Capítulo catorce.

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Bogotá, Octubre de 2011.


Antes de que pudiese tocar el timbre para que notasen nuestra presencia, logré escuchar los gritos de los tres hombres dentro del apartamento, aunque esta vez acompañándolos había una voz femenina. ¿Quién estaría allí? Al parecer, tendríamos bastante público aquel día.

—¡Su perra me mordió y ahora me va a dar rabia!—Reconocí la voz al instante. Al gritarlo, el acento se le marcaba incluso más y aquel ronco que solía tener muchas veces se hacía más que presente. Sin saber por qué, aquello brindó una calidez a mi cuerpo.

—¡No sea exagerado, Villamil, si ni siquiera le sacó sangre!—Le respondió Isaza. Al fondo, se escuchaban las risas de la chica y de Alejandro.

—¡Traiga un enfermero, güevón!—Gritó Juan Pablo de nuevo. Simón y yo nos miramos, y luego Lucía se unió.

—¡Sus gritos se escuchan hasta acá!—Gritó Martín, tocando la puerta repetidas veces con su puño.

Isaza abrió. Tenía puesta una cachucha que le cubría la parte superior de la frente. Juan Pablo estaba tirado en el suelo, con una perrita color avellana sobre él lamiéndole la cara. Tenía los ojos rojos y en su mano derecha estaba guardada la izquierda.


—¡Díganle a Isaza que se lleve a este engendro del demoni...—Gritó, pero cuando giró su mirada y se dio cuenta de que estaba allí, se enderezó automáticamente. Estornudó, pero eso me dio oportunidad de ver que, obviamente, la perrita no le había hecho nada.

—¿No le da pena que Irina y su amiga vean lo dramático que es?—Le preguntó Isaza, así que Juan Pablo tomó a la cachorra entre sus manos y la dejó a su lado. Estaba lleno de pelusas provenientes del animal, pero parecía no darse cuenta. Volvió a estornudar. Por sus ojos, podía ver que la perrita le daba alergia.

Inmediatamente, ella corrió hacia nosotros. Era del tamaño de un chihuahua, y por su raza, entendí que no tendría más de cuatro meses.

—¡Hola, preciosa!—le saludé, haciendo esa ridícula voz que se usa con un bebé. Juan Pablo aprovechó esa distracción y fue a lavarse las manos.—¿Cómo se llama?

—Malta. Es nueva. La tenemos hace ocho días.—Eso respondía mi pregunta de por qué la familia de Isaza no estaba en la casa en nuestro primer encuentro, o por qué nunca había visto a la cachorra.

Mientras Lucía se presentaba con el resto y yo jugaba con la perrita, me di cuenta de que había una niña de unos 14 o 15 años sentada al lado de Alejandro. Tenía el cabello azabache, la nariz grande pero respingada y unos rizos rebeldes.

—Disculpa, disculpa.—Me dijo, cuando se dio cuenta de que yo la observaba.—Qué malos modales los míos. Soy Susana.

—Es mi hermanita.—Dijo Isaza, agarrando a Malta entre sus manos y llevándola a la improvisada cama que habían armado.

—Es un gusto.—Le respondí, dejando un beso sobre su mejilla, como era costumbre.

Lucía y yo nos sentamos en medio de Alejandro y Simón. Yo al lado del primero y ella al lado del segundo. Observé a la multitud impaciente, mientras movía mis pies.

—Simón nos contó de Navidad Surreal—Comenté, como para poner tema de conversación mientras Juan Pablo volvía del baño.

—¿Sigue sin superarlo, Moncha?—Se le burló Isaza. Simón se inclinó sobre Lucía y me miró con ese gesto de "voy a matarte en el carro".

—Es que es demasiado hardcore.—Se quejó, pasando su brazo sobre el hombro de mi amiga rubia. Ella recostó su cabeza en el hombro de él. Vale, definitivamente algo extraño estaba sucediendo.

La Última VezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora