Capítulo sesenta y dos.

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Viena, Diciembre de 2015.

Los meses pasaron sin que me diera cuenta de lo mucho que habían impactado en mi interior. Había visitado Austria con la intención de despejar mi mente antes de la inevitable vuelta a Colombia, lugar del que procedía y lugar al que, eventualmente, volvería. Probablemente también me enterrarían allí en unos años, cuando envejeciera y tuviera toda una vida por detrás. 

⏤Nina. ⏤La voz de Jean resonó contra las paredes de la humilde posada en la que nos habíamos hospedado durante dos días enteros. Estábamos acompañados de su novio, George, creo que así se llamaba, ahora no lo recuerdo muy bien, y me encontraba agradecida de que hubiesen respetado mi privacidad y tranquilidad. ⏤¿Estás lista? Tu vuelo es en un par de horas. 

Le sonreí con cierto desdén. No quería hablar de mi regreso, porque entonces tendría que enfrentar tenebrosas realidades que me perseguían y de las que había escapado meses enteros, a la luz de la luna y acompañada del sonido de las gotas de lluvia otoñales. París había sido una pesadilla, pero no quería quedar con recuerdos amargos de aquel lugar que en tantos disgustos me había acompañado. Francia no se merecía mi desprecio.

Jean me observó con curiosidad, con sus ojos claros brillantes de preocupación. Sólo él sabía lo mucho que me había dolido observar aquella foto de Juan Pablo, con su mano debajo de la falda de una chica que yo, por supuesto, no conocía. Supuse que había exagerado con mi reacción, pero luego vinieron más, de distintas fechas, todas con la misma persona. Lo curioso es que me parecía conocerla, pero por mi propio bien prefería dar a entender que no me afectaba en absoluto, que mi vida no se acabaría por él.

Pero sí se había acabado un poco, porque mi corazón ahora latía obligado. 

Hacía meses que había dejado de contactarme con Gregorio. Si quería una limpieza en mi vida, suponía que debía limpiar todo lo que me conectase con mi pasado. Eso suponía no volver a hablar con nadie que conociese, aunque no fuese su culpa. A veces me reprendía por castigar a gente inocente, pero entonces recordaba que en las grandes guerras siempre hay daños colaterales.

⏤¿George está listo? ⏤Le pregunté. Ellos me llevarían al aeropuerto de Viena, de donde saldría mi vuelo a Los Angeles, y de allí me desplazaría al sur, a Bogotá. Había convencido a mi madre de hacerlo de este modo. Ella se había mostrado bastante rehuyente al principio, pero finalmente había cedido.

Jean asintió, y enseguida el susodicho se asomó por la puerta. Me observó con cuidado, con sus bonitos ojos oscuros tan afilados como el cuchillo de una carnicería. 

⏤¿Segura que quieres hacer esto? ⏤Preguntó, su acento francés más marcado que nunca. ⏤Podemos quedarnos un par de días más...

Reí con suavidad, girando mi mirada a donde sostenía todo el equipaje que me había traído de la casa de mi anfitriona. No quedaba ningún rastro de mí en Francia. 

⏤He estado más tiempo aquí de lo que debería. ⏤Le contesté, dirigiéndole la mirada más dulce que era capaz de brindar, aunque mi corazón sollozaba con la desesperación de volver a encerrarme en aquella monotonía que me rodeaba, ahora cargada con el vil recuerdo de una persona a la que amé con todo lo que me quedaba dentro. ⏤No hay manera de quedarme, George, pero aprecio tu preocupación.

El muchacho asintió y soltó un suspiro. Jean le dio un pequeño beso en los labios que hizo que mi corazón se estrujase con dolor. Su constante muestra de afecto me hacía recordar todo lo que había perdido.

⏤¿Crees que me pida que vuelva? ⏤Inquirí, en un susurro. Jean me observó con cautela, asintiendo. 

⏤Es lo más probable. Tienes aún los quinientos sesenta y cinco mensajes de sus no sé cuántos amigos diciéndote que hables con él. ⏤Me respondió, ayudándome con una de las maletas más grandes, que ahora pesaba más por la cantidad de regalos que le llevaba a mi familia.

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