Capítulo veinte.

3K 245 81
                                    

Bogotá, Noviembre de 2011.


Afortunadamente, mi estado físico era bueno, porque no sabía qué habría hecho después de correr más de cien metros en busca de Juan Pablo. Estaba agotada, me dolían, incluso, las piernas por el sobreesfuerzo físico. Cuando crucé la línea de los árboles, me dirigí al lugar donde pensé que lo encontraría; la cancha de fútbol.

Si embargo, no estaba allí, y no divisaba a ninguno de sus amigos tampoco. La ansiedad empezaba a carcomerme sin que yo pudiese controlarla. Me detuve un momento para coger el aliento que se me había escapado con la carrera que había pegado hasta mi lugar actual, pero de repente sentí la boca seca. Busqué a Lucía o a Clara con la mirada, pero tampoco lograba encontrarlas.

Me giré, en búsqueda de algún salón o algún cubículo de baño donde pudiese arreglar mi aspecto. No había encontrado a Villamil con la primer carrera y esta me había dejado despeinada y deshecha, así que tendría que hacerlo a la siguiente.

Fue ahí donde se me encendió la lámpara; tenía que estar en el salón de música afinando los últimos acordes de la guitarra.

Volví a agarrar impulso para correr, porque el salón quedaba al otro lado del colegio. Subí las escaleras que me llevaban al segundo piso y atravesé el pasillo con agilidad, evitando chocarme con cualquier persona que se cruzara en mi camino.

Tenía el corazón a mil, pero nada se comparaba con la rapidez con la que mi mente estaba trabajando. ¿Con qué propósito estaba buscándolo? ¿Con el de verlo y saciar mis ganas de admirarlo desde cerca, o con el propósito de rogarle que me sacara a una cita porque quería besarlo con ganas?

No tenía ni idea de qué estaba haciendo con mi propio cuerpo y sería mejor si organizaba mis prioridades antes de enredarme de cualquier manera con él.

Sin embargo, todas esas inseguridades se esfumaron de repente cuando llegué frente a la puerta del salón. Se escuchaba un leve sonido de guitarra desde dentro. Supuse que estaría con mucha más gente, pero en realidad se encontraba sólo. De seguro la profesora se había ido a tomar algunas onces y Simón e Isaza estarían de charla en charla con alguna chica. Estaba segura de que la de Simón era Lucía, pero no tenía cabeza para ponerme a pensar en esas en aquel instante.

Frené en seco, con una pequeña gota de sudor escurriendo bajo mi frente. Lo miré directo a los ojos, y, por supuesto, por el sonido que hacían mis zapatos chocando contra el suelo, él se dio cuenta de que tenía compañía.

Entré en pánico.

—Irina, ¿está todo bien? —Preguntó, visiblemente alarmado. Dejó la guitarra a un lado y se levantó para caminar hacia mí con rapidez.

Lo miré a los ojos asustada. No sabía qué responderle. Había hecho todo aquel espectáculo para nada, porque a la hora de actuar, mi cuerpo no respondía.

—Irina. —Me llamó de nuevo, sin acercarse del todo a mí. —¿está todo bien?

Sin ser capaz de frenar mis impulsos, me lancé a sus brazos. Sentí sus manos afianzadas sobre mí cintura, pero todo pasó más rápido de lo que pude haber percibido. Posicioné mis manos sobre su mandíbula y atraje su rostro hacia el mío, uniendo, finalmente, sus labios con los míos.

En un principio estaba tenso, pero sentí su cuerpo relajarse en cuanto cayó en cuenta de que eso estaba pasando. Podía sentir sus extensas pestañas sobre mis pómulos y sus fuertes brazos sosteniéndome como si tuviese miedo de perderme. Ni siquiera mis más reales fantasías se comparaban a las corrientes de placer que recorrían mi cuerpo al sentirlo tan cerca, o al notar que la manera en la que agarraba mi cintura era delicada y suave, porque seguramente pensó que me iba a romper.

La Última VezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora