Capítulo cincuenta y tres.

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Bogotá, enero de 2015.

La semana transcurrió de la manera más fugaz posible. Entre exámenes y tardes de completar trabajos para no reprobar ni una sola materia, llegó fin de semana, y la despedida, y cuando abrí mis ojos de nuevo, ya estaba sentada frente a Marcelo y mi madre.

El restaurante era lo suficientemente lujoso como para sentirme un bicho entre mariposas elegantes, de un color azul rey imponente y hermoso. Había arañas de cristal colgando del techo, las cuales se reflejaban en el vestido color crema que portaba mi madre. Su mano reposaba sobre la mesa, entrelazada con la de Marcelo. La corbata azul hacía que sus ojos se vieran más azules de lo usual, y eso era decir mucho. Tenía la leve esperanza de que Juan Pablo llegara de la nada, pero sabía que estaba ocupado en Los Ángeles, bajo dos focos grandes de luz, sudando la gota gorda para posicionarse entre uno de los cantantes revelación del momento.

Estaba triste y eso se notaba. Mi mamá me miraba con preocupación la mitad del tiempo. La otra besaba a Marcelo, lo que sólo me hacía sentir más sola.

En realidad, Marcelo se podía hacer pasar por mi padre cuando quisiera. Era rubio, y tenía unos ojazos del color del cielo en verano que sabía que hacían temblar a mi madre. Suponía que ella misma tenía un tipo.

—Irina, mi amor, tenemos que hablar contigo de algo importante. —Su voz me interrumpió. Me erguí sobre la silla y los observé con ojos expectantes. Hacían una bonita pareja, indudablemente, y desde que lo había conocido, mamá tenía una jovialidad excesivamente notoria.

¿Cuántas veces tenían sexo al día?

—¿Sí? —Inquirí, arrugando mi nariz con el propósito de retirar esos horribles pensamientos de mi mente.

—Verás, ya llevamos bastantes meses meditándolo...—Empezó mi madre. Marcelo la miró con los ojos azuláceos cargados de amor y un nudo se formó en mi garganta. Solté un suspiro. Seguro me dirían que se casarían, o que querían tener otro hijo. Realmente no me molestaba, pero habría deseado no tener la mente tan cargada de cosas y prestarles la atención apropiada en lugar de estar pensando en qué estaría haciendo mi novio al otro lado del globo en aquellos momentos.

—¿Y? —Pregunté, fingiendo el mayor interés del mundo a pesar de no tenerlo.

—Son varias cosas. —Aclaró Marcelo, posicionando su mano sobre los hombros de mi madre. —Pero lo que más te conviene es que planeamos enviarte a un intercambio. No sabemos cuándo, pero ya que tu inglés es bastante bueno y tu francés no tanto, pues Francia parece una buena opción.

Al principio no capté lo que estaban queriendo decirme. Parpadee repetidas veces, turnando mis ojos verdes de Marcelo a mi madre, de mi madre a Marcelo. Abrí mis labios, suponiendo que sería algún tipo de broma. Sin embargo, se denotaban enteramente serios y mi corazón se aceleró rápidamente.

—¿A un intercambio? ¿Francia? —Pregunté, tomando los cubiertos entre mis manos y trinchando la carne que me habían servido. —¿Están locos? ¿Cuánto dinero creen que cuesta?

—Sabemos cuánto cuesta, linda. —Respondió mi madre. —Pero quiero darte lo que necesitas antes de que tenga que repartir los gastos en dos.

Su mano reposaba sobre su vientre. No me había dado cuenta de lo que estaba insinuando. Seguía gagueando por la revelación que me habían hecho.

—Pero... pero... pero...—Repuse, aunque no podía encontrar nada coherente en mi cerebro. Jadeé, negando con la cabeza un par de veces. —¿Estás segura? Es demasiado costoso. No vale la pena.

—Claro que vale la pena, Irina. —Me respondió Marcelo. Tenía una mirada paternal en su rostro y eso hizo que se pronunciara más el nudo en mi garganta. No le correspondía a él correr con los gastos, ni a mi mamá en solitario. Yo tenía un padre que no velaba por mi bienestar. Si alguien debía correr con esos gastos, era él. —Además tengo un amigo que trabaja en una agencia de educación en el exterior y me va a dejar el precio sin ningún tipo de recargo.

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