Capítulo cuarenta y tres.

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Antes de empezar el capítulo, a partir de los puntos suspensivos empiecen a escuchar Tenerife Sea de Ed Sheeran. Si la canción es muy corta para lo que prosigue, repítanla, les juro que no se van a arrepentir.

S.O.C.

          

Bogotá, Junio de 2012.

Pocas cosas lograban emocionarme auténticamente. No me malentiendan; no era una desagradecida, ni mucho menos. De hecho, esa palabra estaba lejos de ser un adjetivo que me calificaba. Sin embargo, las situaciones que lograban hacer un cambio significativo en mi humor podían ser contadas con los dedos de mi mano.

Verme al espejo aquella noche era uno de esos momentos en los que me costaba contener las lágrimas de alegría. Un sentimiento extrañamente agradable se instaló en mi pecho en el momento en el que, con aquellas luces tenues que rebotaban contra la pared de enfrente de la ventana, observé mi delgado reflejo en el espejo de cuerpo completo que tenía al lado derecho de la puerta. Había apagado la luz porque estaba a punto de salir, pero el gran ventanal que adornaba la pared a mi derecha dejaba que las tonalidades amarillas y naranjas no le dieran paso a la oscuridad.

Mi cuerpo, adornado con un largo vestido azul cielo, se veía increíblemente delicado. Jamás, en lo que llevaba viviendo, me había sentido tan elegante. Las ondas de mi cabello castaño caían a lo largo de mi espalda y cubrían parte de mis hombros, como una cascada de colores opacos. Bajo aquella tenue luz relucía un dije de plata sobre mi pecho, amarrado sólo con una fina cadena del mismo material; era un regalo de mi madre al haber cumplido los quince, y su forma era similar a una flecha antigua pero había algo que no me permitía afirmar que así fuese. Si me encontrase con alguien que no me conociera, seguramente pensaría que iba rumbo a mi graduación, pero en realidad sólo iba camino al estacionamiento bajo nuestro edificio a la espera de que un muchacho de aspecto pudiente me recogiese en su carro.

El día había transcurrido increíblemente lento, aunque me culpaba más bien a mí misma por torturarme a la espera de la promesa que me había sido hecha la noche anterior. Estaba cumpliendo dieciséis, y a pesar de que durante mi infancia las expectativas de esa edad se elevaban incluso más allá del cielo, me sentía extrañamente fresca e infantil aún. Parecía que todo lo interesante sucedía a los dieciséis, pero mi vida seguía sintiéndose monótona y aburrida. Todo, todo, menos ese día; ese día no tenía nada de aburrido en absoluto.

Había encontrado aquel bonito vestido dos veranos atrás, en San Andrés, acompañada de mi madre. Tenía un poquito de vuelo en los pies, de modo que si venteaba ligeramente se podrían divisar mis tacones plateados. Era bastante simple, con un par de detalles que acentuaban mi cintura y un escote disimulado. Podía usarlo allí, en Bogotá, o en la playa, recibiendo el olor a salitre que desprendía el océano. Agradecía la inversión olvidada que habíamos hecho hacía tanto tiempo.

Bajé las escaleras con cuidado de no caerme. No estaba acostumbrada a utilizar ese tipo de zapatos, pero debido a la ocasión a la que me enfrentaría, me obligaba a mi misma a abandonar aquellas actitudes infantiles que me lo impedían.

Hacía un par de minutos había escuchado la voz de mi madre indicándome la presencia de Juan Pablo. Era extraño, pero me encontraba profundamente nerviosa, como si aquella fuese nuestra primera cita o no llevásemos meses de noviazgo en absoluto. Temblaba de pies a cabeza, por nerviosismo y frío. Mi abrigo reposaba sobre el sofá, abajo, al lado del muchacho que parecía perdido en sus propios pensamientos. Mi madre se encontraba en la cocina, terminando de limpiar lo que suponía había sido un vaso en el que le regalaría agua a Juan Pablo.

Tosí, indicándole mi presencia a la figura que me daba la espalda, pero me lamenté inmediatamente. ¿Qué me ocurría? Si la escena contribuía a la magia que habitaba en mi subconsciencia, yo misma la había dañado en absoluto con aquel ridículo sonido que brotaba de mi garganta.

La Última VezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora