III.

68.5K 4.3K 857
                                    

 

Aquel era el quinto (¿o quizá era el sexto?, no estaba muy segura de ello) vaso que había cogido de la mesa. Había perdido de vista a Caroline en el segundo vaso y, cuando un chico bastante mono se le acercó a Grace para preguntarle si quería bailar con él, ella le respondió que sí. En definitiva, me habían dejado sola. Así que había decido quedarme cerca de la mesa con los vasos de la bebida, bebiéndome un vaso tras otro mientras dejaba vagar la mirada por la piscina, donde la gente no paraba de bailar y se estaba preparando la competición de las camisetas mojadas.

La zona comenzaba a atestarse, por lo que decidí bajarme a la zona del lago donde, esperaba, no hubiera tanto público. Tuve que aferrarme a la baranda con fuerza, ya que mis piernas parecían haberse vuelto de gelatina y temía caerme rodando escaleras abajo.

Llegué a la zona del lago, donde habían dejado varias hogueras ardiendo, pero no había tanta multitud como en la zona de la piscina. Me senté sobre un tronco que había cerca de una hoguera y le di otro trago a mi vaso. Tenía la lengua adormecida y era incapaz de pensar en otra cosa que no fueran los teletubbies bailando con faldas de cancán y que me producían ataques de risitas que no sabía cómo detener. Menos mal, me dije, que no había nadie que pudiera verme en aquella guisa. Era vergonzoso.

Dejé el vaso sobre la madera del tronco que hacía de banco y me quedé embobada contemplando el lago. Aquel era un lugar privilegiado en el que solamente unos pocos podían acceder, como los Bruce y muchas otras familias que vivían en esta zona. Sin embargo, para las gentes como Grace o como yo, teníamos que conformarnos con ir a otro mucho más pequeño que había a las afueras del pueblo y que, en verano, se llenaba hasta los topes.

Recordé de nuevo a mi madre, cuando mi padre aún seguía con vida, y sus planes que tenía sobre nuestra futura casa en esta zona. El restaurante iba viento en popa y ya se estaba planteando el vender nuestra antigua casa. Sin embargo, mi padre murió y todos esos planes quedaron relegados hasta casi convertirse en recuerdos olvidados. Debía agradecer a mi madre que hubiéramos retrasado los planes ya que, de vivir en esta zona, nos hubiera sido mucho más difícil salir adelante.

-¿Está ocupado? –una voz que sonaba tímida me sacó de golpe de mis pensamientos.

Parpadeé varias veces y miré a la persona que había hablado, sobresaltándome. Se me cayó el alma a los pies cuando vi que no era otro que Chase Whitman, el pequeño de la pandilla de los Doce, que parecía haber decidido bajar a la zona del lago a saber para qué. Me miraba con un brillo de disculpa en sus ojos negros y tuve unas irrefrenables ganas de salir corriendo de allí. Aunque, seguramente de hacerlo, me retorcería el tobillo o me caería, lo que sería peor.

Negué con la cabeza varias veces, procurando no quedarme boquiabierta cuando él se sentó a mi lado en el tronco y se quedó mirando el lago fijamente.

¿Qué le había hecho yo al mundo para que uno de los chicos más peligrosos del pueblo hubiera decidido sentarse a mi lado? E incluso peor: dirigirme la palabra.

Chase le dio un trago a su vaso y lo dejó sobre las piedrecitas blancas que cubrían toda la orilla del lago. Yo aún me encontraba demasiado sorprendida y aterrada como para musitar una disculpa y salir pitando de allí. Miré frenéticamente toda la orilla, buscando desesperadamente una vía de escape y comprobando que Lorie (creo recordar que se llamaba así la chica del grupo de Reece y de cabello cobrizo que siempre acompañaba a Chase) no estuviera cerca: conocía por rumores lo que les sucedía a las chicas que osaban acercarse demasiado a aquellos chicos.

Tragué saliva. ¿Qué demonios debía hacer? Salir huyendo me parecía una opción viable, aunque había algo que me llamaba la atención de Chase.

Wolf. (Saga Wolf #1.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora