Capítulo veintinueve.

2.7K 206 42
                                    

Bogotá, Diciembre de 2011.

          

—Irina Muñoz Castro, ¿me concedería el honor de llevarla esta noche a McDonalds? —Escuché la voz de Juan Pablo a mi espalda y arrugué la nariz. Estaba en medio del pasillo, hablando con Clara de un proyecto de Ciencias Políticas. ¿Tenía que llegar justo ahí?

Sí, tenía que hacerlo, porque así era él.

Noviembre había pasado con una extraña velocidad. Las vacaciones de navidad se acercaban con suma rapidez y el musical de navidad ya estaba completamente listo. Recordaba haber ensayado con la banda que lo presentaría. Después del inconveniente de Lucía y Simón, Martín se había bajado del proyecto, así que solo quedaban Juan Pablo, Isaza y Simón. Era extraño no escuchar la risa de mi amigo en los ensayos, pero eso no significaba que hubiéramos roto contacto del todo. Ahora me tocaba dividirme entre ambos con tiempos equitativos, porque a pesar de que ninguno me reclamaba por pasar más tiempo con el otro, podía intuir la incomodidad de ambos al pasar tiempo con uno.

Juan Pablo solía visitarme dos veces a la semana. Lo llamaba "demostrarle a la persona que quieres estar con ella" y me causaba bastante ternura. De hecho, mi madre había dejado una caja de condones extra-grandes en mi mesita de noche cuando le conté que iría la última vez que fue. La situación se me hacía, en efecto, extraña. Nunca había llevado a nadie de ese carácter a mi casa y mi mamá se lo había tomado bien.

Estaba lloviendo muchísimo en la ciudad, así que era bastante difícil salir de fiesta. Los muchachos de once solían hacer una fiesta todos los años el catorce de diciembre, pues aún no habían salido a vacaciones y querían celebrar su última navidad dentro del colegio. Era una costumbre muy a lo GLM.

Obviamente, Juan Pablo me había invitado. Quedaba una semana para ello, y a decir verdad tenía una seria preocupación por caerle bien a sus amigos ajenos a la banda. ¿Daniela les habría caído bien? No tenía ni idea, pero quería dejar una huella tan importante como ella.

—Uy, el niño lindo se entrometió. —Bromeó Clara, empujándolo un poco. Mi amiga de piel canela -vaya ironía- lo empujó, poniéndose entre él y yo. —Pero Irina me prefiere a mí. ¿Verdad, Nina?

Rodé mis ojos. ¿Acaso nadie que me rodeara podía ser mínimamente normal?

—Si se ponen imbéciles, me largo sin ninguno de los dos. Clara se queda sin nota y Juan Pablo sin comida.

—Ay, se puso en modo madre, corre. —Le susurró Clara a Juan Pablo.

Cuando se conocieron se cayeron curiosamente bien, lo que me sorprendía, porque Clara tendía a ser la menos social y amigable del grupo, pero al mismo tiempo Juan Pablo le caía bien a todo el mundo.

Rodé mis ojos, sacando mi dedo de en medio en dirección a Clara. Obviamente no la dejaría sin nota, pero se ponía bastante fastidiosa cuando se lo proponía.

—Ejem, me debes una respuesta. —Murmuró Juan Pablo, moviéndose de lugar para divisarme desde una mejor perspectiva.

—¿De qué? —Fingí hacerme la imbécil. —Claris, nos vemos el domingo en mi casa, ¿te parece?

—Claro, nena. —Y dicho esto, le dio un codazo a Juan Pablo y se fue contoneando sus inmensas caderas.

Ambos nos quedamos mirándola con extrañeza, pero después soltamos unas carcajadas ruidosas que, estaba segura, adornarían todo el pasillo.

Lo cierto era que, después de nuestro primer beso, pasábamos demasiado tiempo juntos. Tanto que a veces me sorprendía de no hartarme de él. Obviamente, y como todo ambiente social, los chismes habían empezado a circular.

Muchas veces me habían parado niñas menores a decirme que era el segundazo e iba a dejarme plantada y con el corazón roto como a Daniela, pero intentaba que los comentarios hirientes no me perforaran demasiado el autoestima.

Sin embargo, y a pesar de los tediosos inconvenientes, Juan seguía ahí, apoyándome y robándome un par de besos de vez en cuando.

Levanté la mirada para entrar en contacto visual con sus hermosos ojos grises, y fruncí el ceño para hacerle saber que no me afectaba nada de lo que él dijera.

—¿Cómo que de qué? —Exclamó, fingiendo que lo había herido. En medio de su acto, llevó su mano a su pecho como para afianzarlo más. —De lo de McDonalds, mujer.

—Eeeeeeh, déjame pensarlo. —Susurré, llevando mis dedos pulgar e índice a mi barbilla. La acaricié unos segundos, haciéndome la que meditaba muy bien la decisión, y más adelante cedí. —¿Me compras papitas con cheddar y tocineta?

—¿No vas a llevar dinero? —Abrió los ojos muy grandes, exagerando la sorpresa.

¿Me concede el honor de LLEVARLA esta noche a McDonalds? —Le remedé, y el agarró mi cintura para acercarme a él y obligarme a dejar de desafiarlo.

—Deja de hacerme quedar en ridículo, Irina Muñoz. —Me reprendió, rozando su nariz con la mía en cuanto me tuvo mínimamente cera. Lo aparté de un empujón; si creía que era capaz de hacerme temblar estaba en lo cierto, pero no se lo demostraría ni aunque amenazara mi vida.

—Tú mismito haces eso solo, yo me encargo de recordártelo. —Le molesté, tomando su mano para empezar a caminar fuera del colegio. La jornada había transcurrido con lentitud y el estar fuera me hacía respirar con tranquilidad.

Juan Pablo entrelazó sus dedos entre los míos, y sonreí. Acariciaba mi piel suavemente con su pulgar, como quien aprecia mucho lo que tiene entre sus manos, lo que me provocó un pequeño escalofrío.

—¿Esta noche? —Recalcó, mirándome con ternura. Asentí, acomodando mi cabello castaño detrás de mi oreja, y apreté su mano.

—McDonalds no es muy refinado, pero se acepta cualquier cosa. —Bromeé, empinándome para dejar un pequeño beso en su mejilla.

Eso me gustaba un poco de nuestra relación no formal; no dejábamos la coquetería ni aunque lleváramos todo el día juntos. Me daba cierta esperanza de que lo que sea que tuviéramos no se volvería monótono jamás.

—¿Qué esperas? ¿Que te invite a algún restaurante fino en la 93? —Inquirió, con sarcasmo.

Saqué mi lengua, arrugando mi nariz. Él agarró esta entre sus dedos y la jaló un poquito, lo que me sacó un grito de lo profundo de mi garganta. ¿Es que acaso no se cansaba de jugar comigo?

—¡Thuetame! —Exclamé. En realidad, era un intento de decir "suéltame" pero eso él no lo comprendía.

Desentrelacé sus dedos de los míos e intenté separar sus dedos de mi lengua. Quién sabía qué bacterias había ahí, no quería pasar a tener herpes después.

—¡Eres un sucio cochino lleno de bacterias! —Le reñí, empujándolo para que dejara de molestarme. Obviamente estaba supremamente sonrojada, lo que le llamaba más la atención.

—Te ves taaaaaan, pero taaaaan tierna haciéndote la enojada. —Me achuchó. Volví a empujarlo, pero mi cuerpo se unía a él tan rápidamente que se me hacía imposible hacerme la difícil.

—¡Cuando me enoje de verdad me vas a conocer, Juan Pablo Villamil Cortés! —Le amenacé, pero cerró mis labios con un pequeño beso robado. Me ablandé automáticamente, dejando de lado todo el enojo que contenía en mi frágil cuerpo.

Me quedé sin aire y lo aparté para poder toser sin correr el riesgo de toser en su boca, porque habría sido bastante asquerosa.

—Eres un caso perdido, Juan Pablo. —Le reñí, y él dejó un pequeño beso sobre mi frente. —Pero así me gustas.

Y cuánto me gustaba.

Ya no tengo imaginación para las notas de autor. Solo disfruten. 

—S.O.C.

La Última VezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora