Capítulo dieciséis.

3.1K 244 108
                                    

Bogotá, Octubre de 2011.


—¡Eres un manipulador!—Lo empujé, apartando la cara para que no se le ocurriera robarme ni siquiera un mísero pico. No podía demostrarle que caía tan fácil; era la regla número uno de la conquista.

—No, no, no. Nada de eso.—Susurró, cerquita de mi oído. ¿Es que no se cansaba de manipular las sensaciones de mi cuerpo?

—¡No me iré contigo!—Le reproché, escondiendo mi cuello de cualquier tacto que él pudiese ofrecerme.

—¿Segura?—Inquirió, provocándome. Relamió sus labios con lentitud, lo que me forzó a apartar la vista.

—Segura. Mientras me llame Irina Muñoz, no me iré contigo.

—Una pena que ahora te llames Inina Muñoz.—Se mofó, lo que me provocó rodar los ojos instantáneamente.

—No estoy jugando, Juan Pablo.—Le amenacé, apretando mi mandíbula.

—Yo tampoco.—Deslizó una mano por mi cintura. Me quedé estática; perdí toda la fuerza de voluntad. No quería ceder tan fácil, y menos conociéndolo.

Era un manipulador, un mentiroso, un coqueto, mujeriego, arrogante, orgulloso, engreído, adúltero, y lo peor de todo era que me encantaba.

Me alejé un pasito de él. Se le había metido en la cabeza conquistarme y parecía que nada lo pararía hasta que lograse su cometido. Pero no se la dejaría tan fácil, y mucho menos el mismo día de la amenaza.

Juan Pablo aprovechó mi descuido y repitió la acción que había ejercido el mismo día en el que casi le besé. Rodeó mi cintura con sus brazos y volvió a echarme en su hombro como un saco de papas. Perdí todo el equilibrio que me quedaba, pero me tuve que aferrar a su espalda. Estando tan tarde, no podía permitirme vomitar la comida que había ingerido.

—¡Suéltame!—Supliqué, notando como todo mi mundo daba vueltas a mi alrededor.—¡Bájame ya, Juan Pablo!

—Nop.—Se negó.—¡Nos vemos el lunes!—Gritó a la sala, abriendo la puerta que daba al exterior del apartamento. No había de otra, tendría que irme con él.

Dejé de forcejear, a pesar de que no era enteramente mi voluntad marcharme de esa forma. Si no puedes con tu enemigo, únete a él. Eso me decía mi madre. Tendría que jugar el juego que él estaba jugando. Sin embargo, mi mayor temor era que él jugase de verdad conmigo.

Me quedé en silencio, escuchando la tediosa melodía del ascensor mientras bajaba hasta el sótano. No conocía el auto de Juan Pablo, pero esperaba que no oliese demasiado a su aroma, o esa partecita de mí que aún era fuerte moriría.

Pasaron un par de segundos hasta que se abrió la puerta en el sótano donde estaban parqueados los carros de visitantes. Solté un suspiro.

—Bájame, no me voy a escapar.—Gruñí, con más rabia que cualquier otra cosa.

—No confío en ti.—Se quejó.

—Lo dice quien me sacó del apartamento a la fuerza.

—Bueno, te dije que no te gustaría mi manera de convencer.

—Pensé que me besarías...—Solté, pero al instante me arrepentí.

—¿Querías que te besara?—Inquirió, cambiando el tono de su voz a uno más ronco. Mordí mi lengua, apretando los ojos.

¿Cómo era capaz de seguir torturándome de aquella manera tan lenta?

—No.—Zanjé, cortante. Estaba empezando a generar náuseas por la posición de mi cuerpo. Sólo esperaba no vomitarle encima, porque sería la segunda cagada que haría en menos de diez minutos.

La Última VezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora