Capítulo veintidós.

3.1K 230 31
                                    

Bogotá, Noviembre de 2011.


Juan Pablo tomó mi mano para salir del salón. Entrelazó sus dedos con los míos, y yo sólo podía pensar en lo temblorosa que me sentía. Mi cuerpo no reaccionaba en absoluto, lo que me hacía creer que me veía como una imbécil enamorada. Estaba sudando con fuerza, por lo que solté la mano de mi acompañante y le dediqué una sonrisa estúpida.

  —Lo siento.—Susurré, al ver su carita de cordero degollado. Algo en su rostro ablandó mi corazón, que tampoco es que fuera demasiado frío, y no pude reprimir las ganas de besarle. Mordí mi lengua, apartando la vista. Allí no podía.—Es muy... pronto para eso.

—Tus manos son suaves.—Se excusó, encogiéndose de hombros. Me sonrojé ligeramente, aunque supongo que no se notaría con la cantidad de color rojo esparcido por todo mi rostro que tendría en aquel momento.

—¿Y eso qué tiene que ver, Juan Pablo?—Pregunté, arrugando mi nariz. Lo miré con una cara de y a este qué le pasa, pero después solté una carcajada.

—No lo sé.—Admitió, relamiendo sus labios. Arrugué mis ojos, admirando lo lindo e irresistible se veía, así, con el cabello alborotado por el beso que le había dado hacía unos minutos.—¿Qué clase tienes?—Preguntó, a su vez, haciéndome caer en cuenta de que iba sumamente tarde.

—Economía.—Maldije. Llevé una mano a mi frente, cubriendo mis ojos. Solté un jadeo.—Tengo que irme corriendo.—Me excusé, deteniéndome un instante para empinarme y dejar un suave beso en su mejilla.

Me di cuenta de que se había pasmado por mi repentino gesto, lo que me hizo regocijarme internamente. Sonreí triunfante y empecé a correr rumbo a mi siguiente clase que quedaba, más o menos, al otro lado del colegio. Todo había sucedido demasiado rápido; la confesión de Daniela, mis impulsos por hacerle saber a Juan Pablo que sus verdaderos sentimientos eran desconocidos para mí, el beso, sus manos sobre mi cintura, sus ojos grises...

Estaba enamorándome; esta vez de veras. Iba más allá de la obsesión infantil que había tenido semanas atrás, años atrás, centurias atrás. Iba más allá de lo físico.

No tenía ni idea de qué me atraía tanto a él, pero tampoco era que me interesara demasiado saberlo. Hacía mucho había leído una teoría de un hilo rojo que amarraba a las personas que estaban destinadas a permanecer juntas, pero nunca la había creído hasta aquel momento. Sonreí para mis adentros; estaba a mitad de camino, y el segundo timbre estaba a punto de sonar para marcar el final de los cinco minutos que nos daban para sacar los libros.

¿Qué vería la gente cuando me observaba? ¿Alguien profundamente ilusionado por una posibilidad que antes se veía demasiado lejana? ¿Alguien enamorado? ¿Alguien idiota? ¿Verían a la verdadera Irina Muñoz?

  —Oe—Escuché. Era Martín, que venía en el pasillo perpendicular al que yo recorría.—¿Estás bien?

  —¿A qué te refieres?—Pregunté, haciéndome la inocente.

—Sí, te vi al principio del descanso escondiéndote con Daniela.—Me acusó. Mi gesto de loca enamorada cambió rápidamente a uno confuso.

—¿Nos viste?—Le respondí, conforme caminaba al salón a su lado. Él tenía la misma clase que yo, así que suponía que no iba tan tarde.

—Sip. Te veías enojada. ¿Te dijo algo feo?

—Bueno...—Empecé, pero al ver que llegábamos a la puerta y habrían un montón de oídos curiosos, me frené. Hice un gesto con mi dedo pulgar, señalando al resto de nuestros compañeros, y él se calló.

La Última VezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora