Capítulo cuarenta y seis.

2.8K 159 69
                                    

Bogotá, junio de 2012.

Conocer a mi suegro resultó no ser el escenario ideal, o el que me habría planteado inicialmente. ¿Qué había imaginado, de todos modos? ¿Una cena romántica en la que se aparecieran los papás de Juan Pablo y me tendieran la mano elegantemente?

Estábamos recostados sobre la cama de Juan, el cabello largo de su nuca haciéndome cosquillas en la nariz y sus dedos enredados en mi castaño cabello. Nuestras respiraciones eran pausadas y tranquilas, y podía escucharlo relatarme sobre la serie que estaba viendo recientemente. Creo que se llamaba How I Met Your Mother. Lo único que sabía era que estar así con él, con su corazón latiendo pausadamente contra mi pecho, me adormecía de una manera instantánea, casi imperceptible. Su olor penetraba en mi nariz placenteramente, y estaba segura de que él sentía lo mismo con la fragancia a vainilla que desprendía mi shampoo.

—Y entonces Barney le dijo a Robin que...—Empezó. No supe qué dijo después porque lo siguiente que divisé fueron sus largas y lisas pestañas hacerles sombra a sus pómulos pálidos. La luz blanca de la habitación le daba aquel aspecto vampírico que tendía a desarrollarse por la palidez de su piel. Se veía tan tranquilo, tan dócil, que por un momento olvidé cómo se ponía cuando lo hacían enojar. Ese era el tipo de cosas que tanto me gustaban acerca de él; era un misterio descifrar cuándo se enojaría y cuándo me observaría con ternura rebosante en sus ojos. ¿Qué atravesaba su mente, qué hacía que me gustara tanto? Sonreí, a pesar de que sabía que él no podía verme por estar tan concentrado contándome su aburrida semana. —Y creo que si dejan a Ted con Robin al final o Robin es la mamá de los niños voy a dejar la serie.

Solté una corta carcajada, inclinándome sobre él para depositar un tenue beso en su mejilla. Estaba dispuesta a contarle la manera en la que mis notas se habían cerrado, porque no planeaba tocar el tema del lunes en absoluto, cuando la puerta se abrió estrepitosamente.

—Hijo, te traje un caldo de poll...—Una voz incluso más profunda que la de Isaza resonó en mis oídos. Me erguí automáticamente, como si nos hubiera descubierto teniendo sexo o estuviese desnuda ante sus ojos, y mi rostro se tiñó de un carmesí completamente perceptible. Parpadeé, anonadada. En cuanto enfoqué mi atención en el rostro del padre de Juan Pablo me di cuenta del enorme parecido que tenían: como decía mi madre, parecía hijo negado. Suponía que ese era el parecido que yo misma tenía con mi padre, pero estaba demasiado estupefacta como para dirigir mis pensamientos a ese tema precisamente. —Buenas noches, señorita. —Murmuró. Su rostro permanecía completamente serio, pero no pude identificar ningún tipo de actitud despectiva de su parte.

—Buenas noches, d-don Mauricio. —Titubeé, organizando mi cabello. Instantáneamente, las carcajadas de Juan Pablo llenaron la habitación, lo que me hizo sentir evidentemente confundida. Le proferí una mirada fulminante, pero él simplemente se encogió de hombros.

—Espero que no hayan tenido mucho contacto de fluidos...—Empezó don Mauricio, esbozando una pequeña sonrisa que no llegó a sus ojos. ¿Ese era el señor que mi mamá había dicho que le había regalado un pocillo de tinto? Quise darme ochenta golpes en la cabeza por ser tan descuidada. —... porque Juan Pablo tiene mucha gripa y no quiero que se contagie.

—Pá, ella es Irina. —Le cortó Juan Pablo antes de que yo pudiese siquiera responder que el intercambio de fluidos había sido mínimo y poco relevante. —Irina, él es mi pá.

—Creo que me di cuenta, Juan. —Le reñí, entre dientes, intentando que don Mauricio no se diera cuenta de mi nerviosismo latente. Sin embargo, casi creí haber oído un resoplido por parte del mayor, aunque no estuve completamente segura porque la ansiedad nublaba mi juicio. —Es un... eh, gusto, don Mauricio.

La Última VezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora