Capítulo 1

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Dos hombres que jugaban el rol de guardias la sostenían por los brazos y la obligaban a caminar a pesar de ya tener sus manos esposadas en su espalda. Ella mantenía su vista clavada en el suelo y su atención perdida en sus tristes pensamientos viendo las luces demasiado artificiales reflejarse en el suelo a cada metro. Sonrió con pesimismo, al menos ya no estaría encerrada en aquella vacía habitación mientras esperaba su juicio.

Entró con la frente en alto al salón prometiéndose que ni por un segundo dejaría de hacer valer su nombre. Hubiera esperado otra cosa de un juicio, quizás un arreglado salón ambientado como si fuera un verdadero juzgado con un hombre elegante de perfecto traje haciendo de juez. Después de todo, ella había asistido a los juicios que había presidido su padre desde que tenía memoria. Pero esta vez no hubo arreglados salones ni elegantes hombres, ni siquiera silla en la cual sentarse. No había nada más que un pequeño patio y varias personas que la miraban desde balcones.

Levantó la vista, parpadeando ante la incomodidad de la luz artificial. No podía distinguir el rostro de los otros miembros entre las penumbras, apenas si podía ver cómo ellos la miraban con hostilidad. Resopló esperando quitarse un corto mechón del rostro con aquel acto y miró con furia a quienes la observaban. Guardó su dignidad y su orgullo, se negaba a mostrarse débil.

—¿Cómo se declara la acusada? —preguntó un hombre.

—Inocente —dijo ella tan firmemente como le fue posible.

—Las pruebas demuestran todo lo contrario niña —dijo otro hombre y ella apretó los dientes por cómo la llamó—. Se te encontró junto al cuerpo y la sangre de la victima aún sigue en tus ropas por si no te has dado cuenta. La flecha que la mató es tuya y tus huellas están impregnadas en ella.

—Identifícate —ordenó una mujer.

Ella no respondió al instante. Se limitó a mirarlos sin molestarse en ocultar el desprecio que sentía. Era como si la sangre no continuara en su ropa, como si no sintiera aún el peso de aquella flecha traidora en sus manos, como si no la hubieran arrestado por homicidio la noche anterior.

—¡Identifícate! —repitió el hombre a cargo.

—Dunne, Lizz Dunne, cazadora irlandesa por si no lo han notado todavía —dijo ella y aquel comentario disgustó a la mayoría de los presentes—. Diecisiete años y tres meses.

—Detente —dijo un joven levantando una mano y con los ojos cerrados—. Ya la he captado —continuó él, un identificador reconoció ella al instante—. Es una cazadora de alto nivel. Su sangre es totalmente irlandesa. Es hija de Brian y Saoirse Dunne. Aquel no es su verdadero nombre, su verdadero nombre es...

—Atrévete a mencionarlo y te cortaré la lengua tan rápido que ni lo sentirás —dijo ella y el muchacho se calló al escucharla—. Odio mi verdadero nombre —murmuró por lo bajo.

—Amenaza se sumará a tu lista de acusaciones —dijo una mujer.

—¿Lista de acusaciones? Ya lo he dicho, soy inocente —dijo Lizz.

—Tu afirmación sería tomada en cuenta si no hubieras matado a nuestra única detectora —dijo el hombre a cargo—. Qué conveniente. ¿No crees? Hay otros crímenes recientes en tu historial y la única persona capaz de saber si mientes o no al declararte inocente está muerta gracias a una flecha tuya y que fue disparada por ti.

—¡Aquello no es cierto! —exclamó ella—. ¡Yo no disparé esa maldita flecha! ¿Cuántas veces debo repetirlo? Soy inocente.

—Eres culpable ya que no hay absolutamente nada que demuestre lo contrario. Entréguenla a los monarquistas, ellos se entretendrán mucho con ella. Sangre irlandesa. ¿No es así? Les gustará algo exótico —dijo el hombre.

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