Capítulo 1: "MALDITO NUEVO COMIENZO"

924 77 28
                                    


-X-

— ¡Demonios, Alfred! ¡Esto ha sido la gota que derramó el vaso! ¡Te has vuelto completamente loco!—las uñas se aferraban con fuerza al volante. Observaba por el espejo retrovisor al silencioso muchacho en el asiento de atrás.

Sus ojos turquesa refulgieron aún más furiosos, al no ver una mínima reacción del menor.

Regresaban de la reunión que había tenido con el director de la escuela, y donde le habían avisado sobre la última gracia de ese imbécil.

El muchacho seguía mudo, pegado al respaldo del asiento mientras escondía en su mano un pequeño papel blanco. Un papel que su madre vería solo cuando él y su trasero estuvieran en un lugar seguro.

Suspiró. El papel rozó el dorso de su mano haciéndole cosquillas, no dejándole olvidar su existencia. Con la yema de los dedos pudo sentir la textura que el sello del instituto le daba a uno de los costados de aquella carta. Esto era totalmente en serio.

En estos momentos una botella de alcohol no le haría nada mal.

-x-

— ¡ALFRED FREDERICK JONES! ¡Qué significa esto!— El nombrado miró al techo. Con que finalmente había leído la carta, que había dejado casualmente en el basurero.

Por lo menos había tenido tiempo para abastecerse de víveres y demás elementos necesarios para su supervivencia dentro de su habitación.

Su madre iba subiendo, lo sabía por los fuertes golpes a los peldaños que hacían sentir que se romperían de una patada.

Esto iba a dar para largo, se dijo, así que buscó en sus bolsillos una cajetilla de cigarros.

Cuando ya iba a tomar uno, siente cómo la manija de su puerta es girada bruscamente sin éxito. Se sentó en unos de los pufes azul marino que había en su habitación, observando desinteresadamente como su progenitora luchaba por destruir ese simple pedazo de madera.

— ¡Abre esta inmunda puerta!— ¿Creía que acaso era suicida? Apoyó sus codos sobre las rodillas en silencio.

No llegaría a tocarle un pelo a menos que pudiera derribar la puerta, que junto con el armario y el escritorio que había puesto de barrera, hacían tal vez, unos trescientos kilos.

Con el cigarro sin encender sobre sus labios, observó la hora en el reloj de la pared.

8:07 PM

La poca luz que traspasaba las cortinas le daba en el rostro, dándole un aire desolado.

Hurgó en sus bolsillos, en búsqueda de su encendedor. Quizá lo habría dejado debajo del pupitre del salón. Tch.

Se rascó la cabeza, resignado. Perdió su encendedor favorito.

— ¡Quédate ahí maldito mocoso!— ¿Y qué creía que iba a hacer? Obedecería con gusto. Se levantó y fue al escritorio a buscar su reserva de encendedores, sabiendo de su facilidad para perderlos— ¡Eres una verdadera vergüenza para la familia! ¡Nosotros estamos siempre pensando y preocupándonos por ti!

¿Qué?

Los dedos del muchacho quedaron congelados dentro del cajón, justo a milímetros del ansiado objeto.

¿Familia?

¿Preocupados por él?

¡Eso era una asquerosa mentira!

Si se hubieran preocupado por él y su hermano no hubiera pasado nada de lo que ha ocurrido en todo este año ni en el anterior.

— ¿Acaso no me vas a responder? ¡Alfred! ¿Qué  pensabas para comenzar a tomar alcohol en el colegio y luego golpear a uno de tus compañeros? ¡El chico está en el hospital y tú citado al tribunal por acoso!

A tres pasos de ahorcarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora