Capítulo cincuenta y ocho.

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Maratón (2/5)

París, septiembre de 2015.

El metro de París era un lugar lleno de olores desagradables, indudablemente. No me gustaba creer en prejuicios, pero era cierto que los europeos desprendían un hedor a sudor penetrante. Me estaba costando acostumbrarme a él, pero recordaba que el primer día había estado a segundos de caer desmayada sobre los brazos de un anciano de dientes podridos. 

Eso sí, era un lugar muchísimo más ordenado y civilizado que el sistema de transporte público de mi ciudad. No podía quejarme demasiado, porque llegaba extraordinariamente rápido a mi destino.

Aquel día, el metro estaba sorprendentemente lleno. No sabía si tenía que ver con que era miércoles y eran cerca de las nueve de la mañana, pero no tenía ni medio metro de espacio personal. 

Me subí en el aparato y esperé a que arrancara, agarrándome fuertemente de una de las barras que servían de apoyo para los pasajeros que no encontraban asiento. El señor a mi derecha desprendía un fuerte olor a sudor combinado con perfume caro. Tenía una barba bien cuidada y unos ojos esmeralda centrados en la ventana, desde donde se veían paisajes efímeros. Me preguntaba en qué estaría pensando, en si también habría dejado su vida atrás por avanzar un paso en alguna meta, o si simplemente tendría sueño y la mirada perdida se debía a la necesidad innegable de cerrar los ojos y descansar.

Debía admitir, sin embargo, que me sorprendía que en este lugar no se madrugara tanto como en mi país, donde estar en el transporte a las seis de la mañana ya era tarde. Quizá por eso no me rendían tanto los días como me habría gustado.

Decidí sacar mi teléfono y empezar a revisar el feed de instagram. El metro tendría unas tres paradas hasta el lugar en el que debía bajarme y no encontraba una mejor manera de quemar el tiempo y distraer mi mente que aquello. Además, no es como que yo fuera una total adicta a hacerlo. Hacía bastante tiempo que no chismoseaba en la vida de los demás.

La primera foto que me apareció fue una de Martín en el restaurante al que Juan Pablo y yo habíamos ido el día del incidente con mi padre. Estaba con su novia, Manuela, y parecía que estaban cumpliendo mes, o años, quizá. Le di me gusta automáticamente y seguí bajando, deslizándome entre las diversas fotografías de todos mis conocidos. No seguía a demasiada gente, por ende, no habían demasiadas cosas que observar. 

Simón había estado con Ángela, Isaza, Alejandro, sus amigos del colegio, Juan Pablo y muchísima más gente que no conocía en la fiesta que le habían organizado a mi novio. Sonreí, aunque no pude evitar sentir una punzada de envidia y molestia por no ser capaz de estar junto a Juan Pablo en un día tan importante como aquel. Indudablemente lo extrañaba, pero no podía negar que sí sentía cierto pánico cada vez que imaginaba que algo cambiaría durante el año entero que estaría fuera del país.

Seguí bajando, hasta que encontré una foto de Isaza bastante peculiar. Estaba dándole un beso a Sara, pero de fondo se veían las siluetas de quienes se asemejaban a Simón, Ángela, Juan Pablo y una chica de cabello rojizo a quien no reconocía. Suspiré; sería una amiga de la universidad, probablemente. No quería hacerme cabeza con ello. 

Me entretuve con el teléfono hasta que descendí en la parada correspondiente. Era una zona bastante bonita de París, llena de arbustos y árboles de un color verde oliva, reluciente por los rayos de sol de verano. Inhalé aire con profundidad. Siempre había sido una persona a la que le gustaban las cosas que la hicieran sentir libre, y aquel lugar era uno de ellos sin lugar a dudas. 

Caminé con paso apresurado hacia la entrada de la universidad. Llevaba poco menos de un mes y aún no podía recordar su nombre casi impronunciable para una persona latinoamericana como yo. Habían jóvenes tumbados en el césped, parejas de todo tipo disfrutando de la mañana soleada, profesores caminando con su taza de café en una mano mientras leían notas en otra, ancianos visitando las instalaciones, y un sinfín de personas con millones de historias y corazones desconocidos para mí.

La Última VezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora