Capítulo veintiséis.

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Bogotá, Noviembre de 2011.

          

—¿Qué? —Exclamé, sintiendo como que... no sabía qué, la bilis, probablemente, me subía a través de la garganta. Habían dos palabras que no me hacían nada feliz como mi Bon Yur, y esas eran gustar y Lucía. ¿Por qué? Porque éramos el trío de oro de noveno. Éramos como Harry, Ron y Hermione, pero Martín no podía creerse Ron y gustar de Hermione. Era cien por ciento comprobado que ese tipo de cosas dañaban amistades para jamás volver a ser reparadas.

—Te dije que no me correspondía a mi decírtelo. —Suspiró, poniendo un pie dentro de mi casa, con un tono pesaroso. Gemí suavemente, por la desesperación o quién sabe qué. ¿Cómo era que me hacían esto?

—¡Mi amor! ¿Ya llegaste? —Escuché la voz de mi madre tan pronto como entré. Su turno de almuerzo estaría por acabar, así que imagino que tendría que salir en el auto de la manera más rápida posible.

—Sí, mami. —Respondí con la voz clara y fuerte, dejando las llaves sobre el recibidor.

—¿Vino tu amigo? —Preguntó, aunque a leguas se evidenciaba el interés en conocerlo. Me estaba riñendo internamente por llevarlo justo ese día.

—Sí, mami. —Respondí, dedicándole una mirada de pánico a Juan Pablo. Este solo soltó una pequeña carcajada y se encogió de hombros. —Ma, ¿trajiste la pizza?

—Sí, hijita, pero está en el horno. Debe estar fría. Ponla a calentar. —Murmuró. Salió del baño, donde se estaba arreglando un arete, al parecer, porque seguía haciéndolo una vez fuera de él. Observó a mi acompañante con detenimiento, casi analizándolo. La agudeza de su mirada me hería hasta a mí, pero Juan Pablo estaba impasible y tenía una sonrisa incómoda en su rostro que mi mamá no notaría. —Es un gusto, ¿Juan Pablo? Tú estabas aquí hace unas semanas, ¿no?

—Sí, señora Castro. —Respondió él, con la mayor amabilidad y delicadeza del mundo. Soltó mi mano para ofrecer la suya a mi mamá y presentarse formalmente.

Mi madre me dedicó una mirada de "apa, Irina, pensé que no conseguirías nada bueno", que me hizo haber deseado no haberlo llevado jamás a la casa.

—Bueno, me tengo que ir. —Soltó, de repente. Sonreí con impaciencia. De algún modo mi corazón anhelaba que cruzara la puerta con rapidez. —Se me cuidan, no vayan a romper nada.

—Que te vaya bien, mami. —Le deseé, mientras ella se inclinaba a darme un beso en la frente y se despedía de Juan Pablo con la mano.

¿En qué mundo se me había ocurrido que dejar que Juan Pablo conociera a mi mamá justo el día en que lo acepté como algo más que amigos en mi vida era bueno?

Cuando mi mamá cerró la puerta y le echó llave, solté un suspiro de alivio. No sabía que estaba conteniendo la respiración hasta ahora.

Volteé a mirar a Juan Pablo y él tenía una ceja elevada, cuestionándose quién sabe qué.

—¿Amigo? —Me preguntó, fingiendo un tono de voz dolido y desgarrado.

—Tú y yo no somos nada más. —Eso le dolería porque me había dolido incluso a mí pero no importaba. Irina 1 – 0 Juan Pablo.

—Por ahora. —Sentenció, con un tono peligrosamente juguetón.

Solté una carcajada irónica, negando con la cabeza. Empecé a caminar hacia la cocina, a sabiendas de que él me seguiría.

—Cuando seamos algo más, entonces te presentaré como Juan Pablo mi algo más que amigos. —Me burlé.

Abrí el horno, sacando la caja de cartón. Lo encendí para precalentarlo y puse la pizza, que era de pepperoni, por cierto, en una bandeja de hierro. Metí la pizza allí de nuevo y proseguí a girarme para encararlo.

Si bien mi cuerpo aún temblaba como loco cuando hacía contacto visual con él, y no era capaz de borrar la sonrisita de idiota de mi rostro, había aprendido a hacerle sentir como que no me gustaba tanto como él creía -a pesar de que me gustaba mucho más que eso-.

—¿Y bien? —Inquirí, para luego tomar impulso y sentarme en el mesón de granito y poder verlo más claramente.

—¿Y bien qué? —Preguntó, confundido. Él agarró un taburete que estaba frente a la isla y lo acercó para sentarse justo en frente mío.

¿A Martín le gusta Lucía? —Suspiré. Bajé mi mirada al color inexistente de mis uñas, esperando el balde de agua helada sobre mi cuerpo.

—Ah....—Cayó en cuenta, y volvió a rascarse la nuca con nerviosismo. Ese era un gesto muy bonito que tenía y que lo vendía con rapidez, así que lo anoté mentalmente. —Sí... Tendrías que hablar tú con el de eso.

—Juan...—Empecé, aunque ya la voz se me había caído un poquito. —Si quisiera decírmelo, me lo habría dicho hace ya bastante. ¡Se supone que soy su mejor amiga!

—Bueno...—Se notaba a leguas que no sabía si decírmelo o no. Quería tomarle la mano para impulsarlo, pero estábamos muy lejos y yo no me iba a bajar de mi cómodo asiento. —Te diré lo que deberías saber. Si tienes más curiosidad, le preguntas a él. No quiero meterme en más líos.

Asentí, silenciosa, esperando que prosiguiera.

—Martín me lo dijo a mí hace rato. ¿Un año, quizá? Y creo que se le confesó a Lucía hace un poco menos, por ahí ocho meses. Pero ella lo dejó en la friendzone. —Comentó, poniendo su codo encima de la isla para apoyarse. —Obviamente Simón lo sabía. Pero desde hace un tiempo acá, Simón y Lucía empezaron a pasar más tiempo juntos. Suponía que Martín lo ignoraba porque quería salir de ese sentimiento tan tedioso y toda la vaina, hasta que hoy me di cuenta de que los tres la cagaron.

Me quedé en silencio durante un rato, hasta que empecé a sentir el olor a queso derretido y tuve que bajarme para sacar la pizza.

Busqué un trapo para agarrar la bandeja de hierro y al segundo sentí la presencia de Juan Pablo detrás de mí, buscando algún plato de porcelana y vasos de vidrio para servir el té de limón.

Sabía, ahora con datos certeros, que el trío de oro de Noveno se había acabado y para no volver. ¿A quién demonios se le ocurría meterse con el hermano de su mejor amigo, a quien le gustabas?

—No entiendo por qué nunca me lo dijo ninguno de los dos. —Me quejé, pesarosa, agarrando dos trozos de pizza.

—Me pongo en los zapatos de Marto. Supongo que no quería hacerte tomar partido.

—Pero soy su mejor amiga... debía saberlo.

—Ya, es entendible. No te preocupes demasiado por eso. Ellos dos se metieron ahí, ellos dos saldrán.

—Tres. —Le corregí. Estaba olvidando a alguien.

—No, bonita. —Corrigió. Esa palabra sonó exquisita en sus labios, y por obvias razones, mi corazoncito débil dio un vuelco de trescientos sesenta grados. —De Simón me encargo yo.

Lo que sabía era que quería olvidarme de todo ese asunto aquella tarde y concentrarme en la presencia de Juan Pablo.

¿Qué creen que pase? ¿Se soluciona o no? ¿Martin los perdona? ¿Juan Pablo putea a Simón? ¿Irina es desvirgada esa tarde? ¿Dónde está Rayo McQueen? Comenten, ustedes saben que AMO cuando dejan sus reacciones.

—S.O.C.

La Última VezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora