno de los dos mencionó el beso, aunque noté que Kyle parecía ilusionado con el hecho de que hubiera aceptado ir con él al baile.

Quizá guardaba esperanzas de que sucediera algo entre él y yo, pero no me encontraba con fuerzas suficientes ni siquiera para intentarlo.

La fecha del baile se acercaba como un buitre acechando a su presa. Lenta, pero inexorablemente.

Cuando se lo comenté a mi madre, se mostró de lo más ilusionada y me animó a que fuera. El restaurante había conseguido remontar y las cosas nos iban mejor; por eso mi madre me dio una generosa cantidad de dinero, que yo había escondido en mi mesita de noche, para que me comprara un vestido para la ocasión.

Grace, Caroline y yo habíamos quedado en ir esa misma tarde junto a las gemelas Fisher, por mi propia petición, para encontrar un vestido para cada una. Iríamos en dos coches: el de las gemelas y el de Caroline.

Tras una semana sin tener que ver a Chase, intentando acostumbrarme a su ausencia, apareció el lunes con un aspecto mucho mejor. Había recuperado color y las ojeras habían desaparecido por completo; siempre que lo veía iba acompañado por Lay o Lorie. En clase interponía su cuerpo a modo de barrera para evitar mirarme y, el resto del tiempo, me ignoraba como si no existiera.

Tendría que alegrarme, había recuperado la tranquilidad que tanto había anhelado desde que había conocido a Chase y había descubierto toda la verdad; sin licántropos de por medio, podía recuperar mi antigua vida. Podía fingir que no había pasado nada con Chase Whitman y que, porque se sentara a mi lado en la mayoría de clases, podía sobrellevarlo sin ningún problema.

Me mentía a mí misma.

Me intentaba engañar, intentando hacerme creer mi propia mentira.

No estaba funcionando. En clase, cuando lo miraba por el rabillo del ojo, esperaba que se girara para mirarme y me dedicara una de sus medias sonrisas que parecían prometerme mil y una travesuras; quería que me rozara accidentalmente el muslo y sonriera de soslayo al hacerlo; quería que volviera a pasarme las notas. Incluso quería que se quedara a dormir conmigo todas las noches.

Pero eso ya no era posible. Ambos habíamos puesto demasiados obstáculos para intentar al menos arreglar las cosas y todo lo que había quedado de la relación era esto: una completa indiferencia del uno al otro.

En el comedor les daba la espalda reiteradamente a la mesa de los Doce y me esforzaba por concentrarme en lo que decían mis amigos. Me reía de forma forzada y veía las miradas que me lanzaba Grace.

Al llegar la tarde de las compras, cogí el dinero que me había dado mi madre y bajé a toda prisa a la entrada, donde ya me esperaban Grace y Caroline montadas en el Lexus. Recé para que, en aquella ocasión, no tuviera que encontrarme con Reece o con alguna de las animadoras.

Wolf. (Saga Wolf #1.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora