Capítulo sesenta y uno.

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París, octubre de 2015.

Cerré mis ojos. Estaba sentada en el alféizar de mi ventana, disfrutando del frío viento que sacudía los mechones de mi cabello con sutileza. El otoño batallaba rebeldemente contra su naturaleza; aún podía palpar los vestigios del verano que había sido alguna vez y del invierno que se avecinaba.

⏤Te vas a resfriar, Nina. ⏤La voz de Gregorio interrumpió, de repente, toda mi ceremonia de relajación. Estaba en la cúspide de la tranquilidad, de la paz, de no estar abrumada por todas las cosas que implicaba tenerlo hospedándose en la casa de mi anfitriona. 

Inhalé aire profundo, sintiendo el leve aroma de la lavanda que había plantado en mis primeros meses en aquel país extranjero y completamente ajeno a mí. Giré mi cabeza parcialmente para dedicarle una mirada cargada de rencor por haberme interrumpido, y porque en algún punto sabía que, inconscientemente, su presencia me estaba estresando. Si Juan Pablo se enteraba de que Gregorio estaba allí, visitándome, justo cuando él y yo le habíamos puesto pausa a nuestra relación... No quería pensar en ello. 

⏤¿Cuánto tiempo más piensas quedarte en París? ⏤Pregunté, dándome media vuelta para poder observar la habitación; el frío, nuevamente, estaba azotando mi espalda. Probablemente me resfriaría, pero era un daño colateral que venía con el utilizar aquellas sensaciones que alteraban los nervios sensoriales de mi piel como una terapia para eliminar el estrés de mi cuerpo. ⏤¿Estás seguro de que tus papás no están disgustados contigo por venir de la nada y sin dinero?

⏤¿Y si están disgustados, qué? ⏤Preguntó. Estaba acercándose lentamente a mí, y desde aquella vaga iluminación callejera podía ver las expresiones de su rostro. Suponía que estaba dolido. ⏤Soy mayor de edad. Creo soy lo suficientemente mayor como para tomar las decisiones por mí mismo.

Bufé. Claro, ellos le daban todo el dinero y él hacía lo que estuviese a su disposición con él. No entendía cómo podía jugarse el pellejo de manera tan espontánea; yo jamás había sido capaz de desafiar a mi madre.

⏤¿No crees que es algo peligroso y estupido estar en un país que no conoces más allá del turismo por ninguna razón justificable? ⏤Inquirí. Esperaba que notase que no me agradaba del todo la idea de su presencia en el apartamento, y no porque no lo quisiera, sino porque supongo que estaba aterrada ante la idea de Juan enojado conmigo por algo que no era, enteramente, mi culpa.

⏤Tú eres una razón justificable. ⏤Me comentó. Sentí como el cabello de mi nuca se erizaba ante sus palabras, o quizá ante el frío. Negué con mi cabeza, dedicándole una mirada reprobatoria. 

⏤No lo soy, Gregorio. ⏤Reproché, apretando mis párpados. Me sentía frustrada. ⏤Es mejor que dejemos el tema aquí. Está empezando a dañar nuestra amistad. 

Gregorio me miró con pena, como si supiera algo que yo no. Inmediatamente, un pequeño pitido resonó dentro de la habitación silenciosa. Fruncí el ceño, mientras él llevaba su mano al bolsillo izquierdo de su pantalón de mezclilla, y de allí sacaba su costoso teléfono. Deslizó el dedo para desbloquearlo e inmediatamente soltó una amarga carcajada.

⏤Al menos yo estoy aquí cuando quien querrías que estuviese no lo está. ⏤Soltó de la absoluta nada. No sabía cómo controlar mis emociones, y la que estaba naciendo en mi pecho en aquel momento era rabia; teníamos confianza, eso era cierto, pero no entendía por qué se dedicaba a lanzar indirectas de la gran nada y más después de una etapa tan dolorosa en mi año como había sido terminar momentáneamente la relación que sostenía con Juan Pablo. Casi se sentía que el destino estaba enviándome un millón de obstáculos para no ser feliz.

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