Capítulo 4:

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Lizz parpadeó débilmente. Lo único que vio fue una intensa luz blanca y sintió una extraña presión en su espalda junto con el dolor de todas las heridas. Nuevamente cayó en la inconsciencia. La próxima vez que ella abrió los ojos luchó por mantenerse consciente. La intensa luz blanca le atacó los ojos. Se sentía débil, dolida y como si una aplanadora le hubiera pasado por encima que, considerando lo que debía pesar aquella criatura, no debía de haber mucha diferencia.

Quiso moverse pero no pudo, su cuerpo estaba totalmente dolido. Estaba recostada boca abajo sobre una camilla y sentía el frío del metal sobre su piel. Con mucha dificultad movió una mano hasta ponerla frente a ella. Miró casi inconsciente su palma irritada y portando ligeros cortes allí donde se había aferrado con fuerza al pelaje de la bestia. Al menos cada vez dolía menos. La primera vez que ella había montado una bestia de aquel modo las manos le habían sangrado durante horas.

-Será mejor que no te muevas.

Ella quiso moverse al escuchar cómo alguien le hablaba pero apenas lo hizo gimió ligeramente por el dolor de las heridas en su espalda. Debió haber obedecido. Sintió una fuerte presión en la parte baja de su espalda y entonces el dolor disminuyó. Giró ligeramente el rostro, lo suficiente para ver a un joven alto con unos oscuros Ray-Ban a su lado. Lizz lo miró con dificultad, la luz casi la cegaba pero no le resultaba difícil sentir las manos de él actuando en su herida espalda, haciendo presión con cuidado.

-¿Eres un sanador? -Preguntó ella muy débilmente.

-Así es. -Dijo él tranquilamente.

La habitación era extremadamente pequeña y totalmente blanca, casi parecía plástica. No había lugar más que para una camilla y una percha estando de pie en una esquina de donde colgaba una chaqueta de cuero negra y la aljaba de Lizz.

Ella cerró los ojos durante unos momentos, aún luchando por permanecer consciente. Su mente era totalmente un caos. No lograba recordar con claridad lo que había sucedido ni mucho menos cómo había terminado allí.

-¿Qué fue lo que sucedió? -Preguntó Lizz.

-No lo sé, dime tú. -Dijo él.

-Algo debes saber. -Dijo ella.

-No sé y no me importa. -Dijo él.- Por estas heridas diría que te atacó un servidor de la luna.

-Dos. -Dijo ella recordándolo.- Fueron dos. No tenía mis armas, esos dos idiotas rompieron mis cosas. Hubiera podido con ellos si el segundo no me hubiera tomado por sorpresa y golpeado. Los hubiera dejado agonizando en el suelo si hubiera tenido al menos un arma o no me hubieran tomado por sorpresa.

-Pues no eres tan buena cazadora si ellos rompieron tus armas. -Dijo él mientras continuaba con su trabajo.

-No, no es eso. Ellos no rompieron mis armas. Fueron dos idiotas que me tenían prisionera. -Dijo Lizz débilmente.- Ellos rompieron mis armas. El segundo que perdí al creer que tenía mi arma me costó el primer ataque. El segundo aullador me tomó por sorpresa. Lo hubiera captado al instante pero apareció cuando el primero gritó de dolor. Por eso no lo noté, por eso no lo escuché. Estaba sobre el primero y su gritó prácticamente me dejó sorda y entonces no oí al segundo.

-Continúa hablando. -Dijo él.- Es importante que te mantengas consciente. Estabas en muy mal estado cuando te encontraron. No entiendo cómo ellos dos no te mataron.

-No lo sé. -Dijo ella.- Nunca antes un aullador me atacó sin razón alguna.

-Esto es New York, no Irlanda. -Dijo él.- No sé cómo será en tu país pero aquí no somos muy bien vistos los miembros de la Sociedad. Un servidor de la luna te atacará sin piedad si te ve. No deberías detenerte ni a pensarlo, atácalo directamente.

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