Capítulo cincuenta y siete.

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Maratón (1/5)

París, septiembre de 2015.

Te extraño muchísimo. —La voz de Juan Pablo sonaba a través del parlante de mi computador, entrecortada. El internet era bastante malo a aquellas alturas de la noche y tenía que luchar con el módem.

Estaba sentada en la cómoda de mi ventana. En las ciudades como esta era común tener un pequeño desván, pero me había servido infinitas veces para observar a la gente por las noches mientras la melancolía sobre todas las cosas a las que me estaba ausentando me atacaba.

Aquel día era primero de septiembre. Era el cumpleaños número veintiuno de mi novio. Me costaba darme cuenta de que no estaba acompañándolo como debería.

—Yo te extraño mucho más, Juan. —Respondí, sorbiendo un poco del té chai que había comprado en la pequeña cafetería debajo del apartamento en el que me estaba hospedando. —¿Vendrás?

No puedo, Irina. Sabes que estoy empezando semestre y dicen que este es uno de los más jodidos y...—Su voz se vio interrumpida por la de su mamá llamándolo. En Francia era bastante tarde, pero tenía entendido que en Colombia apenas estaba anocheciendo. Seguramente quería que cenara.

—Lo entiendo, lo entiendo. Ojalá pudiera estar allá. Sabes cuánto desearía estar allá. —Respondí. Él sonrió a través de la cámara, pero se veía especialmente hermoso. Vestía una camisa a cuadros totalmente apuntada, de color azul, y su cabello se encontraba revuelto. Seguramente habría estado tomando una pequeña siesta antes de hablar conmigo para no tener sueño a la noche. Sabía que saldría con sus amigos.

Y yo entiendo que no puedas estar aquí, así como tú entiendes que yo no puedo estar allá...

—¡Irina!—La voz de quien cumplía el rol de madre en todo el asunto del intercambio interrumpió la voz de Juan Pablo rápidamente. En el rostro de mi novio podía verse la decepción y la impotencia. El cambio de horario estaba afectándonos a ambos; yo tenía que estar toda la tarde estudiando francés, mientras él dormía o tenía clases en la universidad, y cuando ya tenía tiempo libre para mí era muy tarde. —Sabes de los horarios, apaga ya esa máquina.

Aún me costaba entender un poco el francés, así que ella se había tomado el tiempo de aprender esa frase en español para que la comunicación sobre las órdenes que debía darme fuesen más claras.

Apreté mis párpados, jadeando con impotencia. Aquella distancia estaba torturándome, y no solo en lo asociado con mi relación con Juan Pablo, sino en el hecho de que jamás había cambiado mi rutina por nada en el mundo y, estando allí, al otro lado del charco, las cosas empeoraban. Era un mundo completamente distinto. 

Está bien, sabes que tienes que ir a dormir. ¿Qué hora es allá, la una? —Preguntó. Yo fruncí mi ceño y bajé la mirada a la computadora para localizar el reloj. No era la una. Estaba rozando las tres de la mañana, y al día siguiente tendría que levantarme temprano para asistir a la universidad en la que me impartían el idioma.

—En realidad van a ser las tres. —Suspiré. Sin embargo, le dediqué una última sonrisa cargada de nostalgia. —Te amo, ¿sí? Espero que la pases bien esta noche.

Yo también te amo. —Contestó, dándole final a la llamada.

Cerré la tapa de la computadora y solté otro pesado suspiro lleno de tristeza. No me gustaba para nada sentirme una completa desagradecida con la oportunidad que mi madre y Marcelo estaban dándome con respecto a aprender cosas nuevas y abrir mi mente al relacionarme con gente completamente distinta a mí, pero siempre había sido una mujer tradicional y aferrada a lo que la hacía feliz, y todo lo que me hacía feliz estaba en Colombia. 

La Última VezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora