Capítulo 8

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Lizz no se dejó vencer por la inconsciencia y recuperó la vista. Creyó haber estado realmente desmayada durante unos segundos al menos, y aquello habría sido normal, pero aún estaba apoyada contra la puerta y no había caído al suelo.

Con dificultad se puso correctamente en pie y se alejó. Ignoró su mano sangrante, el mareo o el ligero martilleo que tenía en su cabeza y amenazaba con arrastrarla a la inconsciencia nuevamente. Se alejó cuanto pudo de la entrada y fue hasta el altar. Tomó unas velas, una cerilla con la cual encenderlas, flores y buscó hasta encontrar los restos del vino de la última misa. La iglesia estaba totalmente vacía y a oscuras y ella no alteraría por nada aquella apariencia de abandono.

Caminó por el pasillo principal pero no llegó muy lejos y se dejó caer allí. Se apoyó contra el lado de unos de los bancos y echó la cabeza hacia atrás clavando su vista en los altos techos de la iglesia. Escuchó pasos, el viento corriendo dentro del lugar, hasta podía olfatear los restos de los inciensos utilizados aquel día. Miró cómo Damon se sentaba en el banco al otro lado, de cara a ella, y la observaba. En aquel estado ella llegó a dejarse pensar que él era realmente bello, casi tanto como un monarquista. Deseó verlo a los ojos para comprobar si estos eran tan cautivantes como los de un monarquista pero él tenía sus Ray—Ban puestos.

Lizz enseguida se deshizo de aquellos pensamientos y casi rió al saber lo que Riley le habría dicho en aquel momento. Pensar en el bueno de Riley le trajo buenos recuerdos y deseó estar con él en Irlanda, o en el Otro mundo. Aquella situación hubiera sido de lo más normal para ellos.

Miró la gran copa a un lado y hundió su mano aún sangrante dentro. Cerró los ojos al sentir el dolor en su herida pero al menos aquello aclaró su mente y sus ideas, se sintió bien de un modo que no debió. El dolor a veces era excelente para aclarar su mente.

Entonces recordó lo que tenía que hacer y se puso manos a la obra.

Encendió una vela e hizo un círculo en el angosto pasillo con la cera que caía de la vela ardiente. Las gotas de cera blanca y las gotas de su sangre que no pudo evitar dejar caer formaron un perfecto círculo entre ella y Damon. Lizz dejó la vela dentro del círculo, encendió las otras dos y las puso junto con su compañera. Miró las flores con cierta tristeza, las apreció realmente.

—Lamento vuestro fin pero seis necesarias para nuestro bien —Dijo ella.

Luego, simplemente las sostuvo sobre las velas hasta que ardieron en llamas y entonces las dejó caer. Se sentó nuevamente en el suelo, al borde del círculo pero no dentro de él, y frente a Damon. Cruzó las piernas y se inclinó hacia delante con las manos dentro del círculo como si estuviera estirando. Cerró los ojos. Respiró profundamente. Calmó su respiración. Calmó los latidos de su corazón. Y entonces pronunció:

—Os ruego, sagrado lugar, vuestra protección y asilo esta noche. Os lo ruego en el nombre y por la sangre de Lizz Dunne —Dijo ella.

Retiró sus manos del círculo y recobró la postura. Una suave brisa sopló y apagó las tres velas, y ella sonrió mientras el humo se elevaba hacia el techo. Por suerte ya había superado aquella etapa de no saber quién era, ni qué hacía ni dónde estaba. Ahora volvía a estar tan alerta como siempre. Solo entonces se percató que Damon tenía su aljaba y su arco y los balanceaba con una mano sin darles realmente importancia. Él siempre estaba sereno y serio cuando no estaba molesto con todo lo que le rodeaba.

—Así que dime. ¿De qué va todo esto de brujería? —Preguntó.

—No es brujería —Protestó Lizz al instante.

—Pues créeme que no parece otra cosa —Dijo él.

—No es brujería —Repitió Lizz firmemente.

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