Capítulo veinticinco.

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Bogotá, Noviembre de 2011.

          

Me subí al bus con ansiedad. Sentí la presencia de Juan Pablo detrás de mí, quien cargaba mi morral y el suyo. Caminé a través del pasillo buscando un par de asientos libres que fuesen suficientes para él y para mí. Afortunadamente, la mayoría de personas que vivían cerca de mi eran niños de primaria o preescolar. Habían cuatro o cinco chicos de bachillerato, pero todos eran de menor curso. Sin chismes ni nada, mi ambiente era bastante ameno.

—Irina. —Me llamó Juan Pablo, tomando mi mano para obligarme a encararlo. —¿Está todo bien?

—No sé. —Me sinceré, encogiéndome de hombros. —Parece que soy la única que no sabe qué pasa entre Simón, Lucía y Martín.

—Shhh. —Me susurró. Luego apuntó a todos los pasajeros que nos acompañaban y llevó un dedo a sus labios. Asentí con la cabeza, poniendo finalmente mi botilito lleno de agua en una silla que parecía libre y me senté.

Juan Pablo imitó mi acción, pasando su brazo por mis hombros para atraerme hacia él. Sonreí por el gesto, cerrando mis ojos finalmente.

—¿Es muy grave? —Pregunté, sin embargo con suma curiosidad. Juan Pablo soltó un suspiro profundo, lo que me hizo morderme la lengua.

—Un poco. —Admitió, acariciando mi hombro con su dedo pulgar. Cada mínimo tacto, cada caricia que ejercía sobre mí me ponía los pelos de punta.

—Rayos. —Maldije, dejando un pequeño beso sobre su cuello. Él soltó una risita, acurrucándose entre mi menudo cuerpo, sin decir nada más.

Puso uno de sus auriculares en mi oído y el otro en el suyo. Le dio play a una canción de John Mayer y el sueño me vencía poco a poco. Si bien era de las últimas a las que dejaba el bus, me daba cierto miedo que Juan Pablo no se acordase bien de la dirección de mi casa y termináramos en la casa del conductor. Pero esperaba que eso no sucediera; tenía que confiar en él, así fuera un poquito.

La voz de mi acompañante empezaba a arrullarme. Era suave, ronca e impactaba en mi oído libre. Sonreí para mis adentros. Muy dentro de mí, quería disfrutar de la bonita sensación de tenerlo a mi lado sin la sensación de mi madre entrometida o cualquier chismerío en el colegio, a pesar de que era obvio que el chismerío iniciaría tarde o temprano. ¿Era la adolescencia así de dramática siempre?

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Casi una hora y media después, sentí a alguien empujando mi hombro. Abrí los ojos y vi los de Juan Pablo concentrados en mi rostro, como quien admira una escultura griega.

Bajé la mirada, con el rostro sonrosado, e hice una mueca.

—¿Ya llegamos? —Pregunté, somnolienta. Lo aparté de un empujón suave, intentando agarrar mi morral y mi botilito.

—¿Sabías que babeas cuando duermes? —Inquirió, levantándose del puesto para caminar hacia mi torre.

—¿Sabías que babeas cuando besas? —Le pregunté, fingiendo un tono de voz de alguien bobo.

—Todo el mundo babea cuando besa, no digas estupideces.

Ni digis istipidicis—Le imité, bajándome y despidiéndome con la mano del conductor.

—Inmadura. —Me reprendió, agarrándome de la cintura antes de que yo pudiera escaparme.

Inmidiri. —Remedé, frunciendo el ceño. Puse mis manos sobre su pecho para que no pudiese eliminar más distancia entre ambos. Sabía qué intenciones tenía, y aunque yo tenía las mismas, mi propósito era hacerle sufrir un poco.

—Cállese, Muñoz. —Me susurró, supremamente coqueto.

—Cálleme, Villamil. —Le respondí. Ese era un juego que me encantaba jugar, y aunque la vez previa a esa yo no había cedido en absoluto, sabía que Juan Pablo era mi opuesto por completo.

Sus labios chocaron con los míos antes de que pudiese hacer algo al respecto; sentí mis piernas temblando como gelatina, pero él afianzó su agarre sobre mi cuerpo y me mantuvo estable. Correspondí con suavidad y dulzura, llevando mis manos a su cuello. Me gustaba su cuello; era suave y olía rico, varonil, a perfume caro, y además tenía un lunar divino en la parte izquierda. ¿Cómo no me iba a gustar, si hacía parte de él? Y él me encantaba.

Lo separé de mi por un ratito, mirándolo como loca enamorada. Mordí mi labio, bajando mi vista a los suyos. Estaban rosados y provocativos, y si no me cuidaba, rápido me volvería adicta a ellos.

—¿Te gusta admirarme? —Me molestó, levantando una ceja. Me acerqué a sus labios para agarrar el inferior entre mis dientes y lo jalé con suavidad.

Cuando acabé de hacer aquel gesto, arrugué mi nariz.

—Lo dice quien me miraba durmiendo. Eres un raro acosador, ¿sabías?

—Sólo admiro lo que me gusta. —Se excusó, tomando mi mano para agarrar el elevador que nos llevaría a mi piso.

Sólo esperaba que mi mamá no estuviera en la casa, porque entonces eso significaría que nos había observado a través de la ventana y no quería un interrogatorio improvisado.

—¿Así que te gusto? —Inquirí, fingiendo voz coqueta. Aleteé mis pestañas, porque sabía que se perdería en mis ojos verdes. ¿Por qué no juguetear un poco con él de la manera en la que él lo había hecho conmigo durante cuatro años?

—No. Me gustaba la muchacha del otro lado de la ventana. ¿La viste? —Me molestó. Le di un leve empujón con mi cadera y hombros, y él rió más de lo debido.

Al terminar de sacar todo el aire de sus pulmones con carcajadas, terminó abrazándome. Cerré mis ojos, disfrutando del contacto. No quería que se acabara nunca.

—Tanto tiempo estuve esperando que esto sucediera que ahora no sé qué procede. —Admití, rodeando su cintura con mis brazos.

—¿Qué sucediera el qué? —Inquirió con suma curiosidad. Lo podía palpar en su tono de voz y en la suavidad con la que sus labios habían rozado mi oreja.

—No lo sé...—susurré de vuelta, mientras el elevador subía más y más. —Tenerte, supongo.

Juan Pablo rió, besando el costado de mi rostro.

—Somos dos.

Sonreí con nerviosismo, tomando su mano de nuevo en cuanto sonó el timbre que avisaba que ya era hora de bajarnos en el piso correspondiente.

Inhalé la cantidad de aire suficiente para enfrentar a mi madre tomada de la mano de Juan Pablo, porque no, no lo soltaría. Y no, no era mi novio tampoco. Si era tan buena madre como ella decía que era -y podía serlo verdaderamente a veces- no me cuestionaría.

Sin embargo, antes de que entráramos, una pregunta se me vino a la mente. La pregunta que me estaba atormentando desde que abandonamos el bosquecito, desde que vi el rostro de indignación de mi mejor amigo.

—Juan Pablo...—Le llamé, y este se giró con el ceño fruncido.

—¿Sí?

—¿Qué le pasa a Martín? —Pregunté, curiosa.

—Uf...—Llevó su mano libre a rascarse la nuca. Jaló los últimos pelitos que habían ahí, lo que denotaba nerviosismo. —Irina, no sé si yo sea la persona indicada para decirte esto...

—¿Qué?—Le presioné, jugando con sus finos y largos dedos.

—A Martín le gusta Lucía.

¿Queeeeeeeeeeeeeé?

Bueno, si vieron las instastories de mi página de fans, saben por qué estoy subiendo este capítulo hoy y que la maratón empieza este día. Esperen mañana el desenlace de esta historia complicada. ¿O no?

Los quiero mucho. Gracias por darme tantas alegrías <3.

—S.O.C.

La Última VezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora